La zapatera prodigiosa 3. Tercera entrega
Fuente bibliotecasvirtuales. Farsa violenta en dos actos
Autor: Federico García Lorca
NIÑO. (Pasándole la mano por la cara.) ¡Ah! ¡Eso sería!
ZAPATERA. Ya ves tú... cuando lo conocí estaba yo lavando en el arroyo del pueblo. Medio metro de agua y las chinas del fondo se veían reír, reír con el temblorcillo. Él venía con un traje,negro entallado, corbata roja de seda buenísima y cuatro anillos de oro que relumbraban como cuatro soles.
NIÑO. ¡Qué bonito!
ZAPATERA. Me miró y lo miré. Yo me recosté en la hierba. Todavía me parece sentir en la cara aquel aire tan fresquito que venía por los árboles. Él paró su caballo y la cola del caballo era blanca y tan larga que llegaba al agua del arroyo. (La Zapatera está casi llorando. Empieza a oírse un canto lejano.) Me puse tan azarada que se me fueron dos pañuelos preciosos, así de pequeñitos, en la corriente.
NIÑO. ¡Qué risa!
ZAPATERA. Él, entonces, me dijo... (El canto se oye más cerca. Pausa.) ¡Chisss...!
NIÑO. (Se levanta.) ¡Las coplas!
ZAPATERA. ¡Las coplas! (Pausa. Los dos escuchan.) ¿Tú sabes lo que dicen?
NIÑO. (Con la mano.) Medio, medio.
ZAPATERA. Pues cántalas, que quiero enterarme.
NIÑO. ¿Para qué?
ZAPATERA. Para que yo sepa de una vez lo que dicen.
NIÑO. (Cantando y siguiendo el compás.) Verás:
La señora Zapatera,
al marcharse su marido,
ha montado una taberna
donde acude el señorío.
ZAPATERA. ¡Me la pagarán!
NIÑO. (El Niño lleva el compás con la mano en la mesa.)
Quién lo compra, Zapatera,
el paño de tus vestidos
y esas chambras de batista
con encajes de bolillos.
Ya la corteja el Alcalde,
ya la corteja don Mirlo.
¡Zapatera, Zapatera,
Zapatera, te has lucido!
(Las voces se van distinguiendo cerca y claras con su acompañamiento de panderos. La Zapatera coge un mantoncillo de Manila y se lo echa sobre los hombros.)
¿Dónde vas? (Asustado.)
ZAPATERA. ¡Van a dar lugar a que compre un revólver! (El canto se aleja. La Zapatera corre a la puerta. Pero tropieza con el Alcalde que viene majestuoso, dando golpes con la vara en el suelo.)
ALCALDE. ¿Quién despacha?
ZAPATERA. ¡El demonio!
ALCALDE. Pero, ¿qué ocurre?
ZAPATERA. Lo que usted debía saber hace muchos días, lo que usted como alcalde no debía permitir. La gente me canta coplas, los vecinos se ríen en sus puertas y como no tengo marido que vele por mí, salgo yo a defenderme, ya que en este pueblo las autoridades son calabacines, ceros a la izquierda, estafermos.
NIÑO. Muy bien dicho.
ALCALDE. (Enérgico.) Niño, niño, basta de voces... ¿Sabes tú lo que he hecho ahora? Pues meter en la cárcel a dos o tres de los que venían cantando.
ZAPATERA. ¡Quisiera yo ver eso!
VOZ. (Fuera.) ¡Niñoooo!
NIÑO. ¡Mi madre me llama! (Corre a la ventana.) ¡Quéee! Adiós. Si quieres te puedo traer el espadón grande de mi abuelo, el que se fue a la guerra. Yo no puedo con él, ¿sabes?, pero tú, sí.
ZAPATERA. (Sonriendo.) ¡Lo que quieras!
VOZ. (Fuera.) ¡Niñoooo!
NIÑO. (Ya en la calle.) ¿Quéeee?
ESCENA III
Zapatera y Alcalde.
ALCALDE. Por lo que veo, este niño sabio y retorcido es la única persona a quien tratas bien en el pueblo.
ZAPATERA. No pueden ustedes hablar una sola palabra sin ofender... ¿De qué se ríe su ilustrísima?
ALCALDE. ¡De verte tan hermosa y desperdiciada!
ZAPATERA. ¡Antes un perro! (Le sirve un vaso de vino.)
ALCALDE. ¡Qué desengaño de mundo! Muchas mujeres he conocido como amapolas, como rosas de olor... mujeres morenas con los ojos como tinta de fuego, mujeres que les huele el pelo a nardos y siempre tienen las manos con calentura, mujeres cuyo talle se puede abarcar con estos dos dedos, pero como tú, como tú no hay nadie. Anteayer estuve enfermo toda la mañana porque vi tendidas en el prado dos camisas tuyas con lazos celestes, que era como verte a ti, zapatera de mi alma.
ZAPATERA. (Estallando furiosa.) Calle usted, viejísimo, calle usted; con hijas mozuelas y lleno de familia no se debe cortejar de esta manera tan indecente y tan descarada.
ALCALDE. Soy viudo.
ZAPATERA. Y yo casada.
ALCALDE. Pero tu marido te ha dejado y no volverá, estoy seguro.
ZAPATERA. Yo viviré como si lo tuviera.
ALCALDE. Pues a mí me consta, porque me lo dijo, que no te quería ni tanto así.
ZAPATERA. Pues a mí me consta que sus cuatro señoras, mal rayo las parta, le aborrecían a muerte.
ALCALDE. (Dando en el suelo con la vara.) ¡Ya estamos!
ZAPATERA. (Tirando un vaso.) ¡Ya estamos! (Pausa.)
ALCALDE. (Entre dientes.) Si yo te cogiera por mi cuenta, ¡vaya si te domaba!
ZAPATERA. (Guasona.) ¿Qué está usted diciendo?
ALCALDE. Nada, pensaba... que si tú fueras como debías ser, te hubiera enterado que tengo voluntad y valentía para hacer escritura, delante del notario, de una casa muy hermosa.
ZAPATERA. ¿Y qué?
ALCALDE. Con un estrado que costó cinco mil reales, con centros de mesa, con cortinas de brocatel, con espejos de cuerpo entero...
ZAPATERA. ¿Y qué más?
ALCALDE. (Tenoriesco.) Que la casa tiene una cama con coronación de pájaros y azucenas de cobre, un jardín con seis palmeras y una fuente saltadora, pero aguarda, para estar alegre, que una persona que sé yo se quiera aposentar en sus salas donde estaría... (Dirigiéndose a la Zapatera.) Mira, ¡estarías como una reina!
ZAPATERA. (Guasona.) Yo no estoy acostumbrada a esos lujos. Siéntese usted en el estrado, métase usted en la cama, mírese usted en los espejos y póngase con la boca abierta debajo de las palmeras esperando que le caigan los dátiles, que yo de zapatera no me muevo.
ALCALDE. Ni yo de alcalde. Pero que te vayas enterando que no por mucho despreciar amanece más temprano. (Con retintín.)
ZAPATERA. Y que no me gusta usted ni me gusta nadie del pueblo. ¡Que está usted muy viejo!
ALCALDE. (Indignado.) Acabaré metiéndote en la cárcel.
ZAPATERA. ¡Atrévase usted! (Fuera se oye un toque de trompeta floreado y comiquísimo.)
ALCALDE. ¿Qué será eso?
ZAPATERA. (Alegre y ojiabierta.) ¡Títeres! (Se golpea las rodillas. Por la ventana cruzan dos Mujeres.)
VECINA ROJA. ¡Títeres!
VECINA MORADA. ¡Títeres!
NIÑO. (En la ventana.) ¿Traerán monos? ¡Vamos!
ZAPATERA. (Al Alcalde.) ¡Yo voy a cerrar la puerta!
NIÑO. ¡Vienen a tu casa!
ZAPATERA. ¿Sí? (Se acerca a la puerta.)
NIÑO. ¡Míralos!
ESCENA IV
Por la puerta aparece el Zapatero disfrazado. Trae una trompeta y un cartelón enrollado a la espalda, lo rodea la gente. La Zapatera queda en actitud expectante y el Niño salta por la ventana y se coge a sus faldones.
ZAPATERO. Buenas tardes.
ZAPATERA. Buenas tardes tenga usted, señor titiritero.
ZAPATERO. ¿Aquí se puede descansar?
ZAPATERA. Y beber, si usted gusta.
ALCALDE. Pase usted, buen hombre y tome lo que quiera, que yo pago. (A los Vecinos.) Y vosotros, ¿qué hacéis ahí?
VECINA ROJA. Como estamos en lo ancho de la calle no creo que le estorbemos. (El Zapatero mirándolo todo con disimulo deja el rollo sobre la mesa.)
ZAPATERO. Déjelos, señor Alcalde... supongo que es usted, que con ellos me gano la vida.
NIÑO. ¿Dónde he oído yo hablar a este hombre? (En toda la escena el Niño mirará con gran extrañeza al Zapatero.) ¡Haz ya los títeres! (Los Vecinos ríen.)
ZAPATERO. En cuanto tome un vaso de vino.
ZAPATERA. (Alegre.) ¿Pero los va usted a hacer en mi casa?
ZAPATERO. Si tú me lo permites.
VECINA ROJA. Entonces, ¿podemos pasar?
ZAPATERA. (Seria.) Podéis pasar. (Da un vaso al Zapatero.)
VECINA ROJA. (Sentándose.) Disfrutaremos un poquito. (El Alcalde se sienta.)
ALCALDE. ¿Viene usted de muy lejos?
ZAPATERO. De muy lejísimo.
ALCALDE. ¿De Sevilla?
ZAPATERO. Échele usted leguas.
ALCALDE. ¿De Francia?
ZAPATERO. Échele usted leguas.
ALCALDE. ¿De Inglaterra?
ZAPATERO. De las Islas Filipinas. (Las Vecinas hacen rumores de admiración. La Zapatera está extasiada.)
ALCALDE. ¿Habrá usted visto a los insurrectos?
ZAPATERO. Lo mismo que les estoy viendo a ustedes ahora.
NIÑO. ¿Y cómo son?
ZAPATERO. Intratables. Figúrense ustedes que casi todos ellos son zapateros. (Los Vecinos miran a la Zapatera.)
ZAPATERA. (Quemada.) ¿Y no los hay de otros oficios?
ZAPATERO. Absolutamente. En las Islas Filipinas, zapateros.
ZAPATERA. Pues puede que en las Filipinas esos zapateros sean tontos, que aquí en estas tierras los hay listos y muy listos.
VECINA ROJA. (Adulona.) Muy bien hablado.
ZAPATERA. (Brusca.) Nadie le ha preguntado su parecer.
VECINA ROJA. ¡Hija mía!
ZAPATERO. (Enérgico, interrumpiendo.) ¡Qué rico Vino! (Más fuerte.) ¿Qué requeterrico vino! (Silencio.) Vino de uvas negras como el alma de algunas mujeres que yo conozco.
ZAPATERA. ¡De las que la tengan!
ALCALDE. ¡Chis! ¿Y en qué consiste el trabajo de usted?
ZAPATERO. (Apura el vaso, chasca la lengua y mira a la Zapatera.) ¡Ah! Es un trabajo de poca apariencia y de mucha ciencia. Enseño la vida por dentro. Aleluyas son los hechos del zapatero mansurrón y la Fierabrás de Alejandría, vida de don Diego Corrientes, aventuras del guapo Francisco Esteban y, sobre todo, arte de colocar el bocado a las mujeres parlanchinas y respondonas.
ZAPATERA. ¡Todas esas cosas las sabía mi pobrecito esposo!
ZAPATERO. ¡Dios lo haya perdonado!
ZAPATERA. Oiga usted... (Las Vecinas se ríen.)
NIÑO. ¡Cállate!
ALCALDE. (Autoritario.) ¡A callar! Enseñanzas son esas que convienen a todas las criaturas. Cuando usted guste. (El Zapatero desenrolla el cartelón en el que hay pintada una historia de ciego, dividida en pequeños cuadros, pintados con almazarrón y colores violentos. Los Vecinos inician un movimiento de aproximación y la Zapatera se sienta al Niño sobre sus rodillas.)
ZAPATERO. Atención.
NIÑO. ¡Ay, qué precioso! (Abraza a la Zapatera, murmullos.)
ZAPATERA. Que te fijes bien por si acaso no me entero del todo.
NIÑO. Más difícil que la historia sagrada no será.
ZAPATERO. Respetable público: Oigan ustedes el romance verdadero y sustancioso de la mujer rubicunda y el hombrecito de la paciencia, para que sirva de escarmiento y ejemplaridad a todas las gentes de este mundo. (En tono lúgubre.) Aguzad vuestros oídos y entendimiento. (Los Vecinos alargan la cabeza y algunas Mujeres se agarran de las manos.)
NIÑO. ¿No te parece el titiritero, hablando, a tu marido?
ZAPATERA. Él tenía la voz más dulce.
ZAPATERO. ¿Estamos?
ZAPATERA. Me sube así un repeluzno.
NIÑO. ¡Y a mí también!
ZAPATERO. (Señalando con la varilla.)
En un cortijo de Córdoba,
entre jarales y adelfas,
vivía un talabartero
con una talabartera. (Expectación.)
Ella era mujer arisca,
él hombre de gran paciencia,
ella giraba en los veinte
y él pasaba de cincuenta.
¡Santo Dios, cómo reñían!
Miren ustedes la fiera,
burlando al débil marido
con los ojos y la lengua.
(Está pintada en el cartel una mujer que mira
de manera infantil y cómica.)
ZAPATERA. ¡Qué mala mujer! (Murmullos.)
ZAPATERO.
Cabellos de emperadora
tiene la talabartera,
y una carne como el agua
cristalina de Lucena.
Cuando movía las faldas
en tiempos de primavera
olía toda su ropa
a limón y a yerbabuena.
¡Ay, qué limón, limón
de la limonera!
¡Qué apetitosa
talabartera! (Los Vecinos ríen.)
Ved cómo la cortejaban
mocitos de gran presencia
en caballos relucientes
llenos de borlas de seda.
Gente cabal y garbosa
que pasaba por la puerta
haciendo brillar adrede
las onzas de sus cadenas.
La conversación a todos
daba la talabartera,
y ellos caracoleaban
sus jacas sobre las piedras.
Miradla hablando con uno
bien peinada y bien compuesta,
mientras el pobre marido
clava en el cuero la lezna.