Ve y dilo en la montaña
de James Baldwin

VE Y DILO EN LA MONTAÑA. DE INTERÉS GENERAL

 

 

Fuente Wikipedia. Ve y dilo en la montaña (título original en inglés, Go Tell It on the Mountain) es una novela semi-autobiográfica del estadounidense James Baldwin, publicada en 1953. La novela examina el papel de la iglesia cristiana en las vidas de los afroamericanos, tanto como fuente de represión e hipocresía moral y como una fuerza de inspiración y comunidad. También, más sutilmente, examina el racismo en los Estados Unidos.

 

En 1998, la Modern Library clasificó Ve y dilo en la montaña 39.ª en su lista de las 100 mejores novelas en inglés del siglo XX. La revista "Time" incluyó la novela en su lista de cien mejores novelas publicadas en inglés entre 1923 y 2005.

 

Resumen de la trama

 

El primer capítulo cuenta la historia de John, un chico joven afroamericano en Harlem en los años treinta. John ha sido criado por su madre Elizabeth y su marido predicador Gabriel, quien es el padre legal de John y es estricto y ofensivo para sus dos hijos y su esposa. La filosofía religiosa de Gabriel es dura y una de salvación a través de la fe en Jesús, sin la cual uno se ve condenado al infierno. John odia a su padre y sueña con herirlo o matarlo y escapar corriendo. Los personajes son miembros de la iglesia del Templo del Fuego Bautizado en Harlem, una denominación protestante pentecostal.

 

La oración de Florence narra la historia de su vida. Nació de un esclavo liberto que eligió seguir trabajando en el Sur para una familia blanca. Su madre siempre favoreció a Gabriel, el hermano menor de Florence, lo que hizo que Florence sintiera un deseo de escapar de su vida. Disgustada por el acoso sexual de su jefe, Florence compra un billete de idea a Nueva York y deja a su madre en su lecho de muerte con Gabriel. En Nueva York, Florence se casa con un hombre disoluto llamado Frank, lo que dio como resultado una lucha de poder dentro de su matrrimonio que acabe después de diez años cuando Frank se marcha una niche y nunca regresa. Más tarde muere en Francia durante la Primera Guerra Mundial, pero Florence sólo descubre esto gracias a la novia de Frank.

 

 

La oración de Gabriel comienza con una descripción de su estilo borracho y ligón de adolescente, antes de su renacimiento en Cristo y el comienzo de su carrera como predicador. Después de su conversión forma una relacaión con una amiga de la infancia de Florence, una mujer ligeramente mayor de su ciudad llamada Deborah que sufrió una violación en grupo de adolescente, por un grupo de hombres blancos. Deborah es devota en su fe, y Gabriel usa su fuerza para convertirse en un reverendo famoso él mismo. Sin embargo, a pesar de sus convicciones religiosas, Gabriel es incapaz de resistir su atracción física por una mujer llamada Esther. Esther y Gabriel trabajan para la misma familia blanca. Gabriel tiene un breve romance con ella pero luego le pone fin por la culpa. Cuando Esther descubre que está embarazada, Gabriel roba los ahorros de su esposa y se los da a Esther para acallar el asunto y permitir que Esther se vaya para tener a su hijo; se marcha a Chicago pero muere dando a luz a su hijo, Royal. Royal conoce a su padre pero no sabe nada sobre su relación, y con el tiempo muere en una lucha de bar en Chicago. Gabriel es incapaz de parar la muerte de su hijo. Deborah, que sabía o sospechaba que Royal era el hijo de su esposo desde el principio, advierte a Gabriel antes de su muerte por abandonar a Esther y su hijo.

 

La oración de Elizabeth, la más corta de las tres, cuenta su historia. De jovencita, estaba muy próxima a su padre, pero al morir su padre, se ve obligada por una orden del tribunal a vivir con una tía fría y dominante, y luego se va a vivir en Nueva York con un amigo de su tía que es un médium espiritualista. Se revela que Gabriel no es el padre biológico de John, pues Elizabeth había ido a Nueva York con su novio, Richard, un "pecador" autodidacta que no creía en la iglesia y que nunca cumplió su promesa de casarse con Elizabeth. Arrestan a Richard por un robo que él no ha cometido, y aunque lo absuelven en el juicio la experiencia – incluyendo el abuso que sufre a manos de los oficiales de policía blancos – lo lleva a suicidarse en su primera noche en casa. Elizabeth, entonces embarazada de pocos meses con John, se pone a trabajar, y allí conoce a Florence. Florence la presenta a Gabriel, con la que se casa.

 

El capítulo final vuelve a la iglesia, donde John ve a su amigo Elisha caer al suelo en un éxtasis religioso y él mismo luego se ve atrapado en una experiencia espiritual pentecostal y cae al suelo. Tiene una serie de visiones oníricas en las que ve el infierno y el cielo, la vida y la muerte, y también a Gabriel alzándose sobre él. Cuando recupera sus sentidos, dice que él ha sido salvado y que ha aceptado a Jesús como su salvador.

 

Cuando el grupo se está marchando de la iglesia, los viejos pecadeos son recordados mientras Florence amenaza con hablar a Elizabeth del sórdido pasado de Gabriel. Aunque ella no se lo dice a Elizabeth, confía en que al final, con el tiempo, ella lo descubra.

 

Personajes

 

John, el protagonista. Tiene catorce años al principio de la novela; se le describe como raro y frágil.

Roy, medio hermano menor de John, quien es agredido por blancos en la primera sección de la novela. Se le describe como bullicioso.

Ruth, hija, bebé, de Gabriel y Elizabeth.

Sarah, hija de Gabriel y Elizabeth.

Elizabeth, segunda esposa de Gabriel. De niña va a vivir con su tía en Maryland después de la muerte de su madre. Elizabeth habla con cariño de su amante padre. Elizabeth es la madre de cuatro personajes del libro: John (con Richard) y Roy, Ruth, y Sarah (con Gabriel).

Gabriel, el padre. Es un diácono, y tiene prejuicios contra los blancos. Muestra gran antipatía, incluso odio, hacia John.

La tía Florence, hermana mayor de Gabriel y por lo tanto tía de John. Intercede con su hermano sobre los castigos que inflige.

Elisha, el sobrino del pastor. Intenta convencer a John de que sea un joven bueno, temeroso del señor.

Hermana Price

Hermana McCandless

Deborah, primera esposa de Gabriel. De jovencita, la violó un grupo de blancos.

Madre Washington, una parroquiana.

Ella Mae, nieta de Madre Washington.

Frank, esposo de Florence, que murió en la Primera Guerra Mundial en Francia. Bebía, era un disoluto, y no ahorraba nada de dinero.

Elder Peters, un anciano de la iglesia.

Esther. Bebe whisky y dice quye no tiene tiempo para rezar. Gabriel, sintiendo una pasión que no sintió por su primera esposa, tiene relaciones sexuales con ella y acaba la relación nueve días después.

Royal, hijo ilegítimo de Gabriel y Esther. Cuando llega la noticia de la muerte de Royal, Deborah correctamente asume que Gabriel es el padre de Royal.

Hermana McDonald, madre de Esther y por lo tanto abuela materna de Royal.

Madre de Elizabeth, que muere cuando Elizabeth es todavía una niña; descrita como de piel clara.

Padre de Elizabeth, llevaría a Elizabeth al circo cuando era niña.

Tía de Elizabeth, que vive en Maryland.

Richard, novio de Elizabeth que la lleva a la ciudad de Nueva York; autodidacta, a veces amargo, es el padre biológico de John y el verdadero amor de la vida de Elizabeth, el único personaje en el libro que ambiciona cambiar el sistema en el que viven los personajes.

Madame Williams, espiritualista, amiga de la tía de Elizabeth, con la que se queda en la ciudad.

 

Referencias a otras obras

 

Baldwin hace varias referencias a la Biblia en Ve y dilo en la montaña, especialmente a la historia de Cam, el hijo de Noé quien vio a su padre desnudo un día. De ahí que Noé maldijera al hijo de Cam, Canaan, que se convertiría en criado de los otros hijos de Noé.

 

Baldwin se reiere a otras personas e historias de la Biblia, aludiendo en un momento dado a Moisés guiando a los judíos fuera de Egipto, y trazando un paralelismo con aquel éxodo y la necesidad de un éxodo similar para los afroamericanos fuera de su papel sumiso en el que los blancos lo han mantenido. La pelea de John con Elisha evoca la historia de Jacob combatiendo contra un ser misterioso sobrenatural en el Génesis.

 

El ritmo y el lenguaje de la historia bebe intensamente del lenguaje de la Biblia, particularmente de la traducción del rey Jacobo. Muchos de los pusan las pautas de repetición identificadas por los eruditos como Robert Alter y otros como característico de la poesía bíblica.

 

Temas principales

 

Autobiografía: James Baldwin creció en Harlem y nunca conoció a su padre biológico. Su padrastro era un ministro baptista y Baldwin dijo que era agresivo y estricto.[cita requerida] También como John, Baldwin pasó por un despertar religioso a la edad de 14 años, la edad a la que Baldwin se convirtió en predicador pentecostal. Más tarde se desilusionó con la vida eclesiástica y expresó esto en sus novelas posteriores. Comenzó a presentar temas homosexuales y bisexuales en sus obras posteriores.[cita requerida] Su novela Giovanni's Room, sirve de ejemplo de estos temas y se toma como indicativo de la sexualidad de Baldwin.

 

Hay algunas alusiones a temas homosexuales en Ve y dilo en la montaña; como por ejemplo la fascinación de John y su atracción por Elisha.

 

Adaptaciones

 

En un intento de copiar el éxito de la serie de televisión del año 1977 Raíces, que era también una saga familiar afroamericana, la cadena ABC produjo una película para televisión basada en Ve y dilo en la montaña en 1984. Stan Lathan dirigió la película, con Paul Winfield protagonista del papel de Gabriel en su adultez y Ving Rhames haciendo de Gabriel en su juventud.

 

 

ANÁLISIS DESDE OTRA PERSPECTIVA

 

 

Fuente sanchezdearmas. Leo en Tiempo de morir -el estrujante testimonio sobre el motín de la cárcel de Attica en 1971- el pasaje del  huracanado encuentro de Tom Wicker con James Baldwin. Wicker, reportero, rubio y waspiano, grita a Baldwin, escritor, negro y revolucionario, que gustoso daría su piel blanca a cambio del talento literario de su amigo.

 

Wicker era un reconocido periodista, jefe de la corresponsalía en Washington del New York Times. Frecuentaba los círculos intelectuales, políticos y económicos de la capital del imperio. Sus columnas eran lectura obligada entre la clase dominante, en donde nadie olvidaba que durante cuatro horas del viernes 22 de noviembre de 1963, sus despachos fueron las únicas noticias del atentado a Kennedy en Dallas. Vivía en una gran casa, sus hijos asistían a los mejores colegios… pero se sentía fracasado: sus aspiraciones literarias quedaron en seis novelas que no cambiaron el mundo; tenía sobrepeso y estaba divorciándose. En la tarde del 10 de septiembre de 1971, después del almuerzo en un exclusivo club privado, recibió la noticia de que los presos amotinados en Attica lo querían como testigo de las negociaciones con las autoridades; y de esa experiencia nació Tiempo de morir, quizá el motivo de la discusión con Baldwin.

 

 

En una próxima entrega de JdO hablaré de ese libro que desde mi punto de vista es, con La sombra del caudillo de Guzmán, Gandhi de Fischer, Estrella roja sobre China de Edgard Snow y otros, un brillante ejemplo del periodismo puesto al servicio de la historia. Hoy quiero hablar del gran autor con quien Wicker discutía acaloradamente aquella noche.

 

James Arthur Baldwin nació en el barrio negro neoyorquino de Harlem en 1924, en plena depresión. Hijo de un predicador fanático y autoritario, y de una mujer cuya ocupación principal era echar hijos al mundo, Baldwin se convirtió en la voz literaria de los negros norteamericanos principalmente durante las luchas civiles de la década de los sesenta. Su amor por los libros era tan grande como el odio a su padre. En Apuntes de un hijo de la tierra, uno de sus más conocidos ensayos, nos presenta desde el primer párrafo una brutal introducción a su vida:

 

“El 29 de julio de 1943 mi padre murió. El mismo día, unas horas después, nació el último de sus hijos. Durante el mes anterior, mientras esperábamos el desenlace de estos acontecimientos, había tenido lugar en Detroit una de las más sangrientas revueltas raciales del siglo. Unas cuantas horas después de la ceremonia fúnebre de mi padre, cuando su cuerpo aguardaba en la capilla, un motín racial se desató en Harlem [...] El día del funeral de mi padre cumplí 19 años. Lo llevamos al cementerio entre despojos de injusticia, anarquía, descontento y odio. Me parecía que Dios mismo había orquestado, para conmemorar el fin de la vida de mi padre, la más sostenida y brutalmente disonante de las obras. Y me parecía también que la violencia que nos rodeaba mientras mi padre se iba de este mundo había sido concebida como un correctivo para la arrogancia de su hijo mayor [...] Había decidido rebelarme en su contra por las condiciones de su vida y por las condiciones de nuestra vida, pero cuando llegó su fin comencé a interrogarme sobre esa vida y también, de una manera no antes conocida, me hice aprehensivo acerca de la mía”.

 

Resulta por lo menos asombroso, después de esta descarnada confesión, saber que Baldwin siguió los pasos del muerto y que adolescente aún fue consagrado como ministro y predicador en la iglesia Fireside de Harlem, barrio que habría de convertirse en el centro literario e intelectual de la comunidad negra norteamericana y escenario de violentas manifestaciones durante el movimiento pro derechos civiles del siglo pasado. Quizá una explicación sea que aquél era en realidad su padrastro pues James fue hijo ilegítimo. Otra, que las misteriosas tensiones en la relación padre-hijo se manifiestan en conductas de complejidad insondable. Sea como fuere, camino al púlpito Baldwin se tropezó con la que sería su verdadera vocación, la literatura, aunque ese encuentro no sería evidente de inmediato y pasaría a formar parte del arcano bagaje con el que se ensambla el espíritu de los seres humanos.

 

En uno de sus numerosos ensayos, casi todos salpicados con pasajes de su propia biografía, asentó que sus tres años en el ministerio lo convirtieron en escritor porque vivió expuesto a la desesperación y simultánea belleza de la grey a su cargo. Creo que a Baldwin le sucedió lo que al novelista indio R. K. Narayan, quien no soportaba la vista desde su ventana pues sabía que no podría recuperar las millones de historias que desde ahí veía. Y pensándolo bien, ¿no es lo que pasa a los periodistas, escritores y otros creadores que andan por la vida con los ojos abiertos? En rigor, no hay que ir muy lejos para obtener material.

 

Baldwin dejó los hábitos y transitó por una serie de empleos manuales antes de establecerse en el barrio bohemio neoyorquino de Greenwich Village y comenzar su vida de escritor. Ahí sobrevivió publicando reseñas de libros en el diario The New York Times e hizo amistad con el autor Richard Wright, quien habría de ayudarlo a conseguir una beca con la cual en 1948 viajó a Francia y a Suiza.

 

Una vez más vemos cómo, de manera que me resisto a creer sea accidental, una carrera literaria se entrelaza con el periodismo. Durante su estancia en el Village (crisol de espíritus creativos de todas las nacionalidades y razas) Baldwin, no siendo precisamente un reportero, sí fue un periodista especializado que se ganaba la vida escribiendo para los diarios reseñas de los libros que devoraba día y noche.

 

En 1953 publicó su primera novela, Ve y dilo en la montaña, obra en la que resalta el fuerte acento adquirido en sus años de predicador y que de acuerdo a los críticos, le consagró como el más sobresaliente comentarista negro sobre la condición de los de su raza en los Estados Unidos. La siguiente, El cuarto de Giovanni (1956), es una historia de amor homosexual; Apuntes de un hijo de la tierra (1955) y Nadie sabe mi nombre (1961) son libros de ensayos y memorias de su juventud. Baldwin es autor además de Otro país (1962), La próxima vez el fuego (1963), Blues para míster Charlie (1964), Dime cuánto hace que se fue el tren (1968), Sin nombre en la calle (1972) y los ensayos agrupados en El precio de la entrada (1985), entre otros títulos.

 

El tratamiento de temas a partir de su abierta preferencia homosexual hizo a Baldwin blanco de acerbas críticas desde los mismos círculos que se beneficiaron con su aporte intelectual y militancia por los derechos de la minoría de color. Eldrige Cleaver, uno de los notorios “Panteras Negras”, lo acusó de exhibir en su obra un “doloroso y total odio hacia los negros”.

 

“Supongo”, diría a su vez el autor, “que todo escritor siente que el mundo en el que nació es nada menos que una conspiración contra el cultivo de su talento”.

 

El próximo mes de agosto, 88 aniversario del natalicio de Baldwin, se cumplen también 49 de aquella jornada histórica en que millones de norteamericanos escucharon en Washington a Martin Luther King pronunciar la portentosa oración que bajo el título “Tengo un sueño”, habría de convertirse en el programa de la lucha contra la discriminación racial en Estados Unidos y el resto del mundo.

 

Dos existencias destinadas a cruzarse. Mi lado racional puede descartarlo, pero el mágico dice que en lo humano no hay nada accidental, y como Edmundo Valadés, sostengo que hay vidas y obras que están destinadas a complementarse. Llámese como sea, hay entre Baldwin y King coincidencias por lo menos notables, cuando no estremecedoras. Negros, hijos de predicadores y ellos mismos ministros religiosos, seres de gran potencia intelectual, inconformes, creativos y atormentados por la obsesión de un cambio posible y de una vida mejor.

 

“Tengo un sueño”, exclamó King ante miles de compatriotas reunidos en Washington el 22 de agosto de 1963, “de que mis cuatro pequeños hijos un día habitarán un país en el que no se les juzgue por el color de su piel, sino por la entereza de su carácter”.

 

Baldwin, por su parte, escribiría en un recuerdo sobre su niñez en Harlem: “Sabía que era negro, desde luego, pero también sabía que era inteligente. Ignoraba cómo utilizaría mi inteligencia, incluso si podría aplicarla, pero eso era lo único que poseía”.

 

 

No lo sé de cierto, pero es seguro que Baldwin estuviera entre la multitud en el Mall aquel jueves estival, pues desde principios de los sesenta había regresado de su autoexilio para incorporarse a la lucha al lado de King, sin dejar de buscarse a sí mismo. Otra faceta de este creador: su compromiso con la democracia y contra la opresión. Producto de muchas minorías (negro, pobre, homosexual,  periodista y escritor) en un momento de su exilio decidió que además de su participación intelectual debía ensuciarse las manos como militante. Así, retornó a Estados Unidos y viajó extensamente por las regiones de mayor discriminación racial. Producto de ese tiempo fueron Apuntes de un hijo de la tierra y La próxima vez el fuego.

 

Aparentemente esa época de su vida también fue amarga y llegó a la conclusión de que las cosas cambiarían sólo por la vía de la violencia. Después del asesinato de Martin Luther King y de Malcolm X, regresó al extranjero en donde no sólo pudo cultivar una mejor perspectiva de su existencia, sino que encontró una solitaria libertad para su oficio de escritor. “Una vez inmerso en otra civilización –escribió- “te obligas a examinar la propia”.

 

A los mexicanos urbanos en general no se les plantea el problema racial con tanta fuerza como a los estadounidenses. Esto no quiere decir que nuestros países sean ajenos a la discriminación (quizá sea más profunda y por su diversidad se diluya). En la nación vecina, en cambio, aún hoy se viven las consecuencias de la integración forzosa de razas negras vía el tráfico de esclavos. James Baldwin fue producto de ese encuentro forzado y doloroso, como lo fue King, como lo fueron y son millones de negros norteamericanos. Vivió además, como apunto arriba, el peso de su pertenencia simultánea a un abanico de minorías en un contexto social, recordemos, que en comparación con el tiempo actual era brutalmente asfixiante… aniquilante.

 

Al terminar de redactar estas líneas, por una extraña asociación de ideas recuerdo la novela de Harper Lee, Para matar un ruiseñor, y me pregunto si, guardadas las distancias y circunstancias, James Baldwin podría ser considerado el Atticus Finch de los derechos civiles negros…