El sueño de tachar los nombres propios
De interés general

El sueño de tachar los nombres propios

 

 

11/03/2015 Fuente revistaenie. Entrevista a Patricio Pron. Uno de los mejores autores jóvenes, indaga en su primer libro de ensayos sobre la fragilidad de la literatura.

 

El subtítulo de El libro tachado, última obra de Patricio Pron, es oscuro y seductor: “Prácticas de la negación y el silencio en la crisis de la literatura”. Negación, silencio, crisis: tres conceptos que guían una historia alternativa de la literatura universal, que es en última instancia lo que hace Pron en este libro. El volumen está colapsado de casos, ejemplos, verificaciones; da la impresión, incluso, de que la caja del libro le queda chica, y los nombres se derraman en abundantes pies de página, grandes archipiélagos que ofrecen más y más ejemplos. Pero el de Pron no es un ejercicio de namedropping , sino que usa a los autores para graficar patologías. Los autores mutilados, los censurados, la escritura automática, los suicidas, los que escribieron en colaboración, los falsificadores, los anónimos, los bloqueados; todas formas, en definitiva, de acercarse a la utopía imposible de un libro sin autor, de una literatura sin un cuerpo y un nombre propio que la legitime. Ese raro sueño de lo antiautoral atravesó la historia literaria y le sirve a Pron para irse acercando lentamente al presente y pensar, finalmente, en dónde estamos parados. ¿Estamos, como dicen las voces temerosas, como grita nuestro conservadurismo interior, frente a la muerte de la literatura como la conocíamos? El libro tachado ensaya una salida a esa aporía.

 

–¿Cómo surgió el libro?

–Surgió de un cierto descontento ante algunos ensayos recientes cuyos autores sostienen que la literatura se está acabando. Ese descontento era doble: por una parte, respecto de la forma que adoptaban esos ensayos (y que dejaba fuera todo lo que el ensayo en cuanto género tiene de exploración, de riesgo, de desafío intelectual); por otra parte, respecto de lo que se decía en ellos, ya que los ejemplos que sus autores esgrimían para sostener que la literatura estaría viviendo su final eran asimilables a muchos otros que demostraban que, en realidad, la literatura siempre ha estado desapareciendo de un modo u otro, y que es su propia fragilidad y la intemperie en la que existe desde sus orígenes (que parecen un espejo de nuestra propia fragilidad, de nuestra propia intemperie) las que la hacen necesaria. En algún momento me vi pensando en argumentos para oponer a los esbozados en aquellos ensayos y en la necesidad de escribir un libro como este.

 

–Das cientos de ejemplos de casos y patologías. ¿Fue dificil acceder a la información?

–No. Lo que descubrí escribiendo el libro es que, sin saberlo, había estado leyendo durante años acerca de estos temas, y, en este sentido, no fue tan difícil reunir la información como determinar cuál debía quedar fuera, y darle a todo ello la forma del tipo de ensayo con varios niveles de lectura que es difícil encontrar en nuestros días.

 

–Muchas veces se dijo que la literatura estaba por acabarse o que presenciábamos un cambio de época. ¿Te parece que la tecnología abona para que esa sensación sea más dramática, en comparación con otras coyunturas u otros momentos históricos?

–No. Me parece bastante evidente que un cierto modelo de negocio está en regresión y posiblemente desaparezca (si el descenso de las cifras de ventas permite establecer algún tipo de hipótesis), pero creo que es un error creer que la literatura es solamente sus formas de comercialización o sus ventas. Nuestra época tiene una obsesión con los finales, y es evidente que hay más distracciones en este momento, lo que supongo que disuade a algunos lectores, pero no me parece que vivamos un estado de excepción: el estado de excepción, la anomalía, fue creer que la literatura podía constituir una especie de entretenimiento popular. Que la literatura iba a adherir a una lógica empresarial según la cual el aumento de la oferta iba a conducir a un crecimiento de la demanda; en la práctica, por lo general, lo que sucede es exactamente lo contrario.

 

–Estuviste, si no me equivoco, en la última feria del libro de Guadalajara, donde cientos de escritores se pasean por los pasillos, presentan sus libros, se muestran. ¿Qué nos dicen las ferias y los festivales de la situación actual de la literatura y del tándem autor-escritor? ¿Hay algo allí que se cristalice o se evidencie?

–Posiblemente la persistencia de una sociabilidad literaria articulada en torno a la figura del autor, puesta en cuestión en el ámbito académico por (entre otros) Roland Barthes y Michel Foucault, pero reivindicada, ensalzada y sostenida por la industria editorial, a la que, por alguna razón, le resulta más fácil comercializar autores en lugar de libros. Por lo demás, Guadalajara fue divertido: fue bueno ver a tantos amigos y hacer amigos nuevos, en particular estando invitado por la editorial que publica mis libros y por CONACULTA y no por el gobierno argentino; es decir, sin la obligación de representar nada, mucho menos un país.

 

–¿Te parece que alguno o algunos de los intentos de sustracción de la función de autor, de los que trabajás en el libro, fue más exitoso que otro?

–Todos lo fueron en uno u otro sentido. Quizá los ejemplos de Samuel Beckett o de J. D. Salinger parezcan especialmente exitosos, ya que su silencio fue y es especialmente “clamoroso”. (También el de Robert Walser, cuya retracción como autor es visible en la reducción de su escritura en los “microgramas”.) Pero todos ellos me parecen exitosos en el sentido de que tuvieron como resultado unas formas de escritura que se pueden leer, aunque no haya ningún texto que leer allí.

 

–Otro tema del libro es el de la necesidad de una crítica literaria que limpie un poco el sobrepoblado campo editorial actual, que delimite lo que vale la pena ser leído de lo que no. Vos intervenís frecuentemente sobre libros de literatura que se van publicando. ¿Desde qué lugar te parece que lo haces? Quiero decir: ¿qué herramientas, subjetividades y pasiones te parece que se conjugan en esas lecturas?

–Mis intenciones como crítico (que no necesariamente se corresponden con los resultados, supongo) consisten en trazar mapas que permitan al lector orientarse por sí mismo en un paisaje un poco saturado, pero también tratar de comprender y comunicar el modo en que, por una parte, la obra funciona, establece sus propias reglas y se desempeña de acuerdo con ellas, y, por otra, explica el presente histórico y dice algo acerca del modo en que vivimos hoy en día. No es una crítica dirigida a los autores (que son la parte menos relevante de los textos y, en general, de la literatura, me parece) sino a los textos, aunque en ocasiones no se entienda de ese modo y no tiene la función de disuadir a nadie de la lectura; tampoco de alentarlo. Mi interés como crítico consiste en contribuir a una discusión acerca de los vínculos entre literatura y sociedad en un momento histórico específico, generalmente el presente, y hacerlo “contra” los textos y contra las estrategias comerciales que se articulan en torno a ellos. Podría pensarse que es una forma de leer muy anglosajona, y, en algunos aspectos, muy alemana, pero no es muy distinta de la forma en que leen los textos los críticos literarios que me formaron, que son muchos, muchos de ellos argentinos.

 

–¿Qué libros o propuestas de los últimos años te parece que mejor interpelan el presente?

–Voy a mencionar tres:  La tía Jolesch, o la decadencia de Occidente en anécdotas  de Friedrich Torberg (Alba),  Los políglotas  de William Gerhardie (Impedimenta),  Entre los archivos del distrito  de Kenneth Bernard (Errata Naturae) y  Los demonios  de Heimito von Doderer (Acantilado). Todos por razones distintas.

 

–Decías antes que no leés autores sino libros. ¿Qué pasa con las obras completas, con el momento de leer tres o cuatro libros consecutivos de un mismo autor? ¿O con la frase “este es uno de mis autores preferidos”?

–Pienso que lo que se pone en juego allí es la necesidad de recurrir a simplificaciones que establezcan un ordenamiento en textos que carecen de él, que han sido producidos por un autor en un cierto período de tiempo en el que el autor pudo (y quizá debió) haber cambiado de opinión en una o dos ocasiones. La idea de que la figura del autor daría coherencia y sentido a un cierto número de textos es una idea seductora, pero esencialmente errónea, no muy distinta de la idea de que los textos literarios serían susceptibles de ser ordenados en torno a las grandes unidades que conforman su lengua de escritura, el país de origen de su autor o su género.

 

–¿Y de qué modo te parece que sí podemos agrupar textos? ¿Por escuelas, por temas, por estéticas, por momentos históricos?

–¿Por qué deberíamos agruparlos? ¿Por qué no celebrar la irrupción del mundo en el mundo que es todo libro?

 

–Ok, es cierto. Y, al mismo tiempo, ¿podemos hacer lecturas completamente “puras” de los textos? Me refiero a leer un texto sin saber quién es su autor, ni dónde se publicó, ni cuándo se escribió. ¿Existe esa posibilidad? Y en caso de que exista, ¿te interesa como modo de leer?

–No, no creo que sea posible. (Ni deseable.) Pero pienso que ese despojamiento debería ser un ideal de lectura. No la pureza, que me parece inalcanzable, pero sí el gesto que se esboza cuando uno rechaza, a modo de resistencia íntima, las imposiciones que realizan sobre el acto de leer los poderes establecidos del mercado y de la academia.

 

–Y hablando del acto de leer y de cómo los contextos inciden sobre el modo de leer: en España, se acaba de reeditar (modificada) tu novela

Una puta mierda. ¿Cómo te parece que se va a leer ese libro ahí? ¿Se lee distinto en España que en Argentina?

–Bueno, la novela fue publicada en mayo de 2014 (aunque acaba de ser publicada en Argentina) y las lecturas han apuntado en la dirección de la discusión del tipo de excesos que tienen lugar allí donde se adopta una política nacionalista, como sucede en algunos sitios de España en estos momentos. El libro es, sin embargo, un libro argentino, por decirlo así, y me interesa saber cómo será leído en el país; pero, en general, mi impresión (después de la publicación de El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia en algunos países, por ejemplo) es que los libros participan de discusiones nacionales que escapan al conocimiento del autor y están más allá de su órbita de influencia. Esto no es necesariamente malo, sino (por el contrario) la única razón por la que publicar el libro que uno dificultosamente y en privado ha escrito: que los lectores otorguen sentido y unidad a lo que uno ha escrito un poco confusamente y se lo devuelvan a uno, dotado de un significado que, siendo su autor, uno no podía imaginar siquiera.

 

–Como escritor, ¿sentiste en algún momento que había gente pensando cuestiones similares a las tuyas, haciendo cosas que iban por el mismo lado, si se quiere algo así como un aire de generación o de grupo?

–Por supuesto. Algunos intereses e influencias vinculan lo que hago con otros autores de, aproximadamente, mi edad, no sólo argentinos. Esos intereses y las influencias que compartimos conforman una especie de patrimonio común y un punto de partida para el tipo de diálogos en el que participamos, ya sea explícita y públicamente, ya sea en privado, cuando los leo. Mi interés por los autores de mi promoción no ha disminuido con el tiempo, por el contrario.