Grandes Hallazgos de la Arqueología (Fragmento)
Bienes arqueológicos, paleontológicos

Grandes Hallazgos de la Arqueología (Fragmento)

 

 

21/12/2013 Fuente coffeeandsaturday. Grandes Hallazgos de la Arqueología es el nuevo libro del Dr. Eduardo Matos Moctezuma, publicado por Tusquets Editores en su colección Tiempo de Memoria.

 

Como un estudio de cómo la vida te lleva a la inmortalidad presentamos un fragmento de este volumen de estilo ágil  que se detiene en las circunstancias específicas que llevaron a cada uno de los detalles de la vida de sus artífices y sus descubridores

 

FRAGMENTO

 

Introducción

 

En alguna ocasión dije de la arqueología que ninguna otra disciplina puede penetrar en el tiempo como ella lo hace para estar frente a frente con las obras de la humanidad. Con este fin, la arqueología recurre a otras tantas ciencias que la ayudan a conocer lo que fue: la geología, la química, la biología, la física y otras más. Todo ello, dirigido al estudio del pasado, hace de la arqueología una disciplina plural, universal, donde muchos especialistas tienen cabida. Va más allá: penetra en el tiempo de los hombres y de los dioses. Lo mismo descubre el palacio del poderoso que la casa del humilde; encuentra los utensilios del artesano y las obras creadas por el artista; descubre la microscopía del grano de polen y, con él, la flora utilizada y el medio ambiente en que se dio; la fauna que servía de alimento y otras satisfacciones; la presencia de sociedades complejas o comunales; las prácticas rituales de la vida y de la muerte. En fin, el arqueólogo puede tomar entre sus manos el tiempo convertido en un pedazo de cerámica. Y aun así, ¡cuántos datos se nos escapan…!

 

En este libro atenderemos a uno de los componentes del todo social que le es dado estudiar al arqueólogo: las prácticas rituales de la vida y de la muerte. No es casual que haya escogido este tema, pues cuando alguna noticia del mundo de la arqueología alcanza fama mundial, en la mayoría de los casos suele referirse al hallazgo de una tumba real con todo su contenido simbólico y con el rico ajuar mortuorio que acompaña a su ocupante. Por otra parte, todo lo concerniente a la muerte siempre me ha apasionado y algo he escrito ya sobre el tema referido al ámbito prehispánico mesoamericano. Ahora bien, volviendo a lo que decía antes, siempre he tratado de difundir, por todos los medios posibles —televisión, prensa escrita o radio—, que la arqueología no se dedica solamente al estudio de objetos bellos sino que, para el arqueólogo, el valor de los materiales que recupera por medio de técnicas depuradas de excavación estriba en los datos que puedan proporcionarle para el mejor entendimiento de aquellas sociedades en que se dieron. Es por eso que un pequeño hallazgo, como podría ser una punta de flecha, en un contexto específico puede revolucionar la información que se tenía hasta entonces sobre aquel lugar. Por lo tanto, no es solamente lo espectacular lo que hace a la arqueología sino el conocimiento del pasado por medio del mayor número de obras creadas por los hombres, tanto materiales como simbólicas, que permiten al estudioso penetrar en el pasado de las sociedades y en su proceso de desarrollo. Pero lejos estamos de convencer al público común de lo anterior; se sigue poniendo interés en tal o cual vestigio que lo impacta de manera sorprendente. Por eso las palabras antes dichas, con las que empiezo el libro, encierran en sí el quehacer de la arqueología y las dificultades que en ocasiones debe enfrentar.

 

Aclarado lo anterior, pasemos a ver la razón de este libro. Siempre fue de mi interés conocer a las sociedades mesoamericanas a partir de las dos categorías fundamentales de la arqueología: tiempo y espacio. El primero lo entiendo como la cronología dentro de la que se han desenvuelto las diversas sociedades del pasado y el segundo como el territorio que dichas sociedades ocuparon en su momento. Sin embargo, como dije anteriormente, siempre he tenido predilección por estudiar

 

todo aquello que se relaciona con la muerte en las sociedades antiguas. Es por ello que hoy quiero tomar como punto de partida los hallazgos de una serie de tumbas y la importancia que, desde varios puntos de vista, han tenido. Por un lado, nos proporcionan información sobre las prácticas mortuorias, en diferentes partes del mundo, relacionadas con grandes dirigentes que en su momento tuvieron un poder terrenal inmenso; por el otro, nos permiten conocer los ajuares mortuorios que acompañaron a estos personajes y, algo muy importante, las maravillosas creaciones hechas por artesanos anónimos en contraste con el boato de quienes ostentaban el poder. Más aún, este tipo de estudio nos proporciona un conocimiento más profundo de la manera en que estos pueblos, cada uno con características propias, pensaban el más allá. También nos habla de la imposibilidad del hombre de aceptar la muerte, de su intento de trascender de alguna manera; es así como el hombre se niega a morir y, con el poder creador que le es propio, establece los lugares a los que irá después de la muerte.

 

En este libro pretendo que un arqueólogo lleve al lector a través del tiempo a cinco grandes hallazgos que proporcionaron a la arqueología datos novedosos sobre las prácticas funerarias de diversos pueblos de la Tierra y que tuvieron a la vez repercusiones a nivel mundial. Por lo tanto, una de las ideas del libro es hablar de la manera en que se localizaron estas tumbas, de su contenido y su relevancia, de quienes las encontraron, y dejar que estos protagonistas nos digan con sus propias palabras los pormenores y asombros que tuvieron al encontrarse frente a ellas. Además, algo muy importante: que a la mayoría de las personas que lean estas páginas le fueran familiares estos hallazgos y supiera de ellos por la importancia que tuvieron.

 

Lo anterior me llevó a plantear a la Secretaría de Relaciones Exteriores, allá por 1999, la necesidad de viajar a países como Egipto y China con el fin de visitar las tumbas de personajes históricos como Tutankhamon y Qin Shi Huangdi. La respuesta afirmativa fue inmediata, aunque por razones familiares me fue imposible viajar a Egipto en 1999, sí visité China a inicios de la primera década de los años 2000, esta era la segunda vez que viajaba a ese milenario país.

 

El libro comienza con una visión general de lo que entendemos por arqueología y con la relación de algunos de los pasos significativos que esta disciplina dio, especialmente, en el siglo XIX, y que hicieron avanzar más sus expectativas en pro del conocimiento de la historia de la humanidad. Los nombres Charles Darwin, Karl Marx y Jacques Boucher de Perthes vinieron a poner las bases científicas para la mejor comprensión del proceso de desarrollo humano, tanto desde el punto de vista social como biológico. Años antes, Jean-François Champollion y otros estudiosos nos habían proporcionado la clave para entender los jeroglíficos egipcios. Analizaremos también algunos aportes chinos a la arqueología y, en el caso de Mesoamérica, los de Antonio del Río, Antonio de León y Gama, Guillaume Dupaix, John Lloyd Stephens, el conde de Waldeck y más tarde Manuel

 

Gamio y otros estudiosos, referentes obligados en esta área. Todos ellos contribuyeron, en mayor o menor medida, al avance en el estudio del pasado del hombre desde diferentes perspectivas y establecieron las bases indispensables para el surgimiento de nuevas disciplinas aplicadas a estos estudios. En efecto, no sólo dieron paso a estas ciencias sino que ampliaron el horizonte de las mismas con la presencia de corrientes de investigación que entonces cobraban fuerza en el ámbito del conocimiento de la humanidad.

 

A partir del segundo capítulo atenderemos lo concerniente a los hallazgos de tumbas cuya excavación produjo un cúmulo de datos importantes. El siglo XX fue prolijo en cuanto a excavaciones de tumbas se refiere, como fue el caso de la localización de la tumba de Tutankhamon en 1922 por Howard Carter y todas las peripecias que lo llevaron a dar con los

 

restos del joven faraón. El encuentro de la tumba majestuosa —o de una parte de ella— del emperador Qin Shi Huangdi, unificador del imperio chino, vino a fijar la atención del mundo en la vieja ciudad de Xi’an, en cuyas cercanías se encontró, en 1974, esta tumba impresionante con un formidable ejército de figuras de terracota. Después pasaremos al nuevo continente para saber los pormenores del hallazgo de tres tumbas pertenecientes a distintos pueblos mesoamericanos localizadas en lo que hoy es México. Por un lado, veremos lo referente al hallazgo de la Tumba 7 de Monte Albán, en el estado de Oaxaca, hallada en 1932 y estudiada por Alfonso Caso. No puede faltar la tumba de Palenque que guardaba los restos de Pakal, gobernante maya, ubicada en el estado de Chiapas y encontrada por Alberto Ruz Lhuillier alrededor de 1950. A principios del siglo XXI, el 2 de octubre de 2006 para ser más precisos, se encontró la lápida mortuoria de Ahuítzotl, emperador mexica, localizada frente al Templo Mayor de la ciudad de Tenochtitlan.

 

Cabe agregar que los ejemplos escogidos tienen un común denominador: todos fueron creados por pueblos originarios. ¿Qué entendemos por esto? Aquellas civilizaciones antiguas que surgieron y se consolidaron como parte de su propio desarrollo sin mayor influencia externa. Los pueblos originarios se dieron en Egipto, China, Mesopotamia, el valle del Indo y, en el caso de América, en dos áreas: Mesoamérica y los Andes, aunque más tarde que los anteriores. Algunos se preguntarán por qué no se incluye, por ejemplo, a Grecia y a Roma. La respuesta es que estas civilizaciones surgieron gracias a sus propios antecedentes pero también a la influencia de otras sociedades. Otro factor acerca del común denominador es que las ciudades antiguas donde se encontraron los vestigios sepulcrales han sido declarados por la UNESCO patrimonio de la humanidad. En el caso de China, en el año 2010, se otorgó el Premio Príncipe de Asturias al grupo arqueológico que halló la tumba del emperador chino.

 

Privilegio poco frecuente es este de llegar hasta el mundo de los muertos. El viaje que hoy emprenderemos nos permitirá remontarnos muchos siglos atrás para estar frente a frente con las esencias de la muerte. El arqueólogo tiene el poder de dar vida a lo muerto al penetrar en el tiempo y el espacio para llegar, absorto, ante el rostro de la muerte.

 

Así, repito aquellas palabras que utilicé hace algunos años en mi libro El rostro de la muerte para referirme al recorrido por el mundo de los muertos:

 

 

Tales viajes sólo les están reservados a seres privilegiados, y no dudo que el lector lo sea. Recordemos como Odiseo, después de la guerra de Troya, se embarca y entre las muchas peripecias de su viaje de regreso llega al Hades tenebroso, lugar de los muertos. Dante, a través de la poesía, viajó al infierno cristiano acompañado de Virgilio. Cristo bajó a los infiernos y resucitó entre los muertos según lo señala el Credo. Y Quetzalcóatl alcanzó también el privilegio de ir al lugar de los muertos en el mundo prehispánico. Sólo aquellos seres investidos con un carácter de héroes culturales o sagrados —y el poeta lo es— logran traspasar la tenue cortina que separa lo vivo de lo muerto, pero nadie más. El viaje que hoy emprendemos nos permitirá dos cosas: remontarnos varios siglos atrás en esa moderna máquina del tiempo que es la arqueología, pues al arqueólogo también le es dado recuperar el tiempo ido por medio de las excavaciones y, además, llegar al mundo de los muertos, en donde encontraremos los rostros que fueron y que nos ven, con ojos pétreos, a través del tiempo mismo…