Entrevista con Juan Ramón Rivera Fernández: "las llamadas lenguas tart
Bienes arqueológicos, paleontológicos

Entrevista con Juan Ramón Rivera Fernández: "las llamadas lenguas tartesia, ibérica y celtibérica pertenecen a la familia indoeuropea y están emparentadas con el griego" 

 

 

Fuente mediterraneoantiguo. Lebes número 122 de Lliria, Valencia. Foto cedida por J.R. Rivera

 

 El significado de las lenguas que se hablaron en la península ibérica antes de la llegada de los colonizadores se mantiene oculto tras los enigmáticos trazos de su escritura. Todavía no ha sido posible descifrar ni la lengua tartesia, ni la ibera, ni la celtíbera, lo que aportaría muchas respuestas a cientos de preguntas sobre nuestra historia más remota. Juan Ramón Rivera Fernández, después de más de quince años de investigación, propone un camino para hacerlo en su obra "Tartesios, íberos y celtíberos: sus escrituras y su lengua", editada por Círculo Rojo. Mediterráneo Antiguo ha podido conversar con él sobre su interesante planteamiento, que hunde sus raíces en una afirmación del ilustre don Manuel Gómez-Moreno.

 

 

Pregunta - La tesis fundamental de su ensayo es la posible vinculación de los idiomas tartesio, ibero y celtíbero con el indoeuropeo y más estrechamente con el griego que con el latín. Explíquenos brevemente cómo argumenta esta ascendencia común.

 

Respuesta - El origen de mi trabajo es una aseveración de don Manuel Gómez Moreno refiriéndose a la lengua ibérica: ”tardíamente, gracias a las inscripciones, conocemos algo de su lengua que, no obstante ser todavía ininteligible, parece de tronco indoeuropeo y mas afín al griego que al latín” sin que tenga noticia de que él la hubiese acrecentado. Una vez desarrollado mi método (al que llamo sistema helenístico) para transcribir, segmentar y traducir el íbero a través de sus cognados griegos utilizando tanto el koiné como el griego micénico, el arcaico, el épico y los dialectos jonio, dórico, eólico, beocio, lacedemonio y ático, procedí a probarlo con el tartesio y el celtibérico dándome cuenta de que no eran tres lenguas sino una sola con las lógicas evoluciones temporales y sus modismos dialectales.

 

Pregunta - ¿Cómo puede llegarse a una conclusión de este tipo cuando no hemos podido descifrar ninguna de las tres lenguas?

 

 

Kalathos 121 de Llíria, Valencia. Foto: J.R. Rivera

 

Respuesta - Mi ensayo no consiste sólo en comprobar la afirmación de Gómez-Moreno, sino que al saber que era cierta se convierte en una propuesta de desciframiento. Para ello es fundamental, debido a que las escrituras tartesia, ibérica y celtibérica se anotan de una forma uncial y en scriptio continua, averiguar dónde empieza y acaba cada una de las palabras (sustantivos, adjetivos, verbos, pronombres, adverbios…) contenidas en una inscripción yendo, fonéticamente, desde lo más simple a lo más complejo; es decir, desde un morfema a un lexema hasta conseguir una palabra para poder, así, segmentar el texto. Una vez segmentada la inscripción procederemos, con la ayuda del griego koiné, a buscar por proximidad léxica y fonética todos los probables cognados de cada una de las posibles palabras y escogeremos aquél que mejor se adecúe al sentido de la oración y al contexto de la epigrafía. Se trata de la disciplina llamada lingüística histórica o comparativa.

 

Pregunta - ¿Cree que será posible descifrarlas con el material de que disponemos actualmente?

 

Respuesta - Considero que es más que suficiente, aunque es bien cierto que si los arqueólogos hallasen una especie de Piedra de Rosetta ibérica con un mismo texto escrito en íbero, en griego y en latín, por ejemplo, nos sacaría de toda duda.

 

Pregunta - ¿Supondría esta tesis cambiar el foco de influencia del horizonte tartesio del ámbito fenicio al ámbito griego?

 

Respuesta - La influencia fenicia en el sur peninsular, a través de un intenso comercio de intercambio que produjo un periodo al que conocemos como orientalizante, es innegable pero en demasiadas ocasiones se nos olvida la presencia de los griegos desde tiempos remotos. Tenemos, por ejemplo, el yacimiento de La Bastida en Totana (Murcia), perteneciente a la Cultura Argárica (desarrollada entre el III y el II milenio a.C.), que está dotado de un sistema de fortificación estratégica que hace suponer que fue una de las ciudades más desarrolladas política y militarmente de la Europa de su época, cuyos elementos se desconocían aquí y son semejantes a los de la civilización minoica, a los del Próximo Oriente y a los de Anatolia. Uno de estos elementos arquitectónicos más notables es un arco apuntado que remata una poterna cuyos precedentes se encuentran en el urbanismo próximo-oriental y en la segunda ciudad de Troya (Anatolia); de este dato podríamos deducir que en su construcción participaron gentes venidas del Mediterráneo Oriental y que en la Cultura del Argar se atisban elementos exóticos de origen anatolio. Es a este periodo histórico al que pertenecen los dos fragmentos de cerámica micénica, fabricadas en la Argólida, en la región del Peloponeso, encontrados por el arqueólogo José C. Martín de la Cruz en el yacimiento del Llanete de los Moros en Montoro (Córdoba) datados entre el 1300 y el 1230 a.C. uno y entre el 1230 y 1100 a.C. el otro. En cuanto a la escritura tartesia, de la que deriva la ibérica, comulgo con la hipótesis de Gómez-Moreno quien la consideró anterior a la fenicia y cuyo origen sería, muy probablemente, el Lineal B micénico y, seguramente, contemporáneo de éste.

 

 

 

Fragmento cerámico del Cabezo de San Pedro, Huelva. Foto: J.R. Rivera

 

Pregunta - Esta teoría también echaría por tierra las tesis de los que defienden un carácter autóctono de la cultura tartesia ¿no es así?

 

Respuesta - Mi opinión es que la civilización tartesia fue el resultado del sincretismo entre una cultura autóctona ancestral y la de aquellas gentes venidas desde el Mediterráneo Oriental.

 

Pregunta - Usted aborda en su libro la cuestión del vasco-iberismo ¿es partidario o detractor de esta doctrina?

 

 

J.R. Rivera en su estudio. Foto cedida por el autor

 

Respuesta - La verdad es que no la comparto pues el uso casi exclusivo de cierta similitud fonológica entre algunos vocablos vascos e ibéricos con la apariencia de ser cognados, cuando el vasco moderno está tan alejado del vasco antiguo, lengua apenas documentada, y el abuso de las etimologías, especialmente de la toponimia sin referencia epigráfica alguna, me hacen creer que no es el camino adecuado. Esta teoría tuvo sus inicios en el siglo XVI con Lucio Marineo Sículo y Esteban de Garibay, teniendo en el XVIII y el XIX como firmes valedores a los doctos Wilhem von Humboldt (1767-1835), Emil Hübner (1834-1901) y Hugo Schuchardt (1842 1927) y, aunque en nuestros días todavía hay quien se empeña en ella, lo cierto es que el vasco-iberismo ya fue desechado a mediados del siglo pasado por Antonio Tovar y el mismísimo Koldo Mitxelena.

 

Tampoco estoy de acuerdo con la corriente imperante en nuestro tiempo: la onomástica que sólo parece ver en las inscripciones ibéricas nombres de personas. Este método lo planteó Jürgen Untermann (1928-2013) ya avanzado el siglo anterior y se basa en los antropónimos de los jinetes ibéricos que integraban la turma salluitana registrados en el Bronce de Áscoli a quienes el cónsul Cneo Pompeyo Estrabón concedió la ciudadanía romana en el año 89 a.C. como recompensa a los servicios prestados. Guerreros íberos que, muy probablemente, no hablaban latín y a quienes, muy posiblemente, les tomó la filiación un funcionario romano que desconocía la lengua ibérica. El propio Javier Velaza reconoce en su Epigrafía y lengua ibéricas que: “la latinización o bien otros fenómenos fonéticos internos a la propia lengua ibérica pueden estar enmascarando el análisis de alguna de estas formas…”, “a juzgar por los ejemplos del Bronce de Ascoli, no existe una relación clara entre el nombre del padre y el del hijo…”, “una cuestión que se nos escapa totalmente por el momento es la de si estos elementos simples que funcionan en la composición onomástica son sustantivos, adjetivos, verbos o cualquier otra categoría de palabras o de morfemas y si, por ejemplo, pudieron funcionar solos en calidad de tales…”, “en este sentido es imposible de determinar si un antropónimo testimoniado en una inscripción ibérica es masculino o femenino..”, “en términos generales este es nuestro estado de conocimientos de la antroponimia ibérica…”, “el hecho de que no podamos distinguir la categoría de las palabras –excepción hecha de los nombres de persona- nos coloca ante una situación de bloqueo;…” y, por último, que “un grado todavía mayor de incertidumbre preside el análisis de los textos desde el punto de vista sintáctico”.

 

 

Portada del libro

 

Tanto es así que ni siquiera han logrado ponerse de acuerdo durante las últimas décadas en el significado de segmentos tan recurrentes en las inscripciones ibéricas como son: ban, bas, bel, bels, eban, ebanen, ekiar o iumstir.  Y aún más: que continúen aferrándose al sistema onomástico cuando el venerable profesor Untermann, ya en las postrimerías de su vida, en la salutación que dirigió al IX Coloquio sobre Lenguas y Culturas Paleohispánicas, se examina y llega a la siguiente conclusión: “de todas maneras, a mi no me resulta fácil aceptar las ideas que acabo de mencionar –ni las antiguas, en parte ya clásicas, ni las nuevas-. Pero eso es culpa y responsabilidad mía, y no puedo hacer otra cosa que pedirles perdón a los colegas y sobre todo a los alumnos de estos, si les he desconcertado con mis opiniones heréticas, y rogarles que las olviden lo antes posible. Y a mis alumnos en la Península les ruego que me crean al decirles que para mi es un desengaño enorme, que la confianza que me han dispensado les haya llevado a un callejón sin salida respecto a su futuro académico…” Está demostrado que el vericueto de la onomástica no ha conducido a ninguna conclusión satisfactoria y de continuar por esta senda les llevará a los mismos resultados. En su cerrazón se niegan no sólo a probar nuevos caminos sino también a aceptar que puedan haberlos.

 

 

Pregunta - ¿Con qué dificultades se enfrenta el estudio de este tipo de lenguas?

 

Respuesta - Para mi la principal dificultad ha sido la soledad, el no haber podido trabajar en equipo. El estudio de la lengua ibérica necesita, por lo menos, de la lingüística, de la historia, de la arqueología, de la numismática y de la epigrafía. Esta ciencia multidisciplinar viene a llamarse hoy Paleohispanística. En cualquier caso he aplicado, durante los casi quince años que han durado mis investigaciones, el lema de don Manuel Gómez-Moreno: “humildad y trabajo paciente.”

 

Pregunta - ¿Qué hay de la teoría que apunta a un posible origen africano del ibero?

 

Respuesta - Mi conclusión es que las hasta ahora llamadas lenguas tartesia, ibérica y celtibérica pertenecen a la familia indoeuropea puesto que son fusionantes, es decir, presentan flexión en los sustantivos, en los adjetivos y en los verbos; se intuye en todas ellas un alineamiento morfosintáctico del tipo nominativo-acusativo que acabaré de estudiar en un próximo trabajo; existe concordancia en cuanto a número (he podido observar incluso un dual) entre sustantivos, adjetivos, pronombres y formas verbales y, por último, se distinguen los géneros gramaticales: masculino, femenino y neutro. Estas lenguas están emparentadas con las del grupo griego (micénico, arcaico, épico, jonio, dorio, eólico, beocio, lacedemonio y ático).

 

Pregunta -  ¿No hay rastro de ninguna influencia semita en las lenguas peninsulares?

 

Respuesta - No, a lo sumo he encontrado cuatro aportaciones léxicas:

 

 

Pregunta - ¿Ha podido identificar algún rastro de estas lenguas en nuestro vocabulario actual?

Respuesta - En el epílogo de mi ensayo apunto la sospecha de que las lenguas romances españolas no deriven del latín sino del íbero puesto que la estructura de todas ellas se asemeja más entre sí a la lengua ibérica y al griego que a la supuesta lengua madre latina aunque sea evidente la importancia de ésta. En nuestro léxico todavía quedan palabras