La Dama Boba 2. Segundo Acto
Autor: Lope de Vega
Fuente: ciudadseva.
FINEA: ¡Linda ciencia!
RUFINO: Aunque me diese, señora,
vuestro padre cuanto tiene,
no he de darle otra lección.
Vase RUFINO
CELIA: ¡Fuése!
NISE: No tienes razón.
Sufrir y aprender conviene.
FINEA: Pues, ¿las letras que allí están,
yo no las aprendo bien?
Vengo cuando dicen ven,
y voy cuando dicen van.
¿Qué quiere, Nise, el maestro,
quebrándome la cabeza
con ban, bin, bon?
CELIA: (¡Ella es pieza Aparte
de rey!)
NISE: Quiere el padre nuestro
que aprendamos.
FINEA: Yo ya sé
el Padrenuestro.
NISE: No digo
sino el maestro; y el castigo
por darte memoria fue.
FINEA: Póngame un hilo en el dedo
y no aquel palo en la palma.
CELIA: Mas que se te sale el alma,
si lo sabe.
FINEA: ¡Muerta quedo!
¡Oh, Celia! No se lo digas,
y verás qué te daré.
Sale CLARA, criada
CLARA: ¡Topé contigo, a la fe!
NISE: Ya, Celia, las dos amigas
se han juntado.
CELIA: A nadie quiere
más, en todas las crïadas.
CLARA: ¡Dadme albricias, tan bien dadas
como el suceso requiere!
FINEA: Pues, ¿de qué son?
CLARA: Ya parió
nuestra gata la Romana.
FINEA: ¿Cierto, cierto?
CLARA: Esta mañana.
FINEA: ¿Parió en el tejado?
CLARA: No.
FINEA: ¿Pues dónde?
CLARA: En el aposento.
¡Qué cierto se echó de ver
su entendimiento!
FINEA: ¡Es mujer
notable!
CLARA: Escucha un momento:
Salía, por donde suele,
el sol muy galán y rico,
con la librea del rey
colorado y amarillo;
andaban los carretones
quitándole el romadizo
que da la noche a Madrid;
aunque no sé quién me dijo
que era la calle Mayor
el soldado más antiguo,
pues nunca el mayor de Flandes
presentó tantos servicios;
pregonaban aguardiente,
agua biznieta del vino,
los hombres Carnestolendas,
todos naranjas y gritos;
dormían las rentas grandes,
despertaban los oficios,
tocaban los boticarios
sus almireces a pino,
cuando la gata de casa
comenzó, con mil suspiros,
a decir: "¡Ay, ay, ay, ay!
Que quiero parir, marido."
Levantóse Hociquimocho,
y fue corriendo a decirlo
a sus parientes y deudos;
que deben de ser moriscos,
porque el lenguaje que hablaban,
en tiple de monacillo,
si no es jerigonza entre ellos,
no es español ni latino.
Vino una gata viuda,
con blanco y negro vestido
--sospecho que era su agüela--
gorda y compuesta de hocico;
y si lo que arrastra honra,
como dicen los antiguos,
tan honrada es por la cola
como otros por sus oficios.
Trújole cierta manteca,
desayunóse y previno
en qué recibir el parto.
Hubo temerarios gritos.
No es burla. Parió seis gatos
tan remendados y lindos,
que pudieran, a ser pías,
llevar el coche más rico.
Regocijados, bajaron
de los tejados vecinos
caballetes y terrados,
todos lo deudos y amigos:
Lamicola, Arañizaldo,
Marfuz, Marramao, Micilo,
Tumbahollín, Mico, Miturrio,
Rabicorto, Zapaquildo,
unos vestidos de pardo,
otros de blanco vestidos,
y otros con forros de martas,
en cueras y capotillos.
De negro vino a la fiesta
el gallardo Golosino;
luto que mostraba entonces
de su padre el gaticidio.
Cuál la morcilla presenta;
cuál el pez, cuál el cabrito,
cuál el gorrión astuto,
cuál el simple palomino.
Trazando quedan agora,
para mayor regocijo
en el gatesco senado,
correr gansos cinco a cinco.
Ven presto, que si los oyes,
dirás que parecen niños,
y darás a la parida
el parabién de los hijos.
FINEA: ¡No pudieras contar
cosa, para el gusto mío,
de mayor contentamiento!
CLARA: Camina.
FINEA: Tras ti camino.
Vanse FINEA y CLARA
NISE: ¿Hay locura semejante?
CELIA: Y Clara es boba también.
NISE: Por eso la quiere bien.
CELIA: La semejanza es bastante;
aunque yo pienso que Clara
es más bellaca que boba.
NISE: Con esto la engaña y roba.
Salen DUARDO, FENISO, y LAURENCIO, caballeros
DUARDO: Aquí, como estrella clara,
a su hermosura nos guía.
FENISO: Y aun es del sol su luz pura.
LAURENCIO: ¡Oh, reina de la hermosura!
DUARDO: ¡Oh, Nise!
FENISO: ¡Oh, señora mía!
NISE: ¡Caballeros!
LAURENCIO: Esta vez,
por vuestro ingenio gallardo,
de un soneto de Eduardo
os hemos de hacer jüez.
NISE: ¿A mí, que doy de Finea
hermana y sangre?
LAURENCIO: A vos sola,
que sois sibila española,
no cumana ni eritrea;
a vos, por quien ya las gracias
son cuatro, y las musas diez,
es justo haceros jüez.
NISE: Si ignorancias, si desgracias
trujérades a juzgar,
era justa la elección.
FENISO: Vuestra rara discreción,
imposible de alabar,
fue justamente elegida.
Oíd, señora, a Eduardo.
NISE: ¡Vaya el soneto! Ya aguardo,
aunque de indigna, corrida.
DUARDO: La calidad elementar resiste
mi amor, que a la virtud celeste aspira
y en las mentes angélicas se mira,
donde la idea del calor consiste.
No ya como elemento el fuego viste
el alma, cuyo vuelo al sol admira;
que de inferiores mundos se retira
adonde el serafín ardiendo asiste.
No puede elementar fuego abrasarme.
La virtud celestial que vivifica
envidia al verme a la suprema alzarme;
que donde el fuego angélico me aplica,
¿cómo podrá mortal poder tocarme;
que eterno y fin, contradicción implica?
NISE: Ni una palabra entendí.
DUARDO: Pues en parte se leyera
que más de alguno dijera
por arrogancia: "Yo sí".
La intención o el argumento
es pintar a quien ya llega,
libre del amor que ciega,
con luz del entendimiento
a la alta contemplación
de aquel puro amor sin fin,
donde es fuego el serafín.
NISE: Argumento e intención
queda entendido.
LAURENCIO: ¡Profundos
conceptos!
NISE: ¡Mucho le esconden!
DUARDO: Tres fuegos, que corresponden,
hermosa Nise, a tres mundos,
dan fundamento a los otros.
NISE: ¡Bien los podéis declarar!
DUARDO: Calidad elementar
es el calor en nosotros;
la celestial, es virtud
que calienta y que recrea,
y la angélica es la idea
del calor.
NISE: Con inquietud
escucho lo que no entiendo.
DUARDO: El elemento en nosotros
es fuego.
NISE: ¿Entendéis vosotros?
DUARDO: El puro sol que estáis viendo,
en el cielo fuego es;
y fuego el entendimiento
seráfico; pero siento
que así difieren los tres:
que el que elementar se llama,
abrasa cuando se aplica;
el celeste, vivifica,
y el sobreceleste, ama.
NISE: No discurras, por tu vida;
vete a escuelas.
DUARDO: Dónde estás
lo son.
NISE: ¡Yo no escucho más,
de no entenderte, corrida!
¡Escribe fácil!
DUARDO: Platón,
a lo que en cosas divinas
escribió, puso cortinas
que, tales como éstas, son
matemáticas figuras
y enigmas.
NISE: ¡Oye, Laurencio!
FENISO: Ella os ha puesto silencio.
DUARDO: Temió las cosas escuras.
FENISO: ¡Es mujer!
DUARDO: La claridad
a todos es agradable,
que se escriba o que se hable.
Hablan aparte NISE y LAURENCIO
NISE: ¿Cómo va de voluntad?
LAURENCIO: Como quien la tiene en ti.
NISE: Yo te la pago muy bien.
No traigas contigo a quien
me eclipse el hablarte ansí.
LAURENCIO: Yo, señora, no me atrevo
por mi humildad, a tus ojos;
que, dando en viles despojos
se afrenta el rayo de Febo;
pero si quieres pasar
al alma, hallarásla rica
de la fe que amor publica.
NISE: Un papel te quiero dar;
pero, ¿cómo podrá ser
que de estos visto no sea?
LAURENCIO: Si en lo que el alma desea
me quieres favorecer
mano y papel podré aquí
asir juntos, atrevido
como finjas que has caído.
Cae
NISE: ¡Jesús!
LAURENCIO: ¿Qué es eso?
NISE: ¡Caí!
LAURENCIO: Con las obras respondiste.
NISE: Ésas responden mejor;
que no hay sin obras amor.
LAURENCIO:Amor en obras consiste.
NISE: Laurencio mío, adiós queda.
Duardo y Feniso, adiós.
DUARDO: Que tanta ventura a vos
como hermosura os conceda.
Vanse NISE y CELIA
DUARDO: ¿Qué os ha dicho del soneto
Nise?
LAURENCIO: Que es muy extremado.
DUARDO: Habréis los dos murmurado;
que hacéis versos, en efeto.
LAURENCIO: Ya no es menester hacellos
para saber murmurallos;
que se atreve a censurallos
quien no se atreve a entendellos.
FENISO: Los dos tenemos qué hacer.
Licencia nos podéis dar.
DUARDO: Las leyes de no estorbar
queremos obedecer.
LAURENCIO: ¡Malicia es ésa!
FENISO: ¡No es tal!
La divina Nise es vuestra,
o, por lo menos, lo muestra.
LAURENCIO: Pudiera tener igual.
Despídanse, y quede solo LAURENCIO
LAURENCIO: Hermoso sois, sin duda, pensamiento;
y, aunque honesto, también, con ser hermoso,
si es calidad del bien ser provechoso,
una parte de tres que os falta siento.
Nise, con un divino entendimiento,
os enriquece de un amor dichoso;
mas sois de sueño pobre, y es forzoso
que en la necesidad falte el contento.
Si el oro es blanco y centro de descanso,
y el descanso del gusto, yo os prometo
que tarda el navegar con viento manso.
Pensamiento, mudemos de sujeto;
si voy necio tras vos, y en ir me canso,
cuando vengáis tras mí seréis discreto.
Sale PEDRO, lacayo de LAURENCIO
PEDRO: ¡Qué necio andaba en buscarte
fuera de aqueste lugar!
LAURENCIO:Bien me pudieras hallar
con el alma en otra parte.
PEDRO: ¿Luego estás sin ella aquí?
LAURENCIO:Ha podido un pensamiento
reducir su movimiento
desde mí fuera de mí.
¿No has visto que la saeta
del reloj, en un lugar
firme siempre suele estar
aunque nunca está quieta,
y tal vez está en la una
y luego en las dos está?
Pues así mi alma ya,
sin hacer mudanza alguna,
de la casa en que me ves,
desde Nise, que ha querido,
a las doce se ha subido;
que en número de interés.
PEDRO: Pues, ¿cómo es esa mudanza?
LAURENCIO:Como la saeta soy,
que desde la una voy
por lo que el círculo alcanza.
¿Señalaba a Nise?
PEDRO: Sí.
LAURENCIO:Pues ya señalo a Finea.
PEDRO: ¿Eso quieres que te crea?
LAURENCIO:¿Por qué no, si hay causa?
PEDRO: Di.
LAURENCIO: Nise es una sola hermosa;
Finea las doce son;
hora de más bendición,
más descansada y copiosa.
En las doce el oficial
descansa, y bástale ser
hora entonces de comer,
tan precisa y natural.
Quiero decir que Finea
hora de sustento es,
cuyo descanso ya ves
cuánto el hombre le desea.
Denme, pues, las doce a mí,
que soy pobre, con mujer;
que dándome de comer
es la mejor para mí.
Nise es hora infortunada,
donde mi planeta airado,
de sextil y de cuadrado
me mira con frente armada.
Finea es hora dichosa,
donde Júpiter, benigno,
me está mirando de trino
con aspecto y faz hermosa.
Doyme a entender que poniendo
en Finea mis cuidados,
a cuarenta mil ducados
las manos voy previniendo.
Ésta, Pedro, desde hoy
ha de ser empresa mía.
PEDRO: Para probar tu osadía
en una sospecha estoy.
LAURENCIO: ¿Cuál?
PEDRO: Que te has de arrepentir,
por ser simple esta mujer.
LAURENCIO:¿Quién has visto de comer,
de descansar y vestir,
arrepentido jamás?
Pues esto viene con ella.
PEDRO: A Nise, discreta y bella,
Laurencio, ¿dejar podrás
por una boba ignorante?
LAURENCIO:¡Qué ignorante majadero!
¿No ves que el sol del dinero
va del ingenio adelante?
Él que es pobre, ése es tenido
por simple; el rico, por sabio.
No hay en el nacer agravio,
por notable que haya sido,
que el dinero no lo encubra,
ni hay falta en naturaleza
que con la mucha pobreza
no se aumente y se descubra.
Desde hoy quiero enamorar
a Finea.
PEDRO: He sospechado
que a un ingenio tan cerrado
no hay puerta por donde entrar.
LAURENCIO: Yo sé cuál.
PEDRO: ¡Yo no, por Dios!
LAURENCIO:Clara, su boba crïada.
PEDRO: Sospecho que es más taimada
que boba.
LAURENCIO: Demos los dos
en enamorarlas.
PEDRO: Creo
que Clara será tercera
más fácil.
LAURENCIO: De esa manera
seguro va mi deseo.
PEDRO: Ellas vienen; disimula.
LAURENCIO:Si puede ser en mi mano.
PEDRO: ¡Qué ha de poder un cristiano
enamorar una mula!
LAURENCIO: Linda cara y talle tiene.
PEDRO: ¡Así fuera el alma!
Salen FINEA y CLARA
LAURENCIO: Agora
conozco, hermosa señora,
que no solamente viene
el sol de las orientales
partes, pues de vuestros ojos
sale, con rayos más rojos
y luces piramidales;
pero si cuando salís
tan grande fuerza traéis,
al mediodía, ¿qué haréis?
FINEA: Comer, como vos decís;
no pirámides ni peros,
sino cosas provechosas.
LAURENCIO:Esas estrellas hermosas,
esos nocturnos luceros,
me tienen fuera de mí.
FINEA: Si vos andáis con estrellas,
¿qué mucho que os traigan ellas
arromadizado ansí?
Acostaos siempre temprano,
y dormid con tocador.
LAURENCIO:¿No entendéis que os tengo amor,
puro, honesto, limpio y llano?
FINEA: ¿Qué es amor?
LAURENCIO: ¿Amor? Deseo.
FINEA: ¿De qué?
LAURENCIO: De una cosa hermosa.
FINEA: ¿Es oro, es diamante, es cosas
de éstas que muy lindas veo?
LAURENCIO: No; sino de la hermosura
de una mujer como vos,
que, como lo ordena Dios,
para buen fin se procura;
y ésta, que vos la tenéis,
engendra deseo en mí.
FINEA: Y yo, ¿qué he de hacer aquí,
si sé que vos me queréis?
LAURENCIO: Quererme. ¿No habéis oído
que amor con amor se paga?
FINEA: No sé yo cómo se haga,
porque nunca yo he querido,
ni en la cartilla lo vi,
ni me lo enseñó mi madre.
Preguntarélo a mi padre.
LAURENCIO:¡Esperaos, que no es ansí!
FINEA: Pues, ¿cómo?
LAURENCIO: De estos mis ojos
saldrán unos rayos vivos
como espíritus visivos,
de sangre y de fuego rojos
que se entrarán por los vuestros.
FINEA: No, señor; arriedro vaya
cosa en que espíritus haya.
LAURENCIO:Son los espíritus nuestros,
que juntos se han de encender
y causar un dulce fuego
con que se pierde el sosiego,
hasta que se viene a ver
el alma en la posesión
que es el fin del casamiento;
que, con este santo intento,
justos los amores son,
porque el alma que yo tengo
a vuestro pecho se pasa.
FINEA: ¿Tanto pasa quien se casa?
PEDRO habla con CLARA
PEDRO: Con él, como os digo, vengo
tan muerto por vuestro amor,
que aquesta ocasión busqué.
CLARA: ¿Qué es amor, que no lo sé?
PEDRO: ¿Amor? ¡Locura, furor!
CLARA: Pues ¿loca tengo de estar?
PEDRO: Es una dulce locura
por quien la mayor cordura
suelen los hombres trocar.
CLARA: Yo, lo que mi ama hiciere
eso haré.
PEDRO: Ciencia es amor,
que el más rudo labrador
a pocos cursos la adquiere.
En comenzando a querer,
enferma lo voluntad
de una dulce enfermedad.
CLARA: No me le mandes tener;
que no he tenido en mi vida
sino solos sabañones.
FINEA: ¡Agrádanme las liciones!
LAURENCIO:Tú verás, de mí querida,
cómo has de quererme aquí;
que es luz del entendimiento
amor.
FINEA: Lo del casamiento
me cuadra.
LAURENCIO: Y me importa a mí.
FINEA: ¿Pues, llevaráme a su casa
y tendráme allá también?
LAURENCIO:Sí, señora.
FINEA: ¿Y eso es bien?
LAURENCIO:Y muy justo en quien se casa.
Vuestro padre y vuestra madre
casados fueron ansí.
De eso nacistes.
FINEA: ¿Yo?
LAURENCIO: Sí.
FINEA: Cuando se casó mi padre,
¿no estaba yo allí tampoco?
LAURENCIO:(¿Hay semejante ignorancia? Aparte
Sospecho que esta ganancia
camina a volverme loco).