Las lecciones que nos brindan Mandela y Francisco
De interés general

Las lecciones que nos brindan Mandela y Francisco. De interés general

 

 

26/10/2013 Fuente lanacion. La sencillez, la humildad y escuchar al otro, en boca de dos líderes cuyos ejemplos deben servirnos para retomar la senda de la reconciliación

 

n un mundo donde la paz y la convivencia corren serios riesgos diariamente, adquieren aún mayor significación las presencias y los ejemplos de líderes como Nelson Mandela y el papa Francisco.

 

Mandela es un hombre absolutamente excepcional. Su legado no podrá nunca quedar limitado a Sudáfrica. Le pertenece al mundo entero, al igual que Francisco, que no sólo representa a los 1200 millones de fieles de la Iglesia Católica, sino al resto de los credos a los que siempre tendió una mano para el diálogo y el cordial intercambio interreligioso.

 

Mandela es un hombre íntegro que, desde el coraje y la convicción, ha enfrentado con la organización devenida luego su propio partido político, el Congreso Nacional Africano, al aberrante apartheid. De su trayectoria se desprenden enseñanzas inolvidables y de enorme trascendencia y vigencia para nuestro país. Se destacan, fundamentalmente, su honradez y sinceridad, su candidez, sencillez, humildad y, por sobre todo, su generosidad y ejemplo, así como su coherencia, tanto cuando estuvo en la dura soledad de la prisión como cuando alcanzó la cima del poder en su país, como ahora, que viene sorteando valerosamente cada uno de los escollos a los que lo expone su deteriorada salud.

 

Entre las enseñanzas de Mandela aparece, en primer lugar, la vinculada con la necesidad de la reconciliación social. Siempre fue su mayor preocupación alcanzar la libertad, porque comprende aquello que resulta fácil de explicar recurriendo a las palabras de Desmond Tutu, cuando nos señala que la paz verdadera y duradera ?dentro de los países, naciones, comunidades o familias? requiere de la reconciliación real entre quienes en el pasado fueron enemigos que han luchado el uno contra el otro.

 

Mandela enseña que no hay otro camino que el de estar dispuesto a perdonar y saber hacerlo. Sin perjuicio, por cierto, de buscar la verdad, por sórdida que haya sido, y hacer justicia. Pero, claro está, no hay reconciliación posible si no se dejan atrás los rencores, los resentimientos y el odio, que no deben sembrarse, sino evitarse.

 

Nuestro país debería aprender de esa enseñanza, precisamente en estos momentos en que las divisiones y los enconos entre los argentinos parecen haber llegado demasiado lejos, desde la política -y, muy probablemente, como consecuencia de sus malos ejemplos- hasta dentro de las familias y los vínculos más íntimos entre las personas.

 

Un reciente llamado público a esa concordia fue expresado también por Francisco, quien acababa de ser ungido Papa. Ocurrió en marzo pasado, en un mensaje telefónico hecho público a los miles de jóvenes que realizaban una vigilia en la Plaza de Mayo. Francisco les reclamó: "Les quiero pedir que caminemos juntos todos, que nos cuidemos los unos a los otros; no se hagan daño, cuídense y cuiden la vida. Cuiden la familia, la naturaleza, a los niños y a los viejos; que no haya odio, que no haya pelea, dejen de lado la envidia...".

 

Perdonar es permitir levantarse a quienes pueden haberse equivocado seriamente. Para Mandela, la armonía social es el mayor de los bienes. Cualquier cosa que la subvierta debe evitarse, incluso la sed de venganza que algunos poseen y otros alimentan, sentimiento que obviamente corroe y dilata las posibilidades de reconciliación. "Nuestra fuerza -dice Mandela con claridad? no se nutre en la venganza."

 

Cabe destacar también en ambos líderes su notable sencillez, que contrasta con el culto a la personalidad al que estamos acostumbrados. "No hay nada que pueda tentarme a hacer publicidad de mí mismo", solía decir Mandela. "El problema no es ser pecadores, sino no arrepentirse del pecado, no tener vergüenza de lo que hemos hecho. Pese a que Pedro era pecador, Jesús mantuvo su promesa de edificar sobre él su Iglesia. Pedro era pecador, pero no corrupto. Pecadores, sí, todos: corruptos, no", sostuvo Francisco.

 

Son mensajes claros que deben destacarse en momentos en que nuestra política está caracterizada por la mediocridad, disimulada por lo mediático, los montajes, los relatos mendaces, las insidias, y la propaganda constante y masiva, pero, en los hechos, vacía de valores y sustancia.

 

En estas horas en que la vida cívica nos da a los argentinos una nueva oportunidad para expresarnos a través de las urnas, es un buen momento para iniciar un profundo proceso de reconciliación, entendiendo la paz no sólo como la ausencia de conflictos externos, sino como la necesidad de reencontrar el camino de tranquilidad, comprensión y solidaridad que nos una por encima de las diferencias, de la diversidad de opiniones.

 

Escuchar y tolerar. Ninguno de nosotros, como suele decir Mandela, tiene derecho a juzgar a los demás desde el punto de vista de sus propias ideas o costumbres, por más orgulloso que esté de ellas.

 

El egoísmo y la cultura del descarte han conducido a desechar a las personas más débiles y necesitadas, refiere Francisco y, extendiendo su mano hacia quienes no piensan como él, agrega: "Considerando que muchos de ustedes no pertenecen a la Iglesia Católica y otros no son creyentes, les doy de todo corazón mi bendición respetando la conciencia de cada uno".

 

Hay en los dos, un sentido profundamente humano de la importancia de la libertad y del valor de la igualdad y la reconciliación de los pueblos. Son dos ejemplos que mueven a repensar qué hemos venido haciendo y qué queremos para nosotros de aquí en más.