Historia, genealogia y arqueología 1, Primera entrega
Bienes arqueológicos, paleontológicos

Historia, genealogia y arqueología 1, Primera entrega

 

 

23/12/2013 Fuente historiayarqueologia. A MODO DE PRÓLOGO

 

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Corresponde con la ponencia que ofrecí el pasado día 14 de diciembre de 2013, durante las Jornadas Templarias de Andalucía, convocadas por la A.I.T., (Asociación Internacional Templaria), en la siempre bella ciudad de Sevilla. He querido exponerla íntegramente a tenor de las varias solicitudes de los oyentes, algunos muy interesados, por lo que de “novedosa” al parecer tiene. Naturalmente este trabajo es un resumen del capítulo IV del libro de igual título que está en fase de elaboración y del que espero no tardar en brindarlo al público. Estas 33 páginas corresponden en su extracto, al desarrollado en otras tantas alrededor de 136/40. Por lo que advierto al lector que posiblemente encuentre una información concreta se halle sesgada; ello es causado por el propio desarrollo de la ponencia, en la que se enlazaba usando la memoria del autor, también justificada por el uso comprimido de sus definiciones, obligada para poder ser transmitida a la audiencia en un periodo relativamente corto que, a pesar de la buena disposición y colaboración de los organizadores no se pudo leer en su totalidad, quedando obligatoriamente los interesados a esperar su publicación. Empero, en ella se ofrecen en algunas ocasiones y a modo de titulares conceptos y débiles desarrollos, sobre la investigación que estoy llevando a cabo.

 

Dando las gracias anticipadas por la compresión y paciencia de los que esperan estas noticias, paso a continuación a exponerlas tal cual se ofreció (no toda) en Sevilla en la fecha, ut supra.

 

APROXIMACIÓN AL ORIGEN DEL TEMPLO. EL PRIMER TEMPLARIO.

 

Causas, Cuando se creó, COMO SE CREO, QUIEN LA CREO, Biografías

 

CAUSAS iniciales a modo de preámbulo y de una forma somera diremos que

 

Tras la conquista de Jerusalén, el descontento está muy generalizado, muchos de los combatientes vieron desesperados como sus sueños se esfumaban, como se convertían en polvo del camino que con una suave brisa desparecía del lugar. Se hallaban por las calles de Jerusalén carecían de todo, absolutamente de todo, algunos habían perdido el patronazgo, se percataron de que su necesidad siempre iba ligada a la contribución de la preeminencia personal de un determinado caudillo…luego volvían a ser olvidados, eran instrumentos necesarios para momentos críticos, pasando luego al olvido. Allá donde les prometieron quizás un cambio social dentro de la nueva colectividad, solo vieron una continuación del lugar de procedencia. Otros señores distintos, segundones allí y titulares aquí, ejercen algunos, una tiranía sin precedentes, sin que nadie vele por ellos, recreándose la misma situación social de procedencia, sus sueños se esfumaron. Se repite el caso de los turcomanos que llevó a la inestabilidad de la zona. Observan como la cruz del pecho que los hermanaba a todos en tiempos no tan lejanos, en muchas ocasiones no se tenía en cuenta. Veían como los familiares y los amigos de los amigos iban ocupando puestos de relevancia en el naciente estado.

 

Eran decenas los caballeros que deambulaban por doquier por las estrechas y sinuosas calles de la ciudad, presa fácil para formar grupos de bagaudas[1] que, aunque no fuera este su origen, sí fue en muchos casos su destino. Al principio enemigos de sus rivales, luego se coaligan para obtener mayor capacidad combativa hasta lograr la amalgama que unía a estas gentes de distinto credo, raza, naturaleza y posición. La desprotección en los descampados, les hizo ser más audaces y agresivos llegando a atacar hasta caravanas reales de uno y otro bando.

 

Estos, los descolgados de cualquier lugar, avezados en la lucha, no tenían donde regresar, así qué era allí donde debían obtener su fortuna, y el paradigma les ofrecía: coge lo que puedas, cuando tengas ocasión y defiéndelo como sepas. Cuando no quedaba nada de que apropiarse vuelven la cara hacia las caravanas y después hacia aquello que vinieron a defender y proteger... los peregrinos.

 

Uno de los motivos de las Cruzadas fue precisamente la protección de los peregrinos que iban a Tierra Santa, donde desde su desembarco en Jaffa, hasta la ciudad de Jerusalén, eran objetos de todo tipo de atropellos, que iban desde el simple robo a la muerte, pasando por la violación o el secuestro, en el más estricto sentido de la palabra, lo que les obligó a incorporarse a las caravanas que les ofrecían una mayor protección no exponiéndose al viaje y sus reales peligros ellos solos. Estas noticias que no paraban de llegar a tierras cristianas originarias de los cruzados liberadores de la santa ciudad, no acababan de agradar a los que habían predicado la Cruzada, y así debieron hacérselo saber a Balduino y su corte, que no cesaban desde los tiempos del Advocatus de solicitar a Occidente más soldados para sostener el incipiente reino, y la protección a los Santos Lugares.

 

De todos es sabido que las caravanas la constituían preferentemente mercaderes, que transportaban sus mercaderías de un punto a otro de las regiones de Oriente Medio. Algunas procedentes de lejanas tierras, como las de la seda o las especias, tan importantes para el consumo y el comercio de esa geografía.

 

En estas caravanas también se agolpaban los viajeros que debían cruzar determinados territorios, unos más y otros menos, pero siempre con el fantasma del asalto, en ocasiones con ellos viajaban sus familias y toda su riqueza. Habían vendido sus pertenencias en el lugar de origen y se trasladaban a otro con esperanzas de mejorar, estos, eran bocados muy apetitosos para los asaltantes que disponían de informadores en los lugares estratégicos del paso del convoy.

 

La caravana en sí era un conjunto variopinto de gentes sin coherencia social o hacendística que ante el peligro constante de estos grupos de bagaudas donde tan pronto encontraban nativos, como cristianos, griegos, armenios, etc., formaban verdaderos pequeños ejércitos tan jerarquizados en su estructura, como anárquicos en el combate, incapaces de resistir el empuje de una fuerza organizada, se veían fuertes para enfrentarse a la guardia o escolta, que en principio no eran más que gentes de la soldadesca que por los periodos de paz se habían quedado sin oficio, gentes que previamente era contratadas por los responsables de la caravana. Generalmente su número iba, en función a la importancia de la misma. Se defendían al igual que los agresores atacaban, sin orden ni concierto, de ahí que la importancia del número sucumbiera ante la calidad de los encuadrados en unidades militares.

 

Es aquí donde nuestros caballeros prestarían apoyo y protección en caso de ataque, esto no significa que fueran ellos solos los que arremetieran contra un número imposible de vencer, hubiera sido un suicido sin rentabilidad para nadie, hubieran sucumbido en el primer intento. No se trataba solo de enfrentarse a los asaltantes y vencerlos, sino de dar protección a la caravana o peregrinos (generalmente sumados a ella) en evitación de otro ataque que por estrategia hubiera podido producirse, además, debían reagruparla y conducirla a lugar seguro, en tanto que el resto de caballeros sostenía con las armas el empuje de los facinerosos, eso era un trabajo de titanes, imposible de ejecutar si no se cuenta con los medios y efectivos apropiados.

 

CUANDO SE CREÓ, aspecto causal, primeros contrapuntos.

 

Una vez conquistada Jerusalén, lo más urgente fue dotar a los nuevos territorios de una estructura similar a la de su procedencia, con instituciones que canalizasen las necesidades de la nueva sociedad, en definitiva crear el reino, pero el síndrome de la desavenencia y la falsa protección a sus nuevas propiedades, les llevaría a ser más débiles, característica endémica que les acompañaría siempre.

 

El detonante de acabar con esta situación que les conducía a una debacle total, surgió en uno de esos ataques que por su crudeza tuvo gran trascendencia. El ataque y aprisionamiento de un grupo de setecientos peregrinos desarmados, que viajaban de Jerusalén al río Jordán, durante la Semana Santa de 1119[2]. Fueron hechos prisioneros por los sarracenos,[3] muchos asesinados y los más vendidos como esclavos. Al mismo tiempo que se conjugaba otro no menos importante y más impactante en la vieja Europa el caos por la ingobernabilidad del territorio protagonizado por los príncipes cristianos, lo que facilitó la victoria a los turcos ortóquidas[4] en la batalla de Sarmeda o Ager Sanguinis, el 28 de junio de 1119. Es entonces cuando el rey Balduino II[5] y el Patriarca de Jerusalén Garmond de Picquigny[6] promueven la necesaria y urgentísima convocatoria de un Sínodo Áulico en la ciudad de Nablus, en Samaria[7].

 

Fue una asamblea de prelados y nobles del reino de Jerusalén que se llevó a cabo el 16 de enero de 1120, en él se establecieron las primeras leyes escritas del reino. En este Sínodo se puso de manifiesto el peligro de la desmembración en pequeños estados de la tierra conquistada. Las rivalidades afloraron en fechas muy tempranas, casos de Edesa y Antioquia, de continuar así todo podría irse al traste. Ven la necesidad de crear oficialmente una policía de caminos, que diese protección a los peregrinos y al mismo tiempo a las caravanas, tan necesarias para la subsistencia de los territorios conquistados, acallando al mismo tiempo las críticas voces que se levantaban en sus lugares de origen de donde todavía dependían y que no aceptaban no se hubiera solucionado ya, uno de los motivos de la Cruzada, lo que provocaba recelo a la hora de enviar huestes en su apoyo. En la Edad Media, la noción de policía fue definida como "el buen orden de la sociedad civil presidida por la autoridad estatal, quedando el buen orden moral y religioso a cargo de la autoridad eclesiástica"[8]

 

Nablus fue especialmente importante tanto para la recuperación y asentamiento definitivo del prestigio y autoridad eclesiástica, como el enraizamiento de sus súbditos e instituciones, evitando verse afectados moral o sentimentalmente por los nativos. En definitiva trataba de evitar que se produjera una orientalización de los cruzados que podría conducir a la desaparición del nuevo reino.

 

En este sínodo se debatió vivamente, la militarización de todos los cristianos incluidos los clérigos, la carencia de efectivos se hizo patente, las pérdidas de recursos humanos eran numerosas y no había donde reponerlas, así que las normas eclesiásticas tendrían que aceptar la movilización impuesta a los religiosos para la propia supervivencia de los estados latinos. Esto fue una gran preocupación para los Estados cruzados. En la legislación eclesiástica, a los religiosos por lo general se les prohibía participar en las guerras, pero para los cruzados fueron necesarios todos los recursos humanos disponibles. Sólo un año antes, Antioquia había sido defendida por el patriarca Arnulfo Malecorne de Chocques, después de la batalla Ager Sanguinis (Campo de Sangre), un desastre que pone en entredicho la eficacia y la solidaridad de los recién llegados.

 

Se aprobó el canon 20 sentenciando que, un miembro del clero no debe ser declarado culpable si toma las armas en defensa propia, pero no puede tomar las armas por cualquier otra razón, ni puede actuar como un caballero. Aunque fuera justa y lícita la guerra contra los infieles que había ocupado Tierra Santa, el derecho canónico prohibía absolutamente a los religiosos, bajo pena de excomunión, matar a otro hombre con las armas, siquiera fuera un musulmán y en legítima defensa. No obstante, la decisión ya estaba tomada, a partir de ahora participarían en la defensa de las plazas como unos milites más.

 

Entre otros temas se aprobó la creación de la congregación canóniga, Militia Christi Hierosolimitana, que tenían por objeto garantizar el viaje de los peregrinos que acudían desde Occidente, después de la conquista de Jerusalén. Ya llevaban probablemente algunos años “ejerciendo” cuando ocurrió el desastre de Pascua de 1119. Tras la aprobación y ante la falta de una infraestructura sólida, permanente y particular que diera soporte a la nueva Hermandad, las autoridades del reino dispusieron lo necesario para paliar el defecto. Tanto por los antecedentes familiares de sus componentes y su estrecha relación con la élite conquistadora, dueña de cargos, títulos y tierras como veremos más adelante, como el hecho de que Hugo de Payens fuese pariente del Conde de Champaña y probablemente pariente lejano del mismo Balduino, hizo que el rey les concediera un lugar donde reposar sus huesos tras una intensa jornada, reconociéndoles unos derechos y privilegios.

 

Entre esos derechos figuraba el alojamiento en el mismísimo palacio del rey, hecho este además de inusual fue definitorio de la posición social de la nueva Militia. Lo que hoy se conoce como la mezquita de Al-Aqsa (la lejana) que los cruzados llamaban el Templo del Señor, construida dentro de los muros del Templo de Salomón, concretamente en su ala sur. Esta donación se completaba con otra cedida por los canónigos (no la Orden ecuestre) del santo Sepulcro, exenta a modo de patio de unas 15 Ha., aproximadamente de superficie que rodeaba el palacio, donde podían entrenar sus armas y estar prestos al combate. Los caballeros, les cederían las caballerizas y las zonas anejas como cuartel militar.

 

Esta donación se completaba con una zona cedida por los canónigos (no la Orden Ecuestre) del Santo Sepulcro, exenta, a modo de patio de unas 15 Ha., aproximadamente de superficie que rodeaba el palacio, donde podían entrenar sus armas y estar prestos para el combate. Los caballeros le cedieron las caballerizas y las zonas anejas a las mismas como cuartel militar.

 

Todo esto iba encaminado a ceder a posteriori todo el conjunto a la nueva Hermandad, pues el rey no tardó en trasladar su sede a la Torre de David, levantada junto a la puerta de Jaffa que tenía en su poder por conquista Raimundo de Saint-Gilles, IV Conde de Tolosa, el cual le había solicitado la entrega para sede del reino y del rey. Todas las instalaciones pasaron, a manos de la nueva Milicia, que de esta manera adquirieron no sólo su cuartel general, sino su nombre. Se les otorgó la primera regla de san Agustín (conocida como la latina al proceder del reino latino de Palestina) por su íntima relación con los canónigos del Santo Sepulcro y por ser la única que contemplaba la beligerancia como defensa propia de la fe. No había otras en el reino, además, en las otras no se acababa de aceptar aquella nueva situación de frailes guerreros. De hecho los templarios como ya se empezaban a conocer tras su reconocimiento y juramento de los votos temporales, aun no eran frailes, más tarde en el concilio de Troyes y de mano del papa, se confirmaría su estado. Su comportamiento en esos nueve años y los apoyos del patriarca y el rey Balduino, serían determinantes para ser aceptados por la Curia Romana.

 

Las diferencias entre las dos formaciones son varias, no solo en su carisma, sino también en su vestimenta. Estos (los recién creados) usaban un manto pardo en señal de humildad, con la cruz escarlata de doble palo, indicando con ello una pretendida dependencia de la iglesia de Jerusalén. Mientras que los miembros del santo Sepulcro usaban manto para unos blanco, para otros azul, en tanto que yo creo que fue secular y la cruz de Jerusalén o de Sta. Elena, potenzada acostada de cuatro crucetas de planta griega, delimitadas por los brazos de la potenzada, que simbolizaban las cinco llagas de Cristo que les fue concedida por Urbano II a los cruzados. Esta tiene sus antecedentes en la que la madre de Constantino el Magno, les había concedido a los seglares del Sto. Sepulcro en el año 313.

 

Paul Piers nos dice “La creación de la milicia templaria tenía como uno de sus objetivos además de la entrega de sus vidas a Dios (viviendo perpetuamente como canónigos regulares, sin posesiones bajo los votos de castidad y obediencia) proteger los caminos y las rutas hacia Jerusalén contra los ataques de ladrones y de brigadas para salvaguardar especialmente a los peregrinos”[9].

 

Bajo las tendencias reformadoras del Pontificado de Nicolás II, muchos sacerdotes buscaron en la ascesis[10] una mayor perfección realizándose fundaciones de canónigos regulares, de conformidad con el decreto del Sínodo de Letrán, en 1059, fue aprobado por los canónigos que deseen practicar una vida apostólica. De ahí el título de "Canónigos Regulares de San Agustín". Los templarios son los primeros que aúnan las figuras del fraile y el guerrero.

 

Para algunos autores, es en esta fecha cuando se funda la Orden de los Pauperes Solomonia Commilitones Christi Templique[11]. El concepto pauperes, por un lado está relacionado con lo expuesto en la crónica de Ernoul, donde dice que estos caballeros se autoinculpaban por llevar una vida cómoda y licenciosa, en lugar de estar defendiendo la fe y a los peregrinos en aquellas, todavía tierras inseguras, haciendo relación a la pobreza del espíritu que no evita esa situación. Se trata más de una autocrítica que de una carencia de capitales propiamente dicha. Otro concepto estaría más justificado con la pobreza y miseria que provoca el pecado que con la realidad financiera misma. ¿Que recibieron limosnas? tal vez sí, pero su condición y posición dice que no las necesitaban como se verá más adelante.

 

Para otros autores la creación parte desde el 1118, los más la llevan al concilio de Troyes, pero no será hasta el 1139 en la bula Omne Datum Optimum cuando se oficialice definitivamente la Orden, en tiempos del Papa Inocencio II.

 

Para Guillermo de Tiro la ubica también erróneamente en esta fecha (1129) cuando habla del motivo de su caída nos dice “...desdeñaron al Patriarca de Jerusalem por quien su Orden fue fundada y de quien recibieron sus primeros beneficios y a quien se le negó la obediencia que sus precursores rindieron...” habla de Troyes en lugar de Roma, porque fue en Roma donde se promulgó la bula de 1139, Omne Datum Optimum donde fueron sustraídos de la obediencia al patriarca por voluntad el Papa, no de los templarios. No fue el patriarca quien los creó. Su nacimiento es laico y no qui intra Ecclesiam. Los errores de Guillermo son continuos, de ahí que sea una fuente de escasa fiabilidad.

 

Ralph de Caen cronista principal de la Primera Cruzada, no nombra a las milicias cristianas de Jerusalén, en su obra sobre las campañas normandas de Cilicia que transcurre entre los años 1096 y 1105 ni sobre las Hazañas de Tancredo, entre 1097 y 1108, lo que nos puede marcar un punto de partida.

 

Simón monje de Saint-Bertín de Artois muy cercano a la localidad de Saint-Omer, contradice con sus escritos a Guillermo de Tiro (no es el único) en relación al modo y fecha de fundación. Este más próximo en el tiempo (1135/37) y más acertado en sus exposiciones que Guillermo, dice que los primeros templarios fueron cruzados que habían decidido permanecer en Tierra Santa en lugar de retornar a sus hogares. “Por consejo de los Príncipes del ejército de Dios tomaron los votos del Templo del Señor acatando siempre la siguiente regla: renunciarían al mundo, abandonarían todos los bienes personales, se entregarían a una vida de castidad y llevarían una vida en comunidad, vistiendo un sencillo hábito y utilizando las armas solamente en defensa de los ataques de los paganos (cuarto voto)” [12]. Simón lo escribe a los 15 años después de Nablus, alejando la influencia del patriarcado sobre su fundación y posterior dependencia, como sostiene el de Tiro.

 

El monje anglonormando Orderico Vitalis sobre el 1125 escribía que Fulco V de Anjou milites ad terminum del templo, los consideraba más unos caballeros piadosos que unos frailes, no habla de la fecha de creación pero sí asegura que en 1120 ya estaba activada.

 

Para Ricardo de Poitou monje de la Gran abadía de Cluny, escribe sobre el 1153 a la muerte de Bernardo, haciéndolo coincidir con la muerte del abad Hugo de Cluny, y en el año en que Luis VI sube al trono de Francia. Éste data la creación de la Orden, (aun en su fase de Hermandad) en el 1099.

 

Para Walter Map, clérigo secular, usaban una vestimenta austera desde sus propios inicios, antes incluso de su reconocimiento en Nablus. Habla de caballeros peregrinos que invirtieron todo lo que tenían para la adquisición del equipo de guerra para la defensa de la fe (otra vez el cuarto voto) ofrece datos muy relevantes puestos en boca de Ernoul y Bernado tesoreros de la abadía de Corbie en Francia, dice que los hermanos llevaban todavía (antes de 1139) el distintivo de su origen, sobre sus ropajes una cruz con dos brazos de color escarlata y el signo del Santo Sepulcro. El cronista abunda aún más, dice que el Hospital le concedió un patrón llamado Bauçant (pío)[13].

 

Como dice Helen Nicholson, aunque es una crónica tardía (1187) y en eso estamos de acuerdo, esta goza de cierta credibilidad, puesto que fueron peregrinos sus fundadores.

 

Que se creó por la propia iniciativa de los caballeros.

 

Que se percibieron de la necesidad de esa fuerza policial en defensa de los peregrinos.

 

Que les fue cedido el palacio en el templo de Salomón, y que obtuvo el reconocimiento del rey y la iglesia en Nablus. Además, ahonda en la estrecha relación que al principio existió entre el temple y los hospitalarios como adelantó Mexias, de los cuales recibieron el estandarte que les acompañaría en todas sus batallas.

 

Para Francisco P. Mellado cuando habla de la Orden de San Juan del Hospital a la que califica de gloriosa, dice que “en tiempos de Raimundo Dupuy, la Orden (del Hospital) alcanzó gran gloria. Esta gloria recibió un nuevo esplendor con la fundación de una nueva Orden Militar; la de los Templarios, que acababa de elevarse al lado de la Orden de los Hospitalarios, y que amenazando en un principio eclipsarla por su valor y poderío, la realzó por el contrario, gracias a la ambición y avaricia que desde el principio dio pruebas”[14]. Raimundo Dupuy, segundo Maestre del Hospital, ejerce desde 1120 al 1160. Al fallecimiento de Gerardo de Tom, se hace cargo de la Orden de San Juan de Jerusalén proponiendo que la Orden debía desempeñar acciones bélicas en defensa de la cristiandad[15]. Estableció las reglas por las que sin abandonar el primitivo papel de guardianes y protectores de los peregrinos, pasan a constituir una “Militia Christi” a imitación de la Orden del Templo, nacida por aquellos años y con la que a pesar de luchar por la misma causa, nunca se llevaron bien[16].

 

Se entiende oficialmente como el año de fundación de una Orden, aquel en que reciben la aprobación por el Papa de Roma, (concilio de Troyes) o este les asigna unas reglas. Naturalmente, primero hay que solicitarlo, (el rey y el patriarca de Jerusalén a la sede romana) para lo cual ha de haber previamente un conjunto de personas dispuestas y dotadas de medios, que demuestren su buena disposición habiendo jurado los votos temporales (Hugo y sus comilitones). De esta forma suele llevar a confusión la diferencia de fechas entre el momento en el que un grupo de caballeros se organiza, presta juramento y entra en lucha, hasta aquél en el que queda confirmada oficialmente su existencia como orden militar.

 

JURISPRUDENCIA, en que se basan para dar corpus legislativo a la creación

 

Si en 1120 el patriarca los recibe como monjes según Guillermo de Tiro, hasta 1129 que se constituye oficialmente. En esos nueve años se rigieron por la regla facilitada por el patriarca que llevaron a Francia y en la que el Concilio, solo aportaría su grano de arena, pero ello no le confiere que abandonara la regla Agustina primigenia a favor de la de Cister, como pretende algún autor que otro[17]. Bernardo, no transformó la regla ni la sustituyó por la de su Orden, era un miembro más de ese Concilio, sus sugerencias podían o no, ser aceptadas, como las del resto, de hecho fue convocado como escriba en un principio, no como consejero o miembro ejecutivo. Por otra parte, las fuentes recogen que todas las órdenes incluida la del Santo Sepulcro en su fase heroica, adoptaron las reglas del Temple y en sus constituciones queda bien claro que son agustinas. Por otra parte ¿con que objeto?, ¿sobre qué bases? Y bajo qué argumentos iba a cambiar estas, precisamente por las del Cister. Por sugerencias de Bernardo, y a petición del Concilio, el cisterciense Jean Michel, se hace cargo de la redacción como así lo hace constar,

 

Existe una traducción de la regla primitiva, basada en una edición de 1886 de Henri Curzon, la Regle du Temple como manual militar, donde la paleógrafa Judith Upton-Ward, advierte una posible existencia de otra anterior, aunque en justicia hay que decir que este documento ha sufrido tantas intervenciones que, no sabemos si la hace del original o es copia, de una copia que a su vez fue copiada. “No debe olvidarse que la Orden había existido durante varios años y había desarrollado sus propias tradiciones y costumbres antes de la aparición de Hugues de Payens en el Concilio de Troyes. Por tanto hasta cierto punto la regla primitiva esta basada en prácticas ya existentes (Judiht Upton-Ward, pag 11)”[18]. En ninguna parte habla de la redacción de una nueva regla, sino de la aprobación y conformidad de lo que aportan desde su fundación como congregación, que no Orden (otro error), pues de haberse constituido como Orden, además de ilegal, ¿que objeto tenía repetir el proceso? El único que tiene poder de elevar a Orden es el papa en un concilio, no el Patriarca.

 

En su trascripción solo se “retoca” poniendo el resultado de ello por escrito. Los cambios son de índole militar, respecto de la vida de los frailes, que no monásticos. Les conceden el manto blanco para todos sus miembros que luego Esteban La Ferté corregiría. En definitiva los templarios llevan la regla de san Agustín o Latina a Troyes que es modificada pero sin perder sustancialmente su espíritu, dando origen a lo que se conoce como regla Primitiva, se devuelve al patriarca que la vuelve a retocar. En 1140 aparece una traducción francesa que se conoce como regla Francesa, en el mismo término que las anteriores. Como se puede ver los distintos avatares corresponden a la adaptación de la regla Agustina a sus distintas secuencias.

 

A este monje se le ha atribuido un gran protagonismo respecto del templo. Su publicidad y su apoyo, fueron factores importantes, para quien desea que su congregación sea admitida como Orden en el seno de la iglesia católica, y el hacerlo por la puerta grande es importante. La Laude Novae Militiae, ofrece una extensa información de cómo debe ser un caballero de Cristo, que para nada se parece a un monje tradicional, es una copia literal de las regla Agustina, al mismo tiempo que un respaldo a las medidas tomadas en el Sínodo de Nablus, respecto de los clérigos y su responsabilidad en la defensa con las armas de los territorios conquistados.

 

Hay autores que se inclinan por la modificación, la renovación total e incluso por la confección de la primera regla[19], en el Concilio de Troyes adoptándose la cisterciense del reformador Bernardo e incluso llegan a aventurar cosas y casos que nunca sucedieron, como la creación de una regla en el 1131. No podían ser Cister porque hubieran sido contemplativos, contrario a lo activo. Sto. Tomas refleja bien esta dicotomía en su obra Suma Teológica. Bernardo en su laude lo deja bien claro “…, ya que no me era lícito con la lanza, emplease la pluma, asegurándoos que os será de no poca ayuda, si a los que no puedo con las armas, os ayudo con las letras” Este es un reconocimiento tácito de la imposibilidad de armar a los monjes de su Orden, pues su labor conforme a su regla estaba orientada a la oración y al trabajo, no eran milites. Los templarios fueron agustinos, desde sus inicios hasta su total desaparición. Las adaptaciones posteriores camuflaron en lo general los principios reglados, suele suceder con aquellas instituciones que perviven en el tiempo, pero su esencia, su raíz Agustina, no se modificó un ápice en el transcurso de su trayectoria. Todas las Órdenes de Tierra Santa estaban bajo las reglas de san Agustín, no hubo ninguna del Cister o Benedictina.

 

Tampoco fueron monjes. El monje normalmente no sale de su monasterio, en el que se dedica tradicionalmente a la oración y las labores internas; mientras que, un fraile se diferencia de un monje en que su ministerio y apostolado lo lleva a trabajar por el Reino de Dios fuera del convento o ermita.

 

El monje se identifica con su monasterio mientras que los frailes suelen ser cambiados de lugar según los superiores lo necesiten (si deseáis estar a este lado del mar seréis llevado al otro, proceso de admisión). Los templarios Son más frailes que monjes. Para entender la diferencia basta analizar la etimología. Monje viene de una raíz griega que significa singular o aislado: “monos”. Fraile en cambio, viene del latín “frater” “hermano”.

 

Los monjes eran los primeros devotos cristianos que se aislaban para alejarse del mundo y sus pecados. En ocasiones, pasaban su vida sobre una columna, como los “estilitas”. Otras veces, en la copa de un árbol, como los “dendritas”. Y en muchos casos, simplemente se iban al desierto y vivían en cuevas, como los “eremitas”. Precisamente, un conjunto de eremitas, es decir de “monoi”, en el sentido griego viviendo en las cuevas de la ladera de una colina en el desierto, formaban un “monasterio”, es decir, una residencia de “monoi” o monjes. Luego, los monasterios surgen en lugares distintos al desierto, pero siempre reflejan la idea de cristianos devotos que pretenden aislarse del mundo.

 

Los frailes, los “fratelli”, en italiano, son en cambio otra cosa bien distinta. Más bien todo lo contrario. Son predicadores que actúan en equipo para evangelizar y para recaudar fondos (órdenes mendicantes). Por eso justamente se llaman “hermanos”, lo que sugiere una idea de pluralidad, no de singularidad, como en el caso de los monjes. Y el lugar donde se congregaban los frailes era justamente el “conventum”, que es palabra que proviene de un verbo latino que significa “reunirse” (convenire). Convento pone el énfasis en la agrupación de gente, mientras que monasterio lo pone en su deseo de aislamiento.

 

Efectivamente se trataba de una nueva modalidad conventual muy distante de la oficial, hasta la fecha no practicada y no admitida, que hacía rechinar los dientes de los más ortodoxos. La vanguardia de la nueva visión postular encabezada por Bernardo de Claraval estaba más dispuesta, no solo a reconocer, sino a potenciar este tipo de soldados de Cristo, que lucharían hasta la muerte en defensa de la pureza de la Fe. Bernardo sabía perfectamente que su postura dejaba arañazos sobre la piel de aquellos que contemplaban las enseñanzas del Maestro con más dulzura, no era propio de clérigos blandir espada y así se debate en la regalía 20 del Sínodo de Nablus, pero también sabía que ante la imparable pujanza de la nueva ortodoxia surgida del Libro, no era bastante la palabra. La oralidad y los buenos usos no iban a parar a los guerreros de los distintos estados musulmanes sedientos de venganza, se requería algo más y ese algo, eran precisamente las nuevas constituciones convento-militares que se ofrecían como censoriis fidei.

 

La iglesia cristiana fue pasando paulatinamente del pacifismo establecido por su fundador y los mártires de las primeras épocas, a la belicosidad de la guerra santa elaborada por san Agustín de Hipona en su Civitatis Dei, por lo que después de casi 600 años de transición se dio soporte a la Guerra Santa, quedando atrás la Paz de Dios. Esta especie de nueva cristianización creó a la vez un nuevo concepto, el de la demonización del adversario que justificaba sobradamente la lucha sin cuartel contra él, pasando a ser el objetivo principal de la iglesia beligerante.

 

El concepto de guerra santa puede rastrearse en el cristianismo tras la concepción o doctrina de la guerra justa, que es continuada por otros autores a lo largo de la Edad Media, como Tomás de Aquino (Suma Teológica, II-II Qu. 40.)[20] A propósito de la frase del Evangelio de Lucas «y dijo el amo al siervo: Sal a los caminos y a los cercados, y obliga a entrar, para que se llene mi casa» (Lucas, 14, 23).

 

Agustín comenta (en la Réplica a Gaudencio): ¿Por qué no se puede forzar a nadie a la verdad? El Catecismo de la Iglesia Católica considera como todo ciudadano y todo gobernante está obligado a empeñarse en evitar las guerras. Sin embargo, mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional competente y provista de la fuerza correspondiente, una vez agotados todos los medios de acuerdo pacífico, no se podrá negar a los gobiernos el derecho a la legítima defensa[21].

 

Este mismo derecho fue reconocido recientemente por el Papa Juan Pablo II[22], en una encíclica donde justificaba la muerte del adversario en caso de conflagración y que no debía ser tenido por pecado, la defensa justa de su vida o sus bienes.

 

El propio fundador de la regla, San Agustín de Hipona condena la violencia y el conflicto armado como excusa para mantener la paz o para la conversión de almas, pero al mismo tiempo reflexiona y reconoce que la violencia debe combatirse con la violencia, allá donde se haya agotado la palabra y persista la perniciosa acción de la primera. Bernardo de Claraval diría de este párrafo en el que se apoyaría para reforzar su discurso, “ese es el tipo de guerras en la que se desenvolvía la Orden del Templo, el bien, el mal arranque requiere, cuando matan a un infiel no hay homicidio sino malicidio[23]”, justificando y sancionando así definitivamente esa situación que no acabó de ser aceptada en lo particular por muchos clérigos.

 

Isaac de Étoile filósofo y teólogo cisterciense, que fue abad del monasterio de Étoile cerca de Poitiers, en 1147 redactó un sermón a sus feligreses en el que decía “ha surgido un nuevo monstruo, cierta caballería cuya orden emana del quinto Evangelio[24] pues ha sido establecida para obligar a los infieles a convertirse en la fe cristiana por medio de lanzas, porras y espadas y puede despojar libremente a los no cristianos de sus pertenencias y matarlos, además, religiosamente, pero si uno de ellos cae en semejantes actos de pillaje, es calificado de mártir en Cristo” [25]. No los condena directamente, pero sí muestra un rechazo absoluto al uso de las armas para sustituir la prédica.

 

Para Walter Map canónigo de San Pablo, en Lincoln y, en 1196, archidiácono de Oxford. La única obra que sobrevive de este autor es De Nugis Curialium (Nimiedades de los cortesanos) en sus páginas 59/67 escribió unas consideraciones en 1187, aludiendo a Pedro y la enseñanza recibida por el Maestro. Hace una crítica sobre el uso de las armas, ponía en entredicho la vocación de los templarios. Decía que Cristo y su mensaje obligada a la prédica en lugar de la espada. El cristianismo había ganado más conversos y tierras con la primera que con el empleo de la violencia y que estos solo se movían por su afán a la guerra, en lugar de buscar el alma y el espíritu de Cristo.

 

Por otra parte estaban los defensores de la militarización de la Orden, abogaban que el uso de las armas eran tan antigua como la presencia de Cristo en la Tierra, lo retrotraían hasta la guerra de Constantino el Grande contra Majencio y el suceso del Puente Milvio, siempre había habido una espada dispuesta a defender a los cristianos y su religión, sin la cual no hubiera sido posible su mantenimiento.

 

Turoldo el autor de la Canción de Roldan, enmarcada en la batalla de Roncesvalles, en el año 778 cuando cruzaban el puerto de Cisa, pone en voz del obispo Turpin que muere luchando con sus compañeros, “haces bien compañero descuartizando a los aganeros, enemigos de la cruz, un caballero tiene que ser feroz y fuerte en la batalla, de lo contrario no vale nada y más le valdría se hiciera monje de una de esas iglesias y se dedicara rezar todo el día por nuestros pecados”[26].

 

Para aquellos que criticaban la aprensión del botín, Hugo Peccatore, decía que era necesario para mantener a los soldados de Cristo, y que se ganaba por derecho propio, no se luchaba por él, éste era una consecuencia que permitía la continuidad de la defensa de la fe. Se tiene el convencimiento que Dios necesita más espadas que plegarias, en definitiva valoraban más la vida religiosa activa que la contemplativa.

 

Todas estas opiniones sin ser todas, muestran cuán difícil y largo fue el proceso de la nueva Militia, su asentamiento definitivo no llegó a realizarse nunca, pues unos por miedos, otros por envidias y los ya menos teóricos, se constituyeron en oponentes que facilitaban el rechazo fraternal de aquellos que habían jurado dar la vida por Cristo, defendiendo a sus fieles y su mensaje.

 

Además, esta novedad venía a chocar con toda la tradición más ortodoxa de la Iglesia que repugnando el derramamiento de sangre declaraba irregular y suspenso de cualquier oficio clerical, no sólo a cualquier clérigo que, aun en defensa propia, hubiera provocado heridas o muerte de otro ser humano, sino que, incluso cualquier lugar sagrado donde se hubiera derramado sangre humana, quedaba profanado y debía ser purificado antes de poder celebrar los oficios divinos.

 

El corpus legislativo por el que se rigen los monjes del templo sufrió a lo largo de su existencia unas adaptaciones lógicas al momento. No obstante, se canalizaron desde dos puntos distintos y complementarios a la vez: por un lado las bulas y por otro los capítulos generales.