Jesucristo 2. (Jesús de Nazaret) Segunda y última
Biografía

Jesucristo 2. (Jesús de Nazaret) Segunda y última entrega

 

 

 

Fuente Wikipedia. Estos nuevos gobernantes correrían diversa suerte. Mientras que Antipas se mantuvo en el poder durante cuarenta y tres años, hasta 39, Arquelao, debido al descontento de sus súbditos, fue depuesto en 6 d. C. por Roma, que pasó a controlar directamente los territorios de Judea, Samaría e Idumea.

 

En el período en que Jesús desarrolló su actividad, por lo tanto, su territorio de origen, Galilea, formaba parte del reino de Antipas, responsable de la ejecución de Juan el Bautista, y al que una tradición tardía, que solo se encuentra en el Evangelio de Lucas, hace jugar un papel secundario en el juicio de Jesús. Judea, en cambio, era administrada directamente por un funcionario romano, perteneciente al orden ecuestre, que llevó primero el título de prefecto (hasta el año 41) y luego (desde 44) el de procurador. En el período de la actividad de Jesús, el prefecto romano era Poncio Pilato.

 

El prefecto no residía en Jerusalén, sino en Cesarea Marítima, ciudad de la costa mediterránea que había sido fundada por Herodes el Grande, aunque se desplazaba a Jerusalén en algunas ocasiones (por ejemplo, con motivo de la fiesta de Pésaj o Pascua, como se relata en los evangelios, ya que era en estas fiestas, que congregaban a miles de judíos, cuando solían producirse tumultos). Contaba con unos efectivos militares relativamente reducidos (unos 3.000 hombres), y su autoridad estaba supeditada a la del legado de Siria. En tiempos de Jesús, el prefecto tenía el derecho exclusivo de dictar sentencias de muerte (ius gladii).

 

Sin embargo, Judea gozaba de un cierto nivel de autogobierno. En especial, Jerusalén estaba gobernada por la autoridad del sumo sacerdote, y su consejo o Sanedrín. Las competencias exactas del Sanedrín son objeto de controversia, aunque en general se admite que, salvo en casos muy excepcionales, no tenían la potestad de juzgar delitos capitales.

 

El carácter particular de Galilea

 

Aunque separada de Judea por la historia, Galilea era en el siglo I una región de religión judía. Tenía, sin embargo, algunos rasgos diferenciales, como una menor importancia del Templo, y una menor presencia de sectas religiosas como los saduceos y los fariseos. Estaba muy expuesta a las influencias helenísticas y presentaba grandes contrastes entre el medio rural y el medio urbano.

Al este de Galilea se encontraban las diez ciudades de la Decápolis, situadas todas ellas al otro lado del río Jordán, a excepción de una, Escitópolis (llamada también Bet Shean). Al noroeste, Galilea limitaba con la región sirofenicia, con ciudades como Tiro, Sidón y Aco/Tolemaida. Al sudoeste se situaba la ciudad de Cesarea Marítima, lugar de residencia del prefecto (luego procurador) romano. Por último, al sur se encontraba otra importante ciudad, Sebaste, así llamada en honor al emperador Augusto.

 

En pleno corazón de Galilea se encontraban también dos importantes ciudades: Séforis, muy cercana (5 ó 6 km) a la localidad de donde era originario Jesús, Nazaret; y Tiberíades, construida por Antipas y cuyo nombre era un homenaje al emperador Tiberio. Tiberíades era la capital de la monarquía de Antipas, y estaba muy próxima a Cafarnaún, ciudad que fue con probabilidad el centro principal de la actividad de Jesús.

 

Es importante destacar que las ciudades eran focos de influencia de la cultura helenística. En ellas residían las élites, en tanto que en el medio rural habitaba un campesinado empobrecido, del que procedía con toda probabilidad Jesús. Las ciudades eran en general favorables a Roma, como se demostró con ocasión de la Primera Guerra Judía.

 

En las fuentes cristianas no se menciona que Jesús visitase ninguna de las ciudades de Galilea ni de su entorno. Sin embargo, dada la proximidad de Tiberíades a los principales lugares mencionados en los evangelios, es difícil pensar que Jesús se sustrajo por completo a la influencia helenística.

 

El medio campesino, del que procedía Jesús, veía con hostilidad las ciudades. Los campesinos de Galilea soportaban importantes cargas impositivas, tanto del poder político (la monarquía de Antipas), como del religioso (el Templo de Jerusalén), y su situación económica debió de ser bastante difícil.

 

Galilea fue la región judía más conflictiva durante el siglo I, y los principales movimientos revolucionarios antirromanos, desde la muerte de Herodes el Grande en 4 a. C. hasta la destrucción de Jerusalén en el año 70, se iniciaron en esta región. La lucha contra el Imperio romano fue, según Geza Vermes, «una actividad galilea general en el primer siglo d. C.»

 

El judaísmo en los tiempos de Jesús

 

En tiempos de Jesús, al igual que en la actualidad, el judaísmo era una religión monoteísta, basada en la creencia de un único Dios. Los judíos creían que Dios había elegido a su pueblo, Israel, y había establecido con él una alianza a través de Abraham y Moisés, principalmente. Los actos fundamentales de dicha alianza eran, para los judíos, la vocación de Abraham, el éxodo, y la promulgación de la ley en el Sinaí. La fidelidad de los judíos a esta alianza se manifestaba, además de en su adoración a su único Dios, en la rigurosidad con que seguían los mandamientos y preceptos de la Torá, o la llamada Ley mosaica; ésta regulaba todos los aspectos de la vida de los judíos, como la obligación de circuncidar a los hijos varones, la prohibición de trabajar en sábado, y otras ciertas reglas alimentarias (por ejemplo, la de no comer carne de cerdo) y de purificación.

 

 

En el siglo I, el centro del culto a Dios era el Templo de Jerusalén. Era necesario acudir a éste tres veces al año (durante las llamadas fiestas de peregrinación), para realizar diversos sacrificios y entregar ofrendas. El culto del Templo era administrado por los sacerdotes y levitas, cuyo número era muy elevado, los que desempeñaban los llamados oficios sagrados durante las fiestas, tales como custodiar y limpiar el Templo, preparar los animales y la leña para los sacrificios, y cantar salmos durante las celebraciones públicas. Los sacerdotes y levitas se mantenían con los tributos de los campesinos, obligatorios para todos los judíos.

 

Pero el Templo no era el único lugar en que se rendía culto a Dios: en época de Jesús existía también la costumbre de reunirse cada sábado en las sinagogas. Mientras que el culto en el Templo estaba dominado por los sacerdotes, la costumbre de reunirse en las sinagogas fue promoviendo la religiosidad de los laicos. Además, en las sinagogas no se llevaban a cabo sacrificios a diferencia del Templo, sino que tan solo se leían y comentaban los textos sagrados.

 

En la época de Jesús, existían sectas divergentes dentro del judaísmo. El autor que más información proporciona sobre este tema es Flavio Josefo. Este distingue entre tres sectas principales: la saducea, la esenia y la farisea. Esta última era bastante respetada por el pueblo y estaba constituida principalmente por laicos. Creían en la inmortalidad del alma y eran conocidos por el rigor con que interpretaban la ley, considerando a la tradición como fuente de ésta. En cuanto a los saduceos, gran número de ellos formaba parte de la casta sacerdotal, pero en oposición a los fariseos, rechazaban la idea de que la tradición era fuente de ley y negaban también la inmortalidad del alma. Por último, el grupo de los esenios es considerado por la inmensa mayoría de los investigadores como el autor de los denominados Manuscritos del Mar Muerto. Constituían una especie de monacato, cuyos seguidores eran estrictos cumplidores de la ley, aunque diferían de los otros grupos religiosos en su interpretación de ésta.

 

Otro aspecto de suma importancia en el judaísmo del siglo I es su concepción apocalíptica: la creencia en una intervención futura de Yahvé, que restauraría el poder de Israel y tras la que reinarían la paz y armonía universales. Esta idea adquirió gran fuerza en la época en que el pueblo judío fue sometido por la ocupación romana (aunque está ya presente en varios de los libros proféticos de la Tanaj, especialmente en el Libro de Isaías), y se relaciona estrechamente con la creencia en la llegada de un Mesías. Además, es muy mencionada en la llamada literatura intertestamentaria: libros apócrifos generalmente atribuidos a patriarcas u otras figuras destacadas de la Biblia hebrea.

 

El hombre

 

Jesús de Nazaret nació con bastante probabilidad en torno al año 4 a. C., aunque la fecha no puede determinarse con seguridad. Según la opinión hoy mayoritaria entre los estudiosos su lugar de nacimiento fue la aldea galilea de Nazaret, aunque pudo haber nacido también en Belén, en Judea, cerca de Jerusalén. Es probable que sus padres se llamaran José y María, y que tuviera varios hermanos y hermanas. No hay constancia de que estuviera casado; probablemente era célibe, aunque tampoco hay ninguna fuente que lo afirme. Cuando tenía aproximadamente treinta años, se hizo seguidor de un predicador conocido como Juan el Bautista y, cuando éste fue capturado por orden del tetrarca de Galilea, Antipas (o tal vez antes), formó su propio grupo de seguidores. Como predicador itinerante, recorrió varias localidades de Galilea, anunciando una inminente transformación que denominaba Reino de Dios. Predicaba en arameo, aunque es muy probable que conociese también el hebreo, lengua litúrgica del judaísmo, tanto en sinagogas como en casas privadas y al aire libre. Entre sus seguidores había varias mujeres.

 

Desarrolló su predicación durante un tiempo imposible de concretar, pero que en cualquier caso no excedió de tres años, y muy probablemente fue bastante inferior. Durante su predicación, alcanzó fama en la región como curador y exorcista. Según su punto de vista, su actividad como taumaturgo anunciaba también el Reino de Dios. Fue acusado de borracho y comilón, amigo de publicanos y prostitutas (Mt 11,19), y de exorcizar con el poder del príncipe de los demonios (Mt, 12, 22-30). Sus familiares lo tuvieron por enajenado (Mc 3,21). Las muchedumbres le inspiraban compasión (Mt 14, 14) y la única vez que habló de su personalidad se autodefinió como manso y humilde de corazón (Mt, 11-29) pero rechazó ser llamado bueno, porque solo Dios es bueno (Mc 10,18). La presencia viva de Jesús generaba en sus discípulos una alegría liberadora: «¿acaso pueden los compañeros del novio ayunar mientras el novio está con ellos? Mientras que tienen con ellos al esposo no pueden ayunar» (Mc 2, 19).

 

Con motivo de la fiesta de la Pascua, acudió con un grupo de seguidores suyos a Jerusalén. Probablemente por algo que hizo o dijo en relación con el Templo de Jerusalén, aunque no pueden excluirse otros motivos, fue detenido por orden de las autoridades religiosas judías de la ciudad, quienes lo entregaron al prefecto romano, Poncio Pilato, acusado de sedición. Como tal, fue ejecutado, posiblemente en torno al año 30, por orden de las autoridades romanas de Judea. A su muerte, sus seguidores se dispersaron, pero poco después vivieron colectivamente una experiencia que les llevó a creer que había resucitado y que regresaría en un plazo breve para establecer el Reino de Dios que había predicado en vida.

 

Nombre

 

Jesús es la forma latinizada del griego Ιησος (Iesoûs), con el que es mencionado en el Nuevo Testamento, escrito en griego. El nombre deriva del hebreo Ieshú, forma abreviada de Yeshúa, la variante más extendida del nombre Yehoshúa, que significa ‘Yahveh salva’, y que designa así mismo a Josué, un conocido personaje del Antiguo Testamento, lugarteniente y sucesor de Moisés.

 

Se sabe que era un nombre frecuente en la época, ya que en la obra de Flavio Josefo son mencionados unos veinte personajes de igual denominación. La forma de este nombre en arameo ―el idioma de la Judea del siglo I― es la que con toda probabilidad usó Jesús: Ieshuá (ישׁוע, Yēšûaʿ).

 

En Marcos y Lucas, Jesús es llamado Iesoûs hó Nazarēnós (Ιησος Ναζαρηνός); en Mateo, Juan y a veces en Lucas se utiliza la forma Iesoûs hó Nazoraîos (Ιησος Ναζωραος), que aparece también en Hechos de los Apóstoles. La interpretación de estos epítetos depende de los autores: para la mayoría, ambos hacen referencia a su localidad de origen, Nazaret; otros, interpretan el epíteto nazoraîos (‘nazoreo’) como compuesto de las palabras hebreas neser (‘retoño’) y semah (‘germen’); según esta interpretación, el epíteto tendría un carácter mesiánico; otros, en cambio, lo interpretan como Nazareo (separado para Yahveh). El diccionario de la lengua española de la RAE, recoge para la palabra "Nazareno" la descripción: "Hebreo que se consagraba particularmente al culto de Dios, no bebía licor alguno que pudiese embriagar, y no se cortaba la barba ni el cabello". Muy posiblemente, en tiempos de Jesús hubiese unos cuantos hombres más que actuasen de esta manera como servicio religioso.

 

Lugar y fecha de nacimiento

 

Jesús nació probablemente en Nazaret, en Galilea, ya que en la mayoría de las fuentes se le llama «Jesús de Nazaret», y en la antigüedad solía expresarse de esta forma el lugar de nacimiento. Sin embargo, dos evangelios (Lucas y Mateo), los únicos que entre los evangelios canónicos hacen referencia a la infancia de Jesús, relatan su nacimiento en Belén, en Judea. Aunque este lugar de nacimiento es el comúnmente aceptado por la tradición cristiana, los investigadores actuales han puesto de relieve que los relatos de Mateo y Lucas están elaborados con temas de la tradición davídica, contienen varios elementos históricamente poco fiables, y muestran una clara intención de demostrar que Jesús era el Mesías, que, según Miq 5,2, debía nacer en Belén. Son muchos los críticos actuales que consideran que la historia del nacimiento de Jesús en Belén es una adición posterior de los autores de estos evangelios y no se corresponde con la realidad histórica. Sin embargo, otros autores, la mayoría de ellos católicos, entienden que no hay razones para dudar de la veracidad histórica de Mateo y Lucas en lo referente a este punto.

 

Aunque Nazaret es citada 12 veces en los evangelios,106 y las investigaciones arqueológicas indican que el pueblo fue continuamente ocupado desde el siglo VII antes de la era común, «Nazaret» no es mencionada por historiadores o geógrafos de los primeros siglos de la era común. Según John P. Meier, Nazaret era «un lugar insignificante situado en los montes de la Baja Galilea, un pueblo tan oscuro que nunca lo mencionan el Antiguo Testamento, Josefo, Filón, ni la literatura temprana de los rabinos, ni los pseudepigrapha del Antiguo Testamento». Aunque Lucas 1:26 la llama «ciudad», en realidad sería una pobre aldea que debió toda su importancia posterior al hecho cristiano. El nombre de nazarenos dado a los cristianos palestinenses del siglo I era sin dudas irónico y despectivo, y en tal sentido el nombre de Jesús se acompañó con el título «de Nazaret», un lugar oscuro que en nada lo favorecía, tal lo señalado por Raymond E. Brown.

 

La fecha de nacimiento de Jesús no puede ser calculada con precisión, aunque la mayoría de los estudiosos coinciden en situarla en torno al año 4 a. C. Las fuentes cristianas no ofrecen una cronología absoluta de los acontecimientos de la vida de Jesús, con una sola salvedad: Lc 3,1 fija el comienzo de la actividad de Juan el Bautista en «el año quince del reinado de Tiberio», que posiblemente pueda interpretarse como equivalente a uno de estos años: 27, 28 o 29. Un poco más adelante (Lc 3,23), indica que Jesús contaba aproximadamente 30 años al comienzo de su predicación. Los relatos de la infancia de Mateo y Lucas, aunque muy cuestionables por otras razones, coinciden en situar el nacimiento de Jesús en época de Herodes el Grande, que murió en el 4 a. C. Lucas, sin embargo, añade un dato incongruente con el anterior, cuando indica que el viaje de María y José a Belén tuvo lugar siendo Quirinio gobernador de Siria, es decir, después del año 6.

 

Convencionalmente, se adoptó como la fecha de nacimiento de Jesús la calculada en el siglo VI por Dionisio el Exiguo, basada en cálculos erróneos y que hoy sirve de inicio de la llamada era cristiana; también convencionalmente, en el siglo IV comenzó a celebrarse su nacimiento el 25 de diciembre.

 

Orígenes familiares

 

Sobre la familia de Jesús, todos los evangelios están de acuerdo en el nombre de su madre, María y de su padre, José, si bien dos de los evangelios (Mateo y Lucas) contienen relatos, diferentes entre sí, acerca de la concepción milagrosa de Jesús por obra del Espíritu Santo. Según estos relatos, José no habría sido su padre verdadero, sino solo su padre legal, por ser el esposo de María. La mayoría de los investigadores creen que estos relatos son bastante tardíos: no se mencionan en los evangelios de Marcos y de Juan, y existen indicios que permiten sospechar que en tiempo de Jesús éste era conocido como «hijo de José».

 

Los hermanos de Jesús son mencionados en varias ocasiones en los evangelios y en otros libros del Nuevo Testamento (sobre este tema, véase el artículo Hermanos de Jesús). En Mc 6:3 se mencionan los nombres de los cuatro hermanos varones de Jesús: Jacob (Santiago), José, Judas y Simeón o Simón, y se indica también la existencia de dos hermanas.

 

Son numerosas las fuentes que indican la ascendencia davídica de Jesús, a través de José (a pesar de que, como antes se ha dicho, algunos evangelios afirman explícitamente que José no fue el padre biológico de Jesús). Varios pasajes del Nuevo Testamento muestran que era llamado «hijo de David», y que la idea de su origen davídico estaba muy extendida en los primeros años del cristianismo aunque él nunca se refirió a sí mismo como tal. Los críticos no están de acuerdo, sin embargo, en que esta ascendencia davídica sea un dato cierto, dado que puede tratarse de una adición de los evangelistas para demostrar la condición mesiánica de Jesús. Las genealogías de Jesús que aparecen en Mateo y Lucas (Mt 1:1-16 y Lc 3:23-31) son diferentes entre sí, aunque ambas vinculan a José, padre legal de Jesús con la estirpe de David.

 

Según las fuentes cristianas, su predicación transmitía un mensaje de esperanza especialmente dirigido a los marginados y pecadores (Lc 15). Posiblemente llegó a congregar a grandes multitudes (se habla, por ejemplo, de cinco mil personas en referencia a la multiplicación de los panes y los peces). Se trasladó a Jerusalén para celebrar allí la Pascua con sus discípulos, y entró triunfalmente en la ciudad.

 

 

Predicación

 

Del estudio de las fuentes (sobre todo los sinópticos) se infiere que Jesús predicó de forma itinerante en la zona norte de Palestina y, preferentemente, en las aldeas que bordeaban el lago de Genesaret. Sus seguidores fueron principalmente de extracción campesina, y le acompañaron también varias mujeres, lo cual resulta inusual en el contexto de los movimientos religiosos del judaísmo. Escogió a doce apóstoles o enviados, posiblemente en representación de las doce tribus de Israel. Ni los nombres de los apóstoles ni los relatos de cómo se unieron a Jesús coinciden en todos los evangelios, pero todos concuerdan en la cifra de doce.

 

La crítica es prácticamente unánime en considerar que el núcleo de la predicación de Jesús era el anuncio del Reino de Dios. Sin embargo, existen importantes discrepancias a la hora de interpretar qué significa esta expresión en el contexto de la predicación de Jesús. El «Reino de Dios» se anuncia como algo inminente; en este sentido, la predicación de Jesús se inserta en el contexto de la literatura apocalíptica del judaísmo, en la que existe la esperanza de una próxima intervención de Dios en los asuntos humanos. Para entrar en el Reino de Dios que Jesús profetiza es necesaria una transformación interior (metanoia) que alcanza todos los ámbitos de la existencia humana; así, quien no se hace como un niño no entrará en el Reino (Mt 18, 1-5) y el perdón es condición para un culto eficaz (Mt, 5, 21-26).

 

Jesús describió el Reino de Dios utilizando parábolas (véase más arriba), en muchas de las cuales aparece un contraste entre un inicio pequeño e insignificante y un final espléndido (Mt 13,31-34), un padre generoso y unos invitados al banquete ocupados y desagradecidos (Mt 22, 1-14), un rey compasivo y un siervo sin piedad (Mt 18, 21-35), un viñador confiado y unos arrendatarios infieles (Lc 20, 9-19), un sembrador despreocupado y distintos tipos de tierra (Mc 4,1-9).

 

Hay bastante consenso entre los especialistas en cuanto a que la predicación de Jesús iba dirigida en exclusiva al pueblo de Israel. Según Mateo, así lo dijo: «No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 15:24). Se admite, sin embargo, que algunos gentiles podrían participar de este mensaje. Según los evangelios, sanó a algunos gentiles, como el criado del centurión de Cafarnaún o la hija de la mujer sirofenicia, conmovido por la fe que demostraron.

 

No hay unanimidad entre los estudiosos con respecto a si Jesús se consideró a sí mismo como el Mesías de Israel, como afirman los evangelios canónicos, o si su identificación como tal pertenece a la teología de las primeras comunidades cristianas. En los sinópticos, y especialmente en el Evangelio de Marcos, Jesús admite implícitamente que es el Mesías, pero pide en numerosas ocasiones a sus discípulos que no lo divulguen («secreto mesiánico»).

 

Se considera generalmente un dato histórico que Jesús se designó a sí mismo como «Hijo del Hombre», aunque no está claro si se trata de un título escatológico, como parece desprenderse de su empleo en el Libro de Daniel y otros textos intertestamentarios, o si es un mero circunloquio semítico para hacer referencia a la primera persona del singular.

 

En líneas generales, la predicación de Jesús se mantuvo en el marco del judaísmo de su época. En algunos aspectos, sin embargo, entró en conflicto con la interpretación que de la ley judía hacían otros grupos religiosos (fundamentalmente saduceos y fariseos), sobre todo en dos aspectos: la observancia del sábado y la pureza ritual. Existen discrepancias sobre cómo interpretar estos conflictos: como una controversia ética (prioridad del bien del hombre sobre la letra del precepto, de lo interior sobre lo exterior), como una controversia de autoridad (Jesús tiene un poder recibido de lo alto y lo ejerce) o como una controversia escatológica (se inaugura un nuevo tiempo).

 

En la predicación de Jesús, tienen una gran importancia sus enseñanzas éticas. El centro de la ética de Jesús era el amor al prójimo, al desvalido de quien no se puede recibir contraprestación (Lc 14,13) y, muy especialmente, el amor al enemigo (única manera de distinguirse de los paganos que aman a los que les aman a ellos) (Mt 5,44-48, Lc 6,27-38). Para algunos autores, la ética que Jesús predicaba tiene un carácter provisional, y se orienta sobre todo a la época de preparación del Reino de Dios. Por ese motivo también, la ética de Jesús enfatiza la renuncia a los bienes materiales. En todo caso, las fuentes coinciden en que no se puede servir a Dios y a las riquezas (Mt 6,24).

 

Jesús y las mujeres

 

Son muchos los especialistas que han llamado la atención acerca de la coincidencia en las fuentes sobre la especial consideración que Jesús parece haber tenido hacia las mujeres de diversa condición, en especial las marginadas, enfermas y pecadoras públicas. Algo, en cierta medida, novedoso para un rabí de la época. Los ejemplos son múltiples: así la encorvada a la que se acerca y cura en sábado llamándola hija de Abraham, título exclusivamente masculino (Lc 13,11); la que sufría una patología femenina extrema que la hacía impura y excluida y que alcanza a tocarle sin que Jesús pueda evitar curarla (Mc 5,25-34); la extranjera pagana, único personaje en los evangelios canónicos que le convence en una discusión, apelando a su corazón con una parábola (Mt 15,28); la viuda a la que Jesús se acerca por propia iniciativa, conmovido (Lc 7,13); la prostituta que le unge, con escándalo de los presentes, y a la que le son perdonados los pecados porque «ha amado mucho» (Lc 7, 37-47); la viuda pobre a la que Jesús ensalza por su generosidad (Mc 12, 41-44); Marta y María, las amigas que le acogen en su casa (Lc 10, 38-42); etc.

 

Las fuentes sinópticas coinciden también en que entre los discípulos itinerantes de Jesús se encontraban mujeres (María Magdalena, Juana, Salomé...), algo no muy común en una sociedad patriarcal. E incluso afirman que permanecieron al pie de la cruz cuando todos habían huido (Mc 15,40-41). Resulta también paradójico que se reconozca como primeros testigos de la resurrección a mujeres, cuyo testimonio apenas tenía validez en aquel contexto social (Mc 16, 11).

 

Por otro lado, en sus diatribas contra los escribas y fariseos, Jesús les reprocha que devoren los bienes de las viudas con pretextos religiosos (Lc 20, 18), y a los príncipes de los sacerdotes y a los ancianos del pueblo les llega a asegurar que las prostitutas les precederán en el Reino de Dios (Mt 21, 31).

 

Por su parte, en el Evangelio de Juan, destacan algunos personajes femeninos: la enemiga étnica de vida licenciosa que es interlocutora del discurso del «agua viva» y de la «adoración en espíritu y en verdad», que acaba evangelizando a sus convecinos samaritanos; Marta de Betania, protagonista de un diálogo fundamental sobre la «resurrección y la vida»; y la mujer adúltera a la que Jesús salva de morir lapidada conforme a la Ley de Moisés. Incluso la crítica histórica y exegética más exigente reconoce que, más allá del carácter kerigmático de estos relatos, se esconde un trasfondo histórico en donde el predicador judío, Jesús de Nazaret, otorgó una consideración llamativa a las mujeres de su tiempo.

 

 

Muerte

 

La mayoría de las fuentes que hacen referencia a la muerte de Jesús concuerdan en que murió crucificado por orden del entonces prefecto romano en Judea, Poncio Pilato.

Que la orden de la ejecución de Jesús partió de la autoridad romana lo confirma lo que se sabe acerca de los procedimientos jurídicos en las provincias del Imperio romano. Las sentencias capitales eran competencia exclusiva del funcionario romano, que tenía el llamado ius gladii (‘derecho de espada’). Solo los romanos, además, utilizaban la crucifixión como método de ejecución.

 

Existen, sin embargo, discrepancias entre los investigadores a la hora de determinar algunas circunstancias de la ejecución. En primer lugar, en cuanto al delito del que fue acusado Jesús y por el cual fue condenado a la pena capital. En segundo lugar, en cuanto al grado de implicación de las autoridades judías de Jerusalén en el juicio y sentencia de Jesús.

 

Cronología

 

Ninguna de las fuentes ofrece una fecha exacta para la muerte de Jesús. Sin embargo, tanto las fuentes sinópticas como el Evangelio de Juan coinciden en que Jesús murió un viernes. Según los sinópticos, este viernes coincidió con el primer día de la fiesta de Pésaj (Pascua judía), que se celebraba el día 15 del mes hebreo de Nisán. El Evangelio de Juan, en cambio, indica que la muerte de Jesús ocurrió el día anterior a dicha fiesta (es decir, el 14 de Nisán), la tarde en la que en el Templo de Jerusalén se sacrificaban los corderos pascuales. Se ha indicado que la información dada por Juan puede estar motivada por su intención de identificar a Jesús como el verdadero Cordero de Dios, ya que su muerte, en el relato joánico, tiene lugar a la misma hora en que en el templo se sacrificaban los corderos para la fiesta de Pascua.

 

Todas las fuentes están de acuerdo en que la ejecución de Jesús tuvo lugar durante el mandato de Poncio Pilato (26-36). Si se acepta como cierta la información que aportan los sinópticos, la muerte de Jesús pudo haber ocurrido en el 27 ó el 34, ya que en estos dos años el 15 de Nisán cayó en viernes. Si se cree, en cambio, que la información más fidedigna es la aportada por el Evangelio de Juan, las fechas posibles son el 30 y el 33, años en los que el 14 de Nisán fue viernes.

 

Algunos autores han intentado armonizar los datos aportados por los sinópticos y por Juan, apelando al uso de dos calendarios diferentes (un calendario lunar oficial y otro solar, utilizado por los esenios). No hay indicios, sin embargo, de que Jesús siguiese otro calendario diferente del que regía las festividades oficiales.

 

Aunque la tradición cristiana considera generalmente que, en el momento de su muerte, Jesús tenía 33 años, es perfectamente posible que tuviera una edad superior, dado que, como se ha expresado, posiblemente nació antes del 4 a. C. (año de la muerte de Herodes el Grande). El número 33 con el tiempo ha acabado adquiriendo un sentido simbólico y ha sido empleado por organizaciones como la masonería, que divide su escalafón en 33 grados (siendo el 33 el grado superior).

 

Teorías minoritarias

 

Teorías acerca del carácter histórico de Jesús

 

Una teoría considera que Jesús fue principalmente un revolucionario mesiánico, que pretendía redimir a Israel e instalar un régimen teocrático (el Reino de Dios). Esta teoría relaciona a Jesús con el movimiento de los zelotes, y se basa principalmente en el dato, corroborado por fuentes no cristianas (Tácito, Flavio Josefo), de su ejecución en la cruz, suplicio reservado a los condenados por sedición. Según estos autores, aquello que en las fuentes contradice esta teoría sería el resultado de una reelaboración de la historia de Jesús por parte de sus seguidores, realizada tras su muerte. El principal defensor de esta teoría fue S. F. G. Brandon: Jesus and the zealots: a study of the political factor in primitive christianity (1967).

 

Otras teorías relacionan a Jesús con la secta de los esenios.

 

Algunos autores, como Burton Mack o John Dominic Crossan, piensan que Jesús fue principalmente un maestro ético, cuyas enseñanzas tienen grandes afinidades con la filosofía cínica.

Morton Smith, en su libro Jesus the magician, identifica a Jesús como un mago.

 

Varios eruditos, notablemente Hyam Maccoby, creen que Barrabás es la versión griega del arameo Bar Abba (‘hijo de padre’), supuestamente el sobrenombre del mismo Jesús. Según ello, al pedir a Pilato la liberación de Barrabás, el pueblo pedía la liberación de Jesús.

 

Teoría de Jesús como personaje mítico

 

Artículo principal: Mito de Jesús.

 

Algunos autores niegan de forma absoluta la validez histórica de las fuentes cristianas, y sostienen que la figura de Jesús es el resultado de una falsificación consciente por parte de los primeros cristianos. Según esta teoría, Jesús no fue un personaje histórico, sino una entidad mítica, producto del sincretismo entre las religiosidades helenística y judía. En la actualidad, los principales defensores de esta teoría en medios académicos son George Albert Wells, Earl Doherty, Alvar Ellegård, Timothy Freke y Peter Gandy.

 

Los principales argumentos que apoyan esta postura son:

 

En la literatura cristiana del siglo I, excluidos los evangelios, apenas hay referencias a la actividad de Jesús. Ninguno de estos textos registra sus enseñanzas, sus milagros ni el proceso que llevó a su ejecución. Earl Doherty llama a esto, de forma irónica, «una conspiración de silencio».

 

El hecho de que gran parte de los acontecimientos de la vida de Jesús narrados en los evangelios tengan claros paralelos en la Biblia judía, lo que ha llevado a pensar que los relatos evangélicos fueron modelados a semejanza de los del Antiguo Testamento.

 

Crítica

 

La mayoría de los estudiosos consideran esta teoría bastante inverosímil. Según Antonio Piñero, desde la década de 1920 «no se considera científico negar la existencia histórica de Jesús debido a la cantidad de pruebas directas o indirectas de su existencia». Como argumentos que hacen más verosímil la existencia histórica de Jesús, Piñero cita:

 

la mención de Jesús en las obras de dos autores no cristianos considerados fiables (Tácito y Flavio Josefo); el conjunto de textos cristianos transmitidos acerca de su figura, ya que «aunque los escritos cristianos se manifiesten como obras de seguidores de Jesús, negar la existencia histórica del personaje central de ellas presenta muchas más dificultades que admitirla»; las alusiones en dichos textos a figuras históricas cuya existencia puede comprobarse con documentos no cristianos; las reinterpretaciones y remodelaciones de la figura de Jesús realizadas por los autores de las fuentes cristianas, que no hubieran sido precisas si el personaje fuera una invención; y el desarrollo del cristianismo, difícil de explicar sin la figura de Jesús.

 

Repercusiones históricas de Jesús de Nazaret

 

Es abismal la diferencia entre la mínima repercusión histórica que la predicación de Jesús alcanzó durante su vida y su influencia posterior en la historia universal. El movimiento religioso iniciado por Jesús, escindido del judaísmo, terminó convirtiéndose en una nueva religión, el cristianismo, que fue ganando adeptos por todo el ámbito del Mediterráneo durante los primeros siglos de nuestra era.

 

A pesar de ser duramente criticada, e incluso perseguida, durante el siglo IV la religión cristiana llegó a ser la religión principal (oficialmente la única a partir del Edicto de Tesalónica) del Imperio romano. La Iglesia cristiana alcanzó un enorme poder, y mantuvo su estructura fuertemente jerarquizada después de las invasiones bárbaras que marcaron el final del Imperio romano de Occidente. En Oriente, continuó siendo la religión oficial del Imperio bizantino hasta el final de este estado, a mediados del siglo XV, si bien en gran parte de los antiguos territorios orientales del Imperio romano se vio desplazada, a partir del siglo VII, por el avance del islam.

 

El cristianismo se incorporó a la herencia cultural de Europa, hasta el punto de ser considerado en la actualidad como uno de sus principales rasgos de identidad. Con la expansión de la cultura europea que comenzó en el siglo XV, esta religión se difundió por otros muchos lugares del mundo, especialmente por América, donde es hoy también la religión más importante. En la actualidad, la religión cristiana, en sus diferentes denominaciones, es la que cuenta con mayor número de seguidores en todo el mundo.

 

La historia de la Iglesia cristiana, tanto en Oriente como en Occidente, ha sido en gran medida la de la lucha entre diferentes concepciones del cristianismo, que desembocaron en varios cismas, con la consiguiente aparición de nuevas iglesias, por lo que en la actualidad no existe una sola, sino muy variadas confesiones cristianas. Todas estas variantes del cristianismo comparten, sin embargo, una visión de Jesús de Nazaret relativamente unitaria en lo esencial (véase más abajo la sección Jesús en el cristianismo).

 

El cristianismo, y especialmente la figura de Jesús de Nazaret, ha ejercido hasta la actualidad una enorme influencia en todos los aspectos de la cultura de Europa y de América (sobre algunos aspectos de la influencia de Jesús en la cultura, véanse las secciones Jesús en el arte, Jesús en la literatura, Jesús en el cine).

 

Jesús en el cristianismo

 

Artículo principal: Cristo.

 

La figura de Jesús de Nazaret es el centro de todas las religiones denominadas cristianas, aunque existen diferentes interpretaciones acerca de su persona. En general, para los cristianos ortodoxos, Jesús de Nazaret es el protagonista de un acto único e intransferible, por el cual el hombre adquiere la posibilidad de elevarse por encima de su naturaleza caída y alcanzar la salvación. Dicho acto se consuma con la resurrección de Jesús de Nazaret. La resurrección es, por tanto, el hecho central del cristianismo y constituye su esperanza soteriológica. Como acto, es privativo de la divinidad e inasequible al hombre. De forma más precisa, la encarnación, la muerte y la resurrección compensan en tres actos sucesivos los tres obstáculos que separaban, según la doctrina cristiana, a Dios del hombre: la naturaleza, el pecado y la muerte. Por la encarnación del Verbo, la naturaleza divina se hace humana. Por la muerte de Cristo, se supera el pecado y por su resurrección, la muerte.

 

Históricamente, el núcleo de la doctrina cristiana quedó fijado en el Concilio de Nicea, con la formulación del símbolo niceno. Este concilio es reconocido por las principales denominaciones cristianas: católicos, ortodoxos y las diferentes iglesias protestantes. El texto del credo niceno en lo referente a Jesús es el siguiente:

 

Y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; engendrado como el Unigénito del Padre, es decir, de la substancia del Padre, Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no hecho; consubstancial al Padre; mediante el cual todas las cosas fueron hechas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra; quien para nosotros los humanos y para nuestra salvación descendió y se hizo carne, se hizo humano, y sufrió, y resucitó al tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos.

 

Existen, sin embargo, iglesias no trinitarias que no reconocieron la existencia de una Trinidad de personas en Dios (por ejemplo, el arrianismo, y posteriormente el unitarismo).

Jesús de Nazaret es también considerado la encarnación del Hijo, segunda persona o hipóstasis de la trinidad cristiana. Es Hijo por naturaleza y no por adopción, lo que quiere decir que su divinidad y su humanidad son inseparables. La relación entre la naturaleza divina y humana quedó fijada en el Concilio de Calcedonia en estos términos:

 

Siguiendo con unanimidad a los Santos Padres, nosotros enseñamos que se ha de confesar un solo y mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, perfecto en su divinidad y perfecto en su humanidad, verdadero Dios y verdadero hombre con alma racional y cuerpo; consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad; en todo semejante a nosotros menos en el pecado, nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad, y en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, nacido de María, la Virgen (madre) de Dios, según la humanidad: uno y el mismo Cristo Señor Hijo Unigénito en dos naturalezas bien distintas, inmutables, indivisibles, inseparables; la diferencia de naturalezas en ningún modo es suprimida por la unión, más bien se conservan las propiedades de cada naturaleza y concuerdan en una persona y en un sujeto. No (está) dividido ni partido en dos personas, sino que uno y el mismo es Hijo único, Dios, Verbo, Jesús Señor, como desde el principio los profetas y el mismo Jesucristo nos enseñó y transmitió el símbolo de los padres. Tras haber sido reguladas totalmente por nosotros estas cosas, con toda exactitud y armonía, este Santo Sínodo ecuménico definió que a nadie se permita proferir otra fe ni escribirla, ni adaptarla, ni pensarla o enseñarla a otros.162

 

Denominaciones cristianas con discrepancias conciliares

 

Existen algunas religiones cristianas minoritarias que no comparten las definiciones dogmáticas del Concilio de Nicea, del Concilio de Éfeso y del Concilio de Calcedonia.

Artículo principal: Disputas cristológicas.

 

Nestorianismo: variante doctrinal inspirada en el pensamiento de Nestorio que cuenta con iglesias activas actualmente como la Iglesia Asiria de Oriente. El centro de su doctrina es el rechazo a considerar que el Dios Hijo pudo ser niño alguna vez. En consecuencia, separan la persona humana y la persona divina de Jesús. Fue rechazada por el Concilio de Éfeso.

 

Monofisismo: es la variante doctrinal que unifica en una las dos naturalezas de Jesús de Nazaret. Fue promovida por Eutiques y rechazada en el Concilio de Calcedonia. Las Antiguas iglesias orientales son denominaciones monofisitas, así como también las iglesias coptas.

 

Jesús en los nuevos movimientos religiosos de origen cristiano

 

Varios movimientos religiosos de filiación cristiana, surgidos a partir de la segunda mitad del siglo XIX, se apartan de las creencias tradicionales de las religiones cristianas mayoritarias en lo referente a la doctrina de la Trinidad, la naturaleza de Cristo y su misión. Por ello se dicute por parte de los grupos tradicionales si estos movimientos pueden considerarse propiamente cristianos.

Los mormones (La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días) cree que Jesucristo ofrece la salvación en dos aspectos diferentes, de la muerte física y de la muerte espiritual. La iglesia mormona, fundada en Estados Unidos, también mantiene la creencia de que, después de su resurrección, Jesucristo visitó América y continuó allí su enseñanza.

 

Los testigos de Jehová consideran a Jesús como el único ser creado por Dios directamente y que actualmente no es un hombre ni el Dios todopoderoso, sino «una poderosa criatura espiritual» entronizado como rey. También creen que Jesús no es parte de una trinidad, y que no resucitó por sí mismo, sino que Dios lo resucitó. Los Testigos de Jehová afirman que Jesús no murió en una cruz sino en un madero y por ende no usan la cruz ni ningún otro símbolo. Otro punto que caracteriza sus creencias es que Jesucristo se convirtió en Rey en el cielo en el año 1914 y el Arcángel Miguel es Jesucristo en su posición celestial.

 

Para la Ciencia Cristiana (Iglesia Científica de Cristo) de Mary Baker Eddy, Jesús el Cristo tiene una dualidad: uno es Jesús como hombre humano y la otra es Cristo como la idea divina. Jesús representó Cristo, es decir la verdadera idea de Dios. Este «Cristo-espíritu» gobernó al Jesús físico. Con la ascensión desapareció Jesús pero la identidad espiritual o Cristo «continúa existiendo en el orden eterno de la Ciencia Divina, redimiendo los pecados del mundo Jesús no es Dios sino el Hijo de Dios y uno con Dios en «calidad y no en cantidad». Dios no es un salvador corpóreo sino un Principio salvador. La salvación no se logra mediante el perdón sino una reforma y recurso de Espíritu.

 

Los adventistas del Séptimo Día hacen hincapié, como la mayoría de los grupos adventistas, en una escatología de signo milenarista que considera inminente la Parusía (segunda venida de Cristo), la cual se realizará de modo visible y tangible.

 

Otros movimientos se apartan bastante más de las creencias cristianas, ya que niegan de plano su misión salvadora.

 

Jesús en otras religiones

 

Jesús según el judaísmo

 

Artículos principales: Ieshú y Yeshúa.

 

El judaísmo, religión en cuyo marco se desarrolló la predicación de Jesús, rechaza la creencia de que Jesús es Dios, ya que resulta incompatible con su estricto monoteísmo. Igualmente rechaza su identificación con el Mesías o como profeta.

 

En líneas generales, puede decirse que el judaísmo prestó escasa atención a Jesús de Nazaret. Sin embargo, un personaje llamado Yeshu (alt: Jeshu, Yeishu, en hebreo: יש"ו) es mencionado en antiguos textos rabínicos, entre ellos el Talmud de Babilonia, redactado en fecha anterior al año 600, y la literatura midrásica, de entre 200 y 700. El nombre es similar, aunque no idéntico, a Yeshúa, que es considerado por muchos autores el nombre original de Jesús en arameo. Además, en varios manuscritos del Talmud de Babilonia aparece con el sobrenombre Ha-Notztri, que puede significar ‘el Nazareno’. Por este motivo, y por ciertas coincidencias entre la historia de Jesús conocida por los evangelios cristianos y la del Yeshu citado en el Talmud, algunos autores han identificado a ambos personajes. Existen, sin embargo, discrepancias sobre este punto.

 

En los textos rabínicos, Yeshu es caracterizado desde un punto de vista muy negativo: aparece como un embaucador que empuja a los judíos a apostatar de su religión.

 

Jesús en las religiones gnósticas

 

Artículo principal: Gnosticismo.

 

El gnosticismo es un conjunto de religiones heterogéneas que florecieron cuando las religiones locales de Asia entraron en contacto con el helenismo. A pesar de su diversidad de contenidos, comparten algunos rasgos, a veces de estilo y, a veces, de contenido. Por ejemplo, era muy común en ellas atribuir al mundo un origen maligno o defectuoso. Para algunas religiones gnósticas, el mundo había sido creado por malignos demiurgos que tenían al hombre encerrado en la existencia terrenal e ignorante de su condición de prisionero.

 

Para otras, el mundo era el fruto de un fracaso o tragedia creativos. Los que conocían (gnosis) esta verdad podían intentar escapar. En contacto con el cristianismo, aparecieron nuevas variantes gnósticas. Las más destacadas fueron:

 

Marción de Sínope (siglo II): es el único gnóstico que reconoció a Jesús de Nazaret como único y verdadero Hijo de Dios. Sin embargo, el Dios que propugna Marción no es el Dios del Antiguo Testamento y, por lo tanto, su acto, más que redentor, es liberador. Es decir, el Dios del Antiguo Testamento crea al hombre y el Dios del Nuevo Testamento lo libera o manumite pagando para ello el precio de su sangre.

 

Valentín (siglo II): fue el fundador de otra escuela gnóstica. Para él, Jesús de Nazaret fue una divinidad creada para redimir a la propia divinidad de un defecto o desorden interno sufrido durante el proceso de la creación.

 

Simón Mago (siglo I): fue un predicador gnóstico que se autoproclamó encarnación del Padre. Para él, Jesús de Nazaret había sido una encarnación previa del Hijo.

 

Basílides de Alejandría (siglo II): fue el fundador de otra secta gnóstica. Consideraba que la muerte de Jesús era incompatible con su naturaleza divina y, por lo tanto, había sido una muerte ilusoria.

 

Mani (siglo III): fundador del maniqueísmo. Dentro de su sistema, Jesús de Nazaret, Zoroastro y Buda habían sido tres predecesores cuya enseñanza él completaba y culminaba.

 

Jesús según el Islam

 

Jesús, llamado en lengua árabe `Īsā o `Īsā ibn Maryam (‘Jesús, hijo de María’), es uno de los principales profetas del islam. Según el Corán, fue uno de los profetas más queridos por Dios y, a diferencia de lo que ocurre en el cristianismo, para los musulmanes no tiene carácter divino. Existen notables diferencias entre el relato de los Evangelios y la narración coránica de la historia de Jesús.

 

La virginidad de María es plenamente reconocida (Corán, 3,41; 5,19; 19,22 y ss). Jesús es quien anunció la llegada de Mahoma como último profeta (Corán, 3,75; 61,6), aunque siguen su vida y prédica a través de los textos de los evangelios apócrifos. La muerte de Jesús es tratada de forma compleja, al no reconocer explícitamente su sacrificio, sino que antes de la muerte es sustituido por otro ser -del que nada se dice-, mientras Jesús asciende con Dios y burla a los judíos (Corán, 3,48; 4,156). La muerte ignominiosa de Jesús no se contempla, aunque sí se afirma su regreso el día del Juicio Final (Corán, 4,157; 43,61) y el descubrimiento, en ese día, de que la obra de Jesús fue verdadera (en el sentido de enviado por Dios). El Corán rechaza la Trinidad (según el concepto del tawhid), teniéndola por falsa, y considera a Jesús por «Verbo de Dios», pero no hijo de él.

 

Jesús en el budismo

 

La visión de Jesús para los budistas es diferente. Algunos budistas, entre ellos el Dalái Lama (1935−), consideran que Jesús fue un bodhisattva que dedicó su vida al bienestar de los seres humanos. El maestro zen del siglo XIV Gasan Jōseki señaló que las palabras de Jesús en los evangelios procedían de alguien que no estaba lejos del estado de buda.

 

Jesús en la ficción y en el arte

 

Jesús en la literatura

 

Desde finales del siglo XIX, son numerosos los autores literarios que han dado su interpretación personal de la vida de Jesús. Entre las obras más destacadas que han tratado el tema pueden citarse:

 

Fiodor Dostoievski: Los hermanos Karamázov (1880).

Mijaíl Bulgákov: El maestro y Margarita (escrito entre 1928 y 1940, publicado en 1967).

Robert Graves: Rey Jesús (1947).

Nikos Kazantzakis: Cristo crucificado (1948) y La última tentación de Cristo (1951), en la que se basaría Martin Scorsese para su película homónima.

Fulton Oursler: La historia más grande jamás contada (1949). En la que se basó la película de George Stevens.

Anthony Burgess: El hombre de Nazareth (1979), sirvió de base para la Serie Jesús de Nazaret de Franco Zeffirelli

José Saramago: El Evangelio según Jesucristo (1991).

Gore Vidal: En directo desde el Gólgota (1992); también parcialmente basado en la historia de Jesús de Nazaret, Mesías, 1955.

Norman Mailer: El Evangelio según el Hijo (1997).

Fernando Sánchez Dragó: Carta de Jesús al Papa (2001).

Álvaro Bermejo. El Evangelio del Tíbet (2008).

El misterio de la vida de Jesús ha sido también el tema de algunas obras de literatura de consumo, a veces en géneros como la ciencia ficción o la novela de misterio:

Mirza Ghulam Ahmad: Jesús en la India 1899

Andreas Faber-Kaiser: Jesús vivió y murió en Cachemira

Juan José Benítez: Caballo de Troya (1984-2006; saga de varios volúmenes).

Fida Hassnain: La historia de Jesús (1995).

Jesús en el cine

Artículo principal: Jesús de Nazaret en el cine.

La vida de Jesús según los relatos del Nuevo Testamento, y generalmente desde una perspectiva cristiana, ha sido un tema frecuente en el cine desde su misma aparición. De hecho, Jesús de Nazaret es uno de los personajes más interpretados. Ya en 1898 su vida fue llevada a la pantalla por Georges Hatot y Louis Lumière en un filme titulado La vie et la passion de Jésus-Christ.182 En el cine mudo destaca la superproducción Rey de reyes (1927), de Cecil B. DeMille.

El tema fue abordado después en repetidas ocasiones, desde las superproducciones de Hollywood, como Rey de reyes (Nicholas Ray, 1961) y La historia más grande jamás contada (George Stevens, 1965) o la europea Jesús de Nazaret (Franco Zeffirelli, 1977) hasta visiones más austeras como la de Pier Paolo Pasolini (El Evangelio según San Mateo, 1964). También dieron su personal interpretación de la figura de Jesús autores como Griffith (Intolerancia, 1916), Wiene (INRI, 1923), Morayta (El mártir del Calvario, 1952), Dreyer (Ordet, 1954), Dassin (El que debe morir, 1957), Buñuel (Nazarín, 1958, y La Vía Láctea, 1969), Wajda (Pilatus und andere, 1971), Rossellini (El Mesías, 1975), Arcand (Jesús de Montreal, 1989) o Cuerda (Así en el cielo como en la tierra, 1995).

Algunas de las películas más recientes sobre la vida de Jesús no han estado exentas de polémica. Es el caso de Je vous salue, Marie (1985) de Jean-Luc Godard o La última tentación de Cristo (1988), de Martin Scorsese, basada en la novela homónima de Nikos Kazantzakis y muy criticada en general por su interpretación de Jesús, apartada del punto de vista cristiano tradicional. El filme de Mel Gibson La Pasión de Cristo (2004) suscitó en cambio la aprobación de amplios sectores del cristianismo, pero fue tachado de antisemita por algunos miembros de la comunidad judía.

El personaje de Jesús ha sido tratado en el cine desde muy variados ángulos.183 No faltan, por ejemplo, aproximaciones paródicas a la figura del iniciador del cristianismo como La vida de Brian (Terry Jones, 1979), musicales como Jesucristo Superstar (Norman Jewison, 1973) o Godspell (David Greene, 1973) y filmes de animación como The Miracle Maker (Derek W. Hayes y Stanislav Sokolov, 2000).

 

Jesús en el teatro musical

 

La vida de Jesús también ha sido convertida en musical y llevada a los escenarios en lugares como Broadway. Entre las aproximaciones líricas a la vida y obra de Jesús destacan Jesucristo Superstar, ópera rock con música de Andrew Lloyd Webber y libreto de Tim Rice, representada por primera vez en 1970. Mucho más alternativa es la obra Godspell, con música de Stephen Schartz y libreto de John-Michael Tebelak, representada por primera vez en 1971.