La Dama Boba 4. Cuarto Acto
Autor: Lope de Vega
Fuente: ciudadseva.
Vase LISEO
LAURENCIO: Yo voy tras ti.
¡Qué celoso y qué arrogante!
Finea es boba y, sin duda,
de haberle contado nace,
mis amores y papeles.
Ya para consejo es tarde;
que deudas y desafíos
a que los honrados salen,
para trampas se dilatan,
y no es bien que se dilaten.
Vase LAURENCIO. Salen un MAESTRO de danzar
y FINEA
MAESTRO: ¿Tan presto se cansa?
FINEA: Sí.
Y no quiero danzar más.
MAESTRO: Como no danza a compás,
hase enfadado de sí.
FINEA: ¡Por poco diera de hocicos,
saltando! Enfadada vengo.
¿Soy yo urraca, que andar tengo
por casa, dando salticos?
Un paso, otro contrapaso,
floretas, otra floreta...
¡Qué locura!
MAESTRO: (¡Qué imperfeta Aparte
cosa, en un hermoso vaso
poner la Naturaleza
licor de un alma tan ruda!
Con que yo salgo de duda
que no es alma la belleza).
FINEA: Maestro...
MAESTRO: ¿Señora mía?...
FINEA: Trae mañana un tamboril.
MAESTRO: Ése es instrumento vil,
aunque de mucha alegría.
FINEA: Que soy más aficionada
al cascabel os confieso.
MAESTRO: Es muy de caballos eso.
FINEA: Haced vos lo que me agrada;
que no es mucha rustiqueza
el traellos en los pies.
Harto peor pienso que es
traellos en la cabeza.
MAESTRO: (Quiero seguille el humor). Aparte
Yo haré lo que me mandáis.
FINEA: Id danzando cuando os vais.
MAESTRO: Yo agradezco el favor,
pero llevaré tras mí
mucha gente.
FINEA: Un pastelero,
un sastre y un zapatero
¿llevan la gente tras sí?
MAESTRO: No; pero tampoco ellos
por la calle haciendo va
sus oficios.
FINEA: ¿No podrán,
si quieren?
MAESTRO: Podrán hacellos;
y yo no quiero danzar.
FINEA: Pues no entréis aquí.
MAESTRO: No haré.
FINEA: Ni quiero andar en un pie,
ni dar vueltas, ni saltar.
MAESTRO: Ni yo enseñar las que sueñan
disparates atrevidos.
FINEA: No importa; que los maridos
son los que mejor enseñan.
MAESTRO: ¿Han visto la mentecata?...
FINEA: ¿Qué es mentecata, villano?
MAESTRO: ¡Señora, tened la mano!
Es una dama que trata
con gravedad y rigor
a quien la sirve.
FINEA: ¿Ésa es?
MAESTRO: Puesto que vuelve después
con más blandura y amor.
FINEA: ¿Es eso cierto?
MAESTRO: ¿Pues no?
FINEA: Yo os juro, aunque nunca ingrata,
que no hay mayor mentecata
en todo el mundo que yo.
MAESTRO: El creer es cortesía;
adiós, que soy muy cortés.
Vase el MAESTRO y sale CLARA
CLARA: ¿Danzaste?
FINEA: ¿Ya no lo ves?
Persígueme todo el día
con leer, con escribir,
con danzar, ¡y todo es nada!...
Sólo Laurencio me agrada.
CLARA: ¿Cómo te podré decir
una desgracia notable?
FINEA: Hablando; porque no hay cosa
de decir dificultosa,
a mujer que viva y hable.
CLARA: Dormir en día de fiesta,
¿es malo?
FINEA; Pienso que no;
aunque si Adán se durmió,
buena costilla le cuesta.
CLARA: Pues si nació la mujer
de una dormida costilla,
que duerma no es maravilla.
FINEA: Agora vengo a entender
sólo con esa advertencia,
por qué se andan tras nosotras
los hombres, y en unas y otras
hacen tanta diligencia;
que, si aquesto no es asilla
deben de andar a buscar
su costilla, y no hay parar
hasta topar su costilla.
CLARA: Luego, si para el que amó
un año, y dos, harto bien,
¿le dirán los que le ven
que su costilla topó?
FINEA: A lo menos, los casados.
CLARA: ¡Sabia estás!
FINEA: Aprendo ya;
que me enseña Amor, quizá,
con lecciones de cuidados.
CLARA: Volviendo al cuento: Laurencio
me dio un papel para ti;
púseme a hilar --¡ay de mía,
cuánto provoca el silencio!--,
metí en el copo el papel,
y como hilaba al candil
y es la estopa tan sutil,
aprendióse el copo en él.
Cabezas hay disculpadas,
cuando duermen sin cojines
y sueños como rocines
que vienen con cabezadas.
Apenas el copo ardió,
cuando, puesta en él de pies,
me chamusqué, ya lo ves...
FINEA: ¿Y el papel?
CLARA: Libre quedó,
como el Santo de Pajares.
Sobraron estos renglones
en que hallarás más razones
que en mi cabeza aladares.
FINEA: ¿Y no se podrán leer?
CLARA: Toma y lee.
FINEA: Yo sé poco.
CLARA: ¡Dios libre de un fuego loco
la estopa de la mujer!
Sale OCTAVIO y habla aparte
OCTAVIO: (Yo pienso que me canso en enseñarla,
porque es querer labrar con vidrio un pórfido;
ni el danzar ni el leer aprender puede,
aunque está menos ruda que solía).
FINEA: ¡Oh, padre mentecato y generoso!
¡Bien seas venido!
OCTAVIO: ¿Cómo mentecato?
FINEA: Aquí el maestro de danzar me dijo
que era yo mentecata, y enojéme;
mas él me respondió que este vocablo
significaba una mujer que riñe
y luego vuelve con amar notable;
y como vienes tú riñendo agora,
y has de mostrarme amor en breve rato,
quise también llamarte mentecato.
OCTAVIO: Pues, hija, no creáis a todas gentes,
ni digáis ese nombre, que no es justo.
FINEA: No lo haré más. Mas diga, ¿señor padre
sabe leer?
OCTAVIO: Pues ¿eso me preguntas?
FINEA: Tome, ¡por vida tuya, y éste lea.
OCTAVIO: ¿Este papel?
FINEA: Sí, padre.
OCTAVIO: Oye, Finea:
Lee
"Agradezco mucho la merced que me has
hecho, aunque toda esta noche la he pasado con
poco sosiego, pensando en tu hermosura..."
FINEA: ¿No hay más?
OCTAVIO: No hay más; que está muy justamente,
quemado lo demás. ¿Quién te le ha dado?
FINEA: Laurencio, aquel discreto caballero
de la academia de mi hermana Nise,
que dice que me quiere con extremo.
OCTAVIO: (De tu ignorancia, mi desdicha temo.
Esto trujo a mi casa el ser discreta
Nise, el galán, el músico, el poeta,
el lindo, el que se precia de oloroso,
el afeitado, el loco y el ocioso).
¿Hate pasado más con éste, acaso?
FINEA: Ayer, en la escalera, al primer paso,
me dio un abrazo.
OCTAVIO: (¡En buenos pasos anda Aparte
mi pobre honor, por una y otra banda!
La discreta, con necios en concetos,
y la boba, en amores con discretos.
A ésta no hay que llevarla por castigo,
y más que lo podrá entender su esposo).
Hija, sabed que estoy muy enojado.
No os dejéis abrazar. ¿Entendéis, hija?
FINEA: Sí, señor padre; y cierto que me pesa
aunque me pareció muy bien entonces.
OCTAVIO: Sólo vuestro marido ha de ser digno
de esos abrazos.
Sale TURÍN
TURIN: En tu busca vengo.
OCTAVIO: ¿De qué es la prisa tanta?
TURIN: De que al campo
van a matarse mi señor Liseo
y Laurencio, ese hidalgo marquesote
que desvanece a Nise con sonetos.
OCTAVIO: (¿Qué importa que los padres sean discretos,
si les falta a los hijos la obediencia?
Liseo habrá entendido la imprudencia
de este Laurencio, atrevidillo y loco,
y que sirve a su esposa). ¡Caso extraño!
¿Por dónde fueron?
TURIN: Van, si no me engaño,
hacia los Recoletos Agustinos.
OCTAVIO: Pues ven tras mí. ¡Qué extraños desatinos!
Vanse OCTAVIO y TURÍN
CLARA: Parece que se ha enojado
tu padre.
FINEA: ¿Qué puedo hacer?
CLARA: ¿Por qué le diste a leer
el papel?
FINEA: Ya me ha pesado.
CLARA: Ya no puedes proseguir
la voluntad de Laurencio.
FINEA: Clara, no la diferencio
con el dejar de vivir.
Yo no entiendo cómo ha sido,
desde que el hombre me habló;
porque, si es que siento yo,
él me ha llevado el sentido.
Si duermo, sueño con él;
si como, le estoy pensando,
y si bebo, estoy mirando
en agua la imagen de él.
¿No has visto de qué manera
muestra el espejo, a quien mira,
su rostro, que una mentira
le hace forma verdadera?
Pues lo mismo en vidrio miro
que el cristal me representa.
CLARA: A tus palabras atenta,
de tus mudanzas me admiro.
Parece que te tranformas
en otra.
FINEA: En otro dirás.
CLARA: Es maestro con quien más
para aprender te conformas.
FINEA: Con todo eso, seré
obediente al padre mío;
fuera de que es desvarío
quebrar la palabra y fe.
CLARA: Yo haré lo mismo.
FINEA: No impidas
el camino que llevabas.
CLARA: ¿No ves que amé porque amabas,
y olvidaré porque olvidas?
FINEA: Harto me pesa de amalle;
pero a ver mi daño vengo,
aunque sospecho que tengo
de olvidarme de olvidalle.
Vanse las dos. Salen LISEO y LAURENCIO
LAURENCIO: Antes, Liseo, de sacar la espada,
quiero saber la causa que os obliga.
LISEO: Pues bien será que la razón os diga.
LAURENCIO: Liseo, si son celos de Finea,
mientras no sé que vuestra esposa sea,
bien puedo pretender, pues fui primero.
LISEO: Disimuláis, a fe de caballero,
pues tan lejos lleváis el pensamiento
de amar a una mujer tan ignorante.
LAURENCIO: Antes, de que la quiera no os espante;
que soy tan pobre como bien nacido,
y quiero sustentarme con el dote.
Y que lo diga ansí no os alborote,
pues que vos, dilatando el casamiento,
habéis dado más fuerzas a mi intento,
y porque cuando llegan, obligadas,
a desnudarse en campo las espadas,
se han de tratar verdades llanamente;
que es hombre vil quien en el campo miente.
LISEO: ¿Luego, no queréis bien a Nise?
LAURENCIO: A Nise
yo no puedo negar que no la quise;
mas su dote serán diez mil ducados,
y de cuarenta a diez, ya veis, van treinta,
y pasé de los diez a los cuarenta.
LISEO: Siendo eso ansí, como de vos lo creo,
estad seguro que jamás Liseo
os quite la esperanza de Finea;
que aunque no es la ventura de la fea,
será de la ignorante la ventura;
que así Dios me la dé que no la quiero,
pues desde que la vi, por Nise muero.
LAURENCIO: ¿Por Nise?
LISEO: ¡Sí, por Dios!
LAURENCIO: Pues vuestra es Nise,
y con la antigüedad que yo la quise,
yo os doy sus esperanzas y favores;
mis deseos os doy y mis amores,
mis ansias, mis serenos, mis desvelos,
mis versos, mis sospechas y mis celos.
Entrad con esta runfla y dalde pique;
que no hará mucho en que de vos se pique.
LISEO: Aunque con cartas tripuladas juegue,
acepto la merced, señor Laurencio;
que yo soy rico, y compraré mi gusto.
Nise es discreta, yo no quiero el oro;
hacienda tengo, su belleza adoro.
LAURENCIO: Hacéis muy bien; que yo, que soy tan pobre,
el oro solicito que me sobre;
que aunque de entendimiento lo es Finea,
yo quiero que en mi casa alhaja sea.
¿No están las escrituras de una renta
en un cajón de un escritorio, y rinden
aquello que se come todo el año?
¿No está una casa principal tan firme,
como de piedra, al fin, yeso y ladrillo,
y renta mil ducados a su dueño?
Pues yo haré cuenta que es Finea una casa,
una escritura, un censo y una viña,
y seráme una renta con basquiña;
demás que, si me quiere a mí, me basta;
que no hay mayor ingenio que ser casta.
LISEO: Yo os doy palabra de ayudaros tanto,
que venga a ser tan vuestra como creo.
LAURENCIO: Y yo con Nise haré, por Dios, Liseo,
lo que veréis.
LISEO: Pues démonos las manos
de amigos, no fingidos cortesanos,
sino como si fuéramos de Grecia,
adonde tanto el amistad se precia.
LAURENCIO: Yo seré vuestro Pílades.
LISEO: Yo, Orestes.
Salen OCTAVIO y TURÍN
OCTAVIO: ¿Son éstos?
TURÍN: Ellos son.
OCTAVIO: ¿Y esto es pendencia?
TURÍN: Conocieron de lejos tu presencia...
OCTAVIO: ¡Caballeros!
LISEO: Señor, seáis bien venido.
OCTAVIO: ¿Qué hacéis aquí?
LISEO: Como Laurencio ha sido
tan grande amigo mío, desde el día
que vine a vuestra casa, o a la mía,
venimos a ver el campo solos,
tratando nuestras cosas igualmente.
OCTAVIO: De esa amistad me huelgo extrañamente.
Aquí vine a un jardín de un grande amigo,
y me holgaré de que volváis conmigo.
LISEO: Será para los dos merced notable.
LAURENCIO: Vamos a acompañaros y serviros.
OCTAVIO: (Turín, ¿por qué razón me has engañado?)
TURIN: Porque deben de haber disimulado,
y porque, en fin, las más de las pendencias
mueren por madurar; que a no ser esto,
no hubiera mundo ya.
OCTAVIO: Pues, di, ¿tan presto
se pudo remediar?
TURIN: ¿Qué más remedio
de no reñir que estar la vida en medio?
Vanse los cuatro. Salen NISE y FINEA
NISE: De suerte te has engreído,
que te voy desconociendo.
FINEA: De que eso digas, me ofendo.
Yo soy la que siempre he sido.
NISE: Yo te vi menos discreta.
FINEA: Y yo más segura a ti.
NISE: ¿Quién te va trocando ansí?
¿Quién te da lección secreta?
Otra memoria es la tuya.
¿Tomaste la anacardina?
FINEA: Ni de Ana, ni Catalina,
he tomado lección suya.
Aquello que ser solía,
soy; porque sólo he mudado
un poco de más cuidado.
NISE: ¿No sabes que es prenda mía
Laurencio?
FINEA: ¿Quién te empeñó
a Laurencio?
NISE: Amor.
FINEA: ¿A fe?
Pues yo le desempeñé,
y el mismo Amor me le dio.
NISE: ¡Quitaréte dos mil vidas,
boba dichosa!
FINEA: No creas
que si a Laurencio deseas,
de Laurencio me dividas.
En mi vida supe más
de lo que él me ha dicho a mí;
eso sé y eso aprendí.
NISE: Muy aprovechada estás;
mas de hoy más no ha de pasarte
por el pensamiento.
FINEA: ¿Quién?
NISE: Laurencio.
FINEA: Dices muy bien.
No volverás a quejarte.
NISE: Si los ojos puso en ti,
quítelos luego.
FINEA: Que sea
como tú quieres.
NISE: Finea,
déjame a Laurencio a mí.
Marido tienes.
FINEA: Yo creo
que no riñamos las dos.
NISE: Quédate con Dios.
FINEA: Adiós.
Vase NISE y sale LAURENCIO
¡En qué confusión me veo!
¿Hay mujer más desdichada?
Todos dan en perseguirme...
LAURENCIO: (Detente en un punto firme, Aparte
Fortuna veloz y airada,
que ya parece que quieres
ayudar mi pretensión.
¡Oh, qué gallarda ocasión!)
¿Eres tú, mi bien?
FINEA: No esperes,
Laurencio, verme jamás.
Todos me riñen por ti.
LAURENCIO: Pues ¿qué te han dicho de mí?
FINEA: Eso agora lo sabrás.
¿Dónde está mi pensamiento?
LAURENCIO: ¿Tu pensamiento?
FINEA: Sí.
LAURENCIO: En ti;
porque si estuviera en mí,
ya estuviera más contento.
FINEA: ¿Vesle tú?
LAURENCIO: Yo no, jamás.
FINEA: Mi hermana me dijo aquí
que no has de pasarme a mí
por el pensamiento más;
por eso allá te desvía,
y no me pases por él.
LAURENCIO: Piensa que yo estoy en él,
y echarme fuera querría.
FINEA: Tras esto dice que en mí
pusiste los ojos.
LAURENCIO: Dice
verdad; no lo contradice
el alma que vive en ti.
FINEA: Pues tú me has de quitar luego
los ojos que me pusiste.
LAURENCIO: ¿Cómo si en Amor consiste?
FINEA: Que me los quites te ruego,
con ese lienzo, de aquí,
si yo los tengo en mis ojos.
LAURENCIO; No más; cesen los enojos.
FINEA: ¿No están en mis ojos?
LAURENCIO; Sí.
FINEA: Pues limpia y quita los tuyos
que no han de estar en los míos.
LAURENCIO: ¡Qué graciosos desvaríos!
FINEA: Ponlos a Nise en los suyos.
LAURENCIO: Ya te limpio con el lienzo.
FINEA: ¿Quitástelos?
LAURENCIO: ¿No lo ves?
FINEA: Laurencio, no se los des,
que a sentir penas comienzo.
Pues más hay; que el padre mío
bravamente se ha enojado
del abrazo que me has dado.
LAURENCIO: (¿Mas que hay otro desvarío?) Aparte
FINEA: También me le has de quitar;
no ha de reñirme por esto.
LAURENCIO: ¿Cómo ha de ser?