Cerca del corazón salvaje
De interés general

Cerca del corazón salvaje. De interés general

 

 

23/11/2013 Fuente revista enie. Revelaciones. Un documental intenta desentrañar los secretos que rodearon a Salinger, uno de los grandes escritores del siglo XX . Aquí, el testimonio de una escritora y ex novia, y una entrevista a su biógrafo.

 

En los cincuenta años transcurridos desde que el escritor J. D. Salinger se retiró de la mirada del público y dejó de publicar, se lo ha visto –más precisamente, se lo ha venerado– como la encarnación humana de la pureza, un antídoto bienvenido contra la falsedad. Para muchos, fue una especie de Dios.

 

Se informa ahora –aunque para algunos no es realmente una novedad– que durante los años en que disfrutó de su privacidad, Salinger tenía relaciones con chicas desde 15 hasta, en mi caso, 35 años más jóvenes que él.

 

Salinger , una nueva película documental, toca la historia –si bien diplomáticamente– de sólo cinco de estas chicas (la mayoría menores de 20 cuando él las buscaba), pero la cantidad fue más amplia: cartas que recibí durante los 15 años transcurridos desde que quebré la regla tácita y hablé de mis propias experiencias con este hombre me revelaron que fueron más de doce. Por lo menos en un caso, Salinger se escribía con una adolescente mientras compartía su casa con otra: yo.

 

Como muchas de las otras involucradas, yo era una chica con determinados aspectos vulnerables así como puntos fuertes: una cuestión que empezó con mi familia, no con Salinger, y que me inspiró para educarme en instituciones prestigiosas social y académicamente, con el sueño de llegar a ser escritora. Nueve meses después de entrar en la universidad de Yale, luego de publicar un cuento que atrajo la atención de Salinger, recibí una carta suya. En adelante, muchas otras.

 

Yo tenía 18 cuando me escribió con la voz irresistible del joven Holden Caulfield, aunque en ese momento él tenía 53. En unos meses dejé Yale para vivir con Salinger; resigné mi beca; corté las relaciones con mis amigos; me desconecté de mi familia; abjuré de todos los libros, la música, la comida y las ideas que él no consintiera. En aquel momento creí que iba a estar con Jerry Salinger para siempre.

 

La suya era una seducción jugada a través de palabras e ideas, no del galanteo amoroso, pero para las chicas que leíamos esas palabras –al igual que para algunos otros millones de lectoras– no podría haber habido una atracción más poderosa.

 

Salinger no era simplemente brillante, gracioso, sabio; se te metía en la cabeza y parecía entender cosas que nunca nadie había entendido. Sus expresiones de admiración (“No podría haber creado un personaje al que amara más que a vos”) eran embriagadoras. Su rechazo y su desprecio, cuando se producían, eran devastadores.

 

Cuando me puso dos billetes de 50 dólares en la mano y me echó, yo tenía 19. Años después de que me despidiera, su voz permanecía en mi cabeza dándome opiniones sobre todo lo que le gustaba y lo que condenaba. Así fue aun cuando, en la lista de lo condenado, estuviera yo misma.

 

El edicto no escrito de confidencialidad de Salinger no facilitó las cosas: si te escribía una carta, nunca tenías que decir que la habías recibido. Si te destrozaba el corazón nunca tenías que decir que había ocurrido. Hacer cualquier otra cosa constituía más que la violación de la privacidad de un gran escritor; era prueba del alma réproba propia, de la explotación (palabra con la cual me he familiarizado a lo largo de los años) de un hombre tanto más puro que el mundo falso y trivial que lo rodeaba, un artista que sólo quería que lo dejaran solo.

 

Ahora, la historia que conozco bien llega a conocimiento del mundo, aun cuando todavía se levantan voces criticando la violación de la legendaria privacidad de Salinger. Pero mientras este brote reciente de revelaciones parece desmitificar al hombre (o someter a cuestionamiento su rol de sabio), un fenómeno perturbador ha salido a la superficie junto con las noticias.

 

Es la aceptación silenciosa, aparentemente viva y sana en nuestra cultura, de que la genialidad justifica el trato cruel o abusivo a quienes sirven al artista y su arte. El escritor, periodista y cineasta Richard Schickel, al escribir sobre las actividades de Salinger, expresa la visión de que a pesar de la revelación de que Salinger se conseguía chicas jóvenes llevaba “una vida ‘normal’ ”.

 

“Le gustaban las chicas muy jóvenes. Paren las rotativas”, escribe el crítico de cine (y padre de mujeres) David Edelstein, como insinuando: ¿cuál es el drama?

 

Una de estas chicas, de 14 cuando Salinger andaba detrás de ella hace mucho, lo describía en términos por lo general reservados a deidades, y hablaba de sentirse privilegiada por haber servido de inspiración y de musa a un gran escritor: aunque también informa que él cortó la relación el día siguiente de su único encuentro sexual.

 

Algunos argumentarán que las dos cosas a la vez no son posibles: ¿cómo puede una mujer decir que es totalmente dueña de su cuerpo y su destino y después considerarse víctima cuando, luego de entregar su corazón a un hombre por decisión propia él lo destroza? ¿Cómo una relación consensuada, como indudablemente lo eran las de Salinger, puede constituir una forma de abuso?

 

Pero estamos hablando de lo que pasa cuando personas en posiciones de poder –tutores, sacerdotes, empleadores, o simplemente aquellos a quienes se les asigna un estatus elevado– utilizan su poder para atraer a personas mucho más jóvenes hacia relaciones sexuales y (en el caso de Salinger) emocionales. Por lo general, los que hacen esto son hombres. Y cuando obtienen lo suficiente y terminan con la persona que han atraído hacia ellos, a esa persona puede llevarle años o décadas recobrarse.

 

Ahora tengo 59. Si un hombre me dice que no valgo nada ni importo nada y que siempre va a ser así, ese hombre ahora queda disminuido para mí. Pero cuando un hombre que se había convertido para mí en el poseedor de toda la sabiduría me dijo aquellas cosas cuando yo tenía 18, la disminuida fui yo.

 

Me produce tanto conflicto el uso de la palabra “mujer” para describir al objeto de 18 años, en pocas palabras, de las propensiones de alguien de 53, como el uso de la palabra “enamorada” para describir mi propio ser de 18 años en el contexto de aquella relación.

 

En las dos horas que toma contar la historia de “un ícono”, el director del nuevo documental de Salinger se enfoca en Salinger como víctima de un trastorno de estrés post-traumático ocasionado por la Segunda Guerra Mundial. La idea del director parece ser que el interés de Salinger en las chicas jovencitas surgió de sus heridas de guerra emocionales, e intenta reclamar inocencia. La evaluación del costo para aquellas cuya inocencia el gran hombre buscó ganar en su provecho, queda fuera de ese análisis.

 

Lamentablemente ésta no es una historia poco común y ha sido llevada a cabo por muchos además de Salinger. Parece que en nuestra cultura todavía sobrevive el mito de que el valor de una jovencita, comparado con el de un gran hombre, puede ser de menor importancia. Como madre yo misma de una mujer, diría mejor que un hombre que trata como descartables a quienes le ofrendan su amor y su confianza es él mismo menos por hacer eso.