Los hermanos Tanner
de Robert Walser

Los hermanos Tanner

 

 

Fuente librosyliteratura. Autor: Robert Walser

 

Una novela placentera e intensa como una larga caminata por el bosque.

 

Me gusta caminar.  Reconozco que muy pocas veces lo hago, que con las prisas y las obligaciones diarias, siempre termino yendo a todas partes en coche, pero siempre me ha gustado.  No me refiero a pasear, o a aprovechar que tengo que ir de un lugar a otro para hacer algo de ejercicio; lo que realmente me gusta es deambular por la ciudad, apartarme de la ruta más razonable entre el origen y el destino y volver a encontrarla casi por casualidad, recorrer, a buen paso pero sin prisa por llegar, calles desconocidas.

 

Algo parecido me sucede con los libros: cuando durante una lectura se menciona un título o un autor, se abre ante mí una nueva calle por la que no puedo dejar de transitar, un camino hacia quién sabe qué nuevos barrios literarios.  A fin de cuentas, ¿quién puede dejar de leer El coronel Chabert después de las páginas que le dedica Javier Marías en Los enamoramientos? ¿Quién es capaz sustraerse a la curiosidad de disfrutar de la fascinante prosa de Sir Thomas Browne al cerrar las páginas de Los anillos de Saturno de Sebald —otro gran caminante, por cierto—?

 

 

Dicho esto, es de imaginar que Dublinesca, de Enrique Vila-Matas, con su infinidad de referencias y citas, ha sido para mí el punto de partida de numerosas expediciones librescas: no es que de sus páginas nazcan calles que llevan hacia otros títulos y otros escritores, es que el libro en sí es una de esas grandes plazas donde confluyen todas las avenidas importantes de la ciudad.

 

Pero de todas las rutas literarias que he recorrido a partir de aquella encrucijada, la que más me maravilló en su día fue la que me llevó a Robert Walser, hasta entonces un completo desconocido para mí.  Walser (en quien ya se inspirara Vila-Matas para su Doctor Pasavento) es el caminante por excelencia, tanto por su desmedida afición a pasear como por su constante empeño en que su vida fuese una especie de itinerar continuo sin dejar la más mínima huella en ninguna parte.  El escritor suizo consiguió en parte su objetivo, pues el relativo éxito de sus primeras novelas fue pronto olvidado por el gran público, pero su particular visión de la literatura y su inconfundible manera de escribir dejaron una profunda impresión en escritores como Kafka, Hesse, Canetti o Musil, y más recientemente Coetze o el propio Vila-Matas.  Pero no me quiero extender demasiado sobre Walser, su biografía o su carácter, de los que ya hablamos a raíz de la lectura de Jakob von Gunten.

 

Los hermanos Tanner es otra de sus obras de juventud (la escribió dos años antes que Jakob von Gunten, con apenas diecinueve años de edad).  Simon Tanner, su protagonista, es un joven idealista y soñador, incapaz de estudiar o de hacer algo de provecho.  Al igual que Bartleby se oponía a cualquier forma de acción, Simon se niega a estarse quieto, a rendirse a la comodidad, la conveniencia o la rutina, lo que le impide permanecer más de dos días en un mismo empleo.

 

“—No tengo tiempo de quedarme en una sola y única profesión —replicó Simon—, y jamás se me ocurriría, como a muchos otros, echarme a descansar en un oficio como en una cama de muelles.  No, jamás lo conseguiría, ni aunque llegase a tener mil años.  Preferiría ser soldado.

 

—Tenga cuidado, no vaya a ser que acabe así.

 

—También hay otras salidas.  Lo de ser soldado es un decir mío, con el cual me he acostumbrado a terminar mis discursos.  ¿Qué salidas no tendría un joven como yo?  En verano puedo ir al campo y ayudar a un campesino a guardar a tiempo la cosecha en sus graneros: me recibirá bien y apreciará mi fuerza.  Me dará de comer, buena comida, pues se cocina bien en el campo; cuando me vaya pondrá en mi mano algún dinero en efectivo, y su joven hija, una chiquilla fresca y guapísima, me sonreirá con tanta gracia al despedirse que me quedaré pensando un largo rato en ella al proseguir mi camino.  ¿Qué tiene de malo dar caminatas, aunque llueva o esté nevando, si se posee un par de piernas sanas y se dejan en casa las preocupaciones?  Usted, en la estrechez de su rincón, no se imagina lo delicioso que es correr por los caminos del campo.”

 

Infatigable caminante y vehemente conversador; fantasioso, apasionado, impredecible, descarado y emocionalmente incontinente (“Pero resulta que yo digo todo lo que se me pasa por la cabeza.  ¿Acaso no deberíamos poder decirlo todo?  ¡Cuántas cosas se pierden por querer examinarlas detenidamente primero!”); Simon es una persona sin doblez que sólo sabe admirarse con lo que se encuentra y amar sin condiciones ni límites y que, por tanto y desgraciadamente, en una sociedad como la nuestra, está abocado a ser un tipo raro, un disfuncional, un fracasado que, sin embargo, es feliz siéndolo.

 

“—Joven, es usted demasiado impulsivo —dijo el director—. ¡Se está minando el futuro!

 

—No quiero un futuro, lo que quiero es un presente.  Me parece más valioso.  Sólo se tiene un futuro cuando no se tiene un presente.”

 

Los hermanos Tanner es, hasta donde yo sé, una novela indisimuladamente autobiográfica.  La personalidad de Simon es calcada de la de Robert Walser, no sólo su afición por las caminatas o su carácter vagabundo; ambos comparten su obcecación en pasar sin dejar huella ni crear lazos perdurables o su inestabilidad emocional.  También el resto de los Tanner (Karl, artista entregado a su creación; el serio y responsable Klaus, cuya felicidad yace sepultada bajo una avalancha de obligaciones y preocupaciones; Hedwig, maternal y resignada a no poder vivir tan libremente como sus hermanos por el hecho de ser mujer; Emil, ingresado en un manicomio) tienen su equivalente entre los hermanos de Robert Walser.

 

Que un escritor se inspire en su vida y la de su familia para escribir una novela no tiene demasiado de extraordinario. Casi todos los escritores, en algún momento dado, echan mano de su experiencia personal para sus obras. Que el autor describa con detalle su propia muerte cincuenta años antes de que suceda es mucho más extraño e inquietante; así describe Robert Walser el momento en que Simon Tanner encuentra el cadáver de un conocido, fallecido mientras daba un largo paseo por la nieve:

 

“¡Con qué nobleza ha elegido su tumba!  Yace en medio de espléndidos abetos verdes, cubiertos de nieve.  No quiero avisar a nadie.  La naturaleza se inclina a contemplar su muerto, las estrellas cantan dulcemente en torno a su cabeza y las aves nocturnas graznan: es la mejor música para cualquiera que ya no tiene oído ni sensaciones. (…)  Yacer y congelarse bajo las ramas de abeto sobre la nieve: ¡qué espléndido reposo!  Es lo mejor que pudiste hacer.”

 

Al menos, de las palabras de Simon se deduce que ese era el modo en que Robert Walser quería morir: caminando por la nieve hasta la extenuación, y que la naturaleza fuese su tumba.  Incluso en el último instante consiguió hacer las cosas a su manera.

 

Al contrario de lo que sucede en la mayoría de las novelas, autobiográficas o no, en Los hermanos Tanner no sucede nada remarcable: Simon bandea de un trabajo a otro, conoce personas que le interesan, conversa con ellas y al poco las abandona, se reencuentra con sus hermanos y se despide de ellos… y camina, camina incansablemente, por el campo y por la ciudad.

 

Lo fascinante (porque sí, es fascinante) de esta novela no es lo que sucede a lo largo de sus páginas ni cómo acabará, sino el maravilloso torrente de literatura que arrastra al lector desde la primera página. Todos los personajes se comportan como en una especie de trance, como si no pudieran ni por un momento sustraerse al asombro de estar vivos.  Todos monologan encadenando una frase brillante tras otra: cómicas, dramáticas, profundas, vitales… si son de los que suelen subrayar los párrafos más destacados de un libro, vayan comprándose una buena caja de lápices.  Les hará falta.

 

Ese asombro, esa pasión por la vida empapa cada página del libro.  Los hermanos Tanner nos transporta a un estado primigenio y casi infantil en el que cada cosa, por insignificante que sea, es capaz de despertar admiración y sorpresa. Un mundo inocente y fascinante en el que la vida es como en realidad debería ser, o como siempre debió haber sido: libre y plena, demasiado hermosa para malgastarla.

 

“No puedo vivir y despreciar mi vida.  Tengo que buscarme otra vida, una nueva, aunque mi vida entera deba consistir en la simple búsqueda de esa vida.  ¿Qué es ser respetado en comparación con ser feliz y haber satisfecho el orgullo de nuestro corazón?”

 

Simon Tanner y Robert Walser quisieron consagrar sus vidas al instante presente, quisieron ser libres para caminar sin dejar huellas que les atasen a nada ni a nadie, ser felices y —como dijo Kafka sobre el protagonista de esta obra— “no producir nada, a no ser el gozo del lector”.  Quizá sea imposible para cualquiera de nosotros vivir así; pero si les gusta pasear por las páginas de un buen libro, no dejen de darse un vuelta por este.

 

 

Fuente unlibrocadadia. itas: Un artista desdichado es como un rey desdichado.

 

Nosotros sí que vemos cosas bellas; no os afanéis, ojos de los demás humanos, nunca veréis lo que nosotros vemos.

 

Pronto tu cabeza me parecerá la mía, a tal punto que ya estás dentro de ella; tal vez de aquí a un tiempo, si la cosa sigue así, acabaré cogiendo cosas con tus manos, corriendo con tus piernas y comiendo con tu boca.

 

Hay novelas caviar, como Los hermanos Tanner. Al menos yo he sido muy feliz tragándome a cucharadas o bolita por bolita su extraña deliciosidad. Eso sí, están todos como las cabras de Heidi, será por ser suizos y andar por los montes. Si no os gustan las personas que pasan su vida en éxtasis por cómo cae la miel en la tostada o el sol en el horizonte, si os sacan de quicio los inadaptados exaltados capaces de caminar toda una noche por el placer de caminar, si no comprendéis a los que deciden apearse de la vida y soñar por los rincones, ni os molestéis en leerlo; aunque Walser escriba muy bien os vais a enfadar porque a Simon, que tiene la moral social de una chirla, le salgan siempre al paso los deus ex machina que quedan seducidos sin remedio y sucumben porque de él emana un deseo de preguntar y sorprenderse, un deseo intenso de saber algo sobre usted.

 

Ha de haber en usted algo profundo que nadie parece advertir porque usted mismo no hace el menor esfuerzo por ponerlo en evidencia y darle brillo. Tal vez también los que se toman todo muy en serio se enfaden porque Walser escribe y vive sin esfuerzo y como le da la gana sobre lo que le da la gana. Pues que sepáis que Walser piensa que la seriedad excesiva y sagrada con que se aborda una cosa puede y debe dañar forzosamente a la cosa misma.

 

No os engañéis, Simon y su autor parecen mansitos e inofensivos pero son demoledores: destroza más el que se queda al costado oliendo manzanas, nueces y caminando por la nieve que el que enarbola la bandera de protesta. El desasosiego extremo no tiene otra salida que el abandono del trencito de la normalidad.

 

No haces sino deslizarte por los rincones y hendiduras de la vida, le dice a Simon Karl, el hermano serio y aún así un poco pallá. Simon Tanner,  que tiene menos gorriones que un pajar ardiendo como decía mi abuelo, renuncia a toda posibilidad y a todas sus cualidades, prefiere quedarse extasiado ante un misal agarrado por la mano voluptuosa de su patrona o por esas ensoñaciones que le nacen de observar, andar siempre fuera, en el frío, con los cuellos del abrigo levantados, esperando ante la puerta de un jardín con el corazón palpitante, acudir cuando necesita dinero a ese hallazgo literario que es la copistería para desocupados, donde los desharrapados sociales hacen de amanuenses copistas cuando todavía se escribía todo a mano.

 

Tal vez lo que conmueve de Robert Walser y de sus personajes sea su manera de quedarse en la superficie a sabiendas, su necesidad de estar cerca del suelo y sentirse oriental (en Suiza a los que eligen vagar al azar y no ser respetables ciudadanos los considerarán poco menos que salvajes o al menos holgazanes).

 

Yo me hago la resabiada, pero encajaría perfectamente en una novela de Walser. Las mujeres de la novela (extraña mezcla de necesidad de ternura y ganas de sentirse constantemente amenazadas por algún peligro grave) no le andan a la zaga a Simon: lloran de sentimiento y se exaltan de felicidad en la longitud de una sola frase, pasean con vestidos rojos y galgos atados de traíllas de cuero, quieren salir corriendo dramáticas a Italia y luego deciden que no, que mejor se quedan siendo maestras en el campo y se ríen, se casan con científicos suizos calvos y luego se dejan seducir por armenios morenos y abandonadores.

 

Alfaguara editó Los hermanos Tanner en español en el 85 en esa colección morada y gris en la que también andaba Cerca del corazón salvaje. Antes podías comprarlos de segunda mano por nada; ahora como a la Lispector y a Walser los publicó Siruela, es imposible encontrar esos libruchos baratos ni aún con el canto sujeto con cinta adhesiva. Id y sacadlo de la biblioteca del pueblo, que gracias a la tilinguería digital anda desierta.

 

Por fuera del libro:

Walser decidió morirse igual que el poeta Sebastian se muere en Los hermanos Tanner, paseando por la nieve. Creo que nadie puede tomarse su propia muerte y su propia obra tan a broma. Una cena de Navidad con los hermanos Walser cuando estaban todos sin suicidar te la regalo.

 

 

Fuente ellamentodeportnoy. Declaro, en esta turbia tarde primaveral, que no hablaré de Herisau ni colgaré la foto de Walser muerto en la nieve. Ni que Me había levantado para irme a casa; porque ya era tarde, y todo estaba oscuro, etc

 

Como siempre, copio de la wikipedia: “Hijo de una familia numerosa, Walser abandonó la escuela a los 14 años y se irá de la casa paterna a los 17. Ejerció todo tipo de empleos para subsistir y paralelamente ir escribiendo: trabajó como empleado de banca, como sirviente o como secretario, lo que será decisivo en sus textos. (…) Se alojó en Berlín con su hermano, el pintor Karl Walser. Y entre 1907 y 1909, publicó tres grandes novelas: Geschwister Tanner, en 1907; Der Gehülfe, en 1908; y Jakob von Gunten, en 1909”

 

Estamos lejos de Herisau, lejos de los microgramas, lejos de la ansiedad y las alucinaciones, lejos del informe que manifiesta que "El paciente confesó escuchar voces”.

 

Walser no tenía aún 30 años cuando se publicó Los hermanos Tanner.

 

Los hermanos de Walser, sobre todo Karl, el pintor, sobrevuelan las páginas de la novela transfigurados en miembros de la numerosa familia Tanner.

 

Los fantasmas de Biel, Basilea, Stuttgart y Zürich, ciudades donde vivió Walser, conforman la ciudad innominada de Los hermanos Tanner.

 

Los monótonos e insufribles trabajos que Walser desempeñó, pasan por las páginas de la novela, creando una subtrama de rebeldía ante la explotación laboral que al mismo tiempo se muestra como un alegato contra el sinsentido de la vida asalariada.

 

No quiero decir con esto que Los hermanos Tanner sea una narración autobiográfica. Pero los paralelismos entre la realidad (o aquellos hechos que conocemos a través de biografías y relatos de su vida) y la ficción nos hacen pensar que Walser pretendía exponer a través de la literatura una idea vital, un manifiesto sobre la libertad y el individuo, a partir de sus propias experiencias, a partir del sentimiento de un Yo que no se adapta a las exigencias de un sistema absurdo.

 

Al contrario, por ejemplo del Ulrich de El hombre sin atributos, un burgués de clase alta que no precisa ocupación, una situación constante en mucha literatura anterior y del siglo XX, el trabajo está permanentemente presente en Los hermanos Tanner. De hecho la novela se inicia con una ingenua-estrafalaria-arrogante petición de trabajo del joven Simon Tanner, personaje que constituye el foco narrativo. “Quiero ser librero”, “el oficio de librero me ha parecido siempre fascinante y no veo porque habría de consumirme más tiempo lejos de tan entrañable y hermosa ocupación”. Sin embargo, pocas páginas más adelante, Tanner se despide con estas palabras:

 

 

— Usted me ha desilusionado, y no ponga esa cara de sorpresa, ya es imposible cambiar nada: hoy mismo me iré de su tienda y le ruego que me pague mi sueldo. Déjeme terminar, por favor. Sé demasiado bien lo que quiero. En estos ochos días el trabajo en la librería se me ha vuelto aborrecible si ha de consistir en pasarse el día entero, desde la mañana hasta bien entrada la noche, mientras allá fuera brilla un suavísimo sol invernal, de pie junto a un escritorio, con el espinazo curvado porque el mueble es demasiado pequeño para mi estatura, y en escribir como cualquier amanuense de mala muerte, cumpliendo una labor que no se aviene nada bien con mi carácter. Puedo hacer cosas muy distintas, mi estimado señor librero, de las que aquí tienen a bien confiarme. Creí que en su tienda podría vender libros, atender a un público elegante, hacer una reverencia y decir adiós a los clientes que se dispusieran a abandonar la librería.

 

También creí que tendría oportunidad de echar una ojeada a los arcanos del comercio de libros y captar al vuelo los rasgos del mundo en el rostro y la marcha del negocio. Mas no hubo nada de todo esto. ¿Cree acaso que mi juventud está atravesando un momento tan malo que me obligue a asfixiarla y encorvarla en una lanería perfectamente inútil? También se equivoca usted, por ejemplo, si piensa que la espalda de un joven está ahí para encorvarse. ¿Por qué no me asignó un buen escritorio o un pupitre decente, que se adaptara a mi talla? ¿No hay acaso magníficos escritorios de estilo americano? Si se quiere tener un empleado, digo yo, es preciso saber también instalarlo. Y esto es algo que usted, según parece, ignoraba. Sabe Dios todo lo que se le exige a un joven principiante: diligencia, fidelidad, puntualidad, tacto, lucidez, modestia, mesura, perspicacia y quién sabe cuántas cosas más.

 

Sin embargo, ¿a quién se le ocurriría exigirle una virtud cualquiera a un señor jefe? ¿Debo acaso echar por la borda mis energías, mi deseo de hacer cosas, la alegría que me inspiro a mí mismo y mis brillantísimos talentos detrás del viejo, miserable y estrecho escritorio de una librería? No, antes que hacer algo así preferiría alistarme como soldado y vender totalmente mi libertad, para no volver a poseerla nunca más. No me gusta, estimado señor, poseer algo a medias; prefiero contarme entre los que nada tienen, al menos así mi alma aún será mía. Pensará que es poco decoroso hablar con tanta vehemencia y que éste tampoco es el lugar apropiado para hacerlo: pues bien, aquí me callo, págueme lo que me corresponde y no volverá a verme nunca más.

 

No quiero decir con esto que Los hermanos Tanner sea una novela (llamémosla) anti-sistema. En realidad no creo que lo sea. Es una novela muy personal, muy centrada en el individuo, focalizada en el personaje principal. Es cierto que la novela está dirigida por un narrador omnisciente, pero avanza prácticamente a través de los pensamientos y parlamentos de Simon Tanner. Luego, no se convierte en un mensaje individual contra el funcionamiento de la sociedad, sino la particular visión del mundo de un ser que se adapta con dificultad a las normas sociales, al mismo tiempo que se nos muestra en ocasiones veleidoso, inconstante, incongruente e incluso mentiroso:

 

A Klara: “Mi padre es hombre pobre pero feliz de vivir (…) Pero mi madre me dejó, y a mis hermanos mucho más que a mí, una serie de ideas al traerme a este mundo (…)  (nosotros, sus hijos) Vivimos dispersos por este mundo ancho y redondo, lo cual es una gran cosa porque todos tenemos temperamentos, sabe usted, que no soportarían una convivencia prolongada”

 

A la dama que le contrata para cuidar a su hijo: “Mis padres me dejaron un pequeño patrimonio que acabo de consumir hasta el último céntimo. Juzgaba innecesario trabajar. Y estudiar algo tampoco me apetecía. Sentía que un día era algo demasiado hermoso como para tener la insolencia de profanarlo trabajando. Ya sabe usted cuánto se pierde por culpa del trabajo cotidiano. Me sentía incapaz de consagrarme a una ciencia a cambio de renunciar al espectáculo del sol y de la luna al caer la tarde. Necesitaba horas para contemplar un paisaje vespertino, y he pasado noches enteras sentado en la hierba, en vez de en un escritorio o en un laboratorio, mientras a mis pies pasaba un río y la luna atisbaba por entre las ramas de los árboles. La sorprenderá escuchar esta confesión, pero ¿por qué habría de contarle una mentira?”

 

Ahí radica la cuestión, “¿por qué habría de contarle una mentira?”, o más bien ¿por qué Simon miente y es sincero al mismo tiempo? Miente respecto a su familia (o mintió la primera vez al hablar con Klara), pero es absolutamente sincero respecto a que “Sentía que un día era algo demasiado hermoso como para tener la insolencia de profanarlo trabajando”.

¿Debemos creerle cuando dice que “Cuando veo trabajar a la gente me avergüenzo sin querer de no tener ninguna ocupación, pero creo que no puedo hacer más que sentir, precisamente, esa vergüenza. Tengo la sensación de que los días me los regala algún dios bonachón que se complace en tirarle algo a un haragán”?

¿O cuando afirma lo siguiente?

 

— Cuando voy a trabajar a las ocho de la mañana, me siento increíblemente solidario con todos los que también tienen que entrar a las ocho de la mañana. ¡Qué gran cuartel, esta vida moderna! Y no obstante ¡qué hermosa y rica en ideas es justamente esta uniformidad! Anhelamos constantemente algo que debería ocurrirnos, que debería salirnos al paso. ¡Es tan poco lo que poseemos! ¡Somos tan pobres diablos! ¡Nos sentimos tan perdidos en medio de todo ese culturalismo, de todo ese orden y esa exactitud! Subo los cuatro pisos por la escalera, entro, doy los buenos días y empiezo a trabajar. ¡Dios mío! ¡Qué poco debo rendir! ¡Qué pocos conocimientos se me exigen! ¡Qué poco parecen sospechar que también podría hacer cosas muy distintas! Pero ahora me viene muy bien esta espléndida falta de exigencias por parte de quienes me dan trabajo. Puedo pensar mientras trabajo, tengo grandes probabilidades de convertirme en pensador. ¡Pienso en usted con frecuencia!

 

¿Podemos creer algunas de las cosas que dice a otros personajes? Para encontrar la característica principal del personaje central de Los hermanos Tanner debemos hacernos otra pregunta: ¿Qué define exactamente a Simon Tanner?

 

La respuesta es el (El) paseo.

 

Tanner deambula por la ciudad, por sus parques, por los montes. Incluso en una ocasión camina durante toda la noche en la oscuridad a través del campo… ¿por qué?

No hay un motivo claro. El objeto no es llegar a un sitio concreto. Pasear constituye una alegoría de la vida. Ya sabemos cual es el destino que nos aguarda al final del camino. Lo importante es el paseo. Caminar. La forma en que recorremos el camino.

En El paseo, Walser ensalza esa forma de ver la vida. Hay cierta impostura en la actitud del caminante, una alegría falsamente desbordada, de admiración y perplejidad, pero es precisamente la que escoge para mostrarse ante los demás. Es una decisión vital y una actitud literaria. Algo parecido ocurre con Tanner, con Simon. Su actitud ante los demás puede ser cuestionada, pero es precisamente en esas caminatas donde Walser muestra verdaderamente al personaje y donde, quiero creer, es más afín a él y la novela toma un cariz más autobiográfico que en esas coincidencias circunstanciales autor-personaje.

 

Los fragmentos de Los hermanos Tanner de la traducción de Juán José del Solar para Siruela.