Mi vecino el sicario
De interés general

Mi vecino el sicario

 

 

Fuente revistaenie. A la noche, bien tarde, en la puerta del hotel de al lado se paraba “el sicario”. Un tipo alto, flaco, a media mugre. Se ponía justo donde empieza el cordón con un pucho pegoteado al labio y se quedaba quieto, con la vista fija en la nada, no mirando hacia el lado de la avenida de donde llegan los autos sino al lado por el que se van, tal su melancolía.

 

 Ya debo haber hablado alguna vez del hotel del al lado. Nunca entré, pero de afuera es una casona vieja, apta para ser un lugar hermoso y seguro convertida en un millón de cuchitriles. Hace diez, doce años, ahí vivían albañiles, la peluquera, una señora que de joven debe haber sido puta. Unos cuantos ee juntaban a la noche en el kiosco de al lado, que tenía banquitos, mostradores y una tele. Cenaban juntos, miraban algún programa. Nos conocíamos: vecinos.

 

 Después de 2001 y de manera acelerada en los últimos 3, 4 años, el hotel fue cambiando. Dejó de venir olor a comida de los cuartos que dan a la calle. Un día vimos cómo un taxi paraba, se bajaba un chico, cambiaba algo con alguien de adentro, y el chico seguía en el auto: una transa. Los fines de semana estacionan en la vereda unas motos que van y vienen, van y vienen. Un tipo gordo se sienta en medio de esa misma vereda –no contra la pared, en el medio–, con las gambas bien abiertas y la botella de cerveza en el medio, como un pino, y da órdenes. De adentro salen varones adolescentes flaquitos con gorra de beisbol y caras de malos y chicas que a cada rato están embarazadas y habla tipo “ehhh… gatoooo”. Los varones y las chicas, muchas veces, empujan carritos de bebés. No sé si tienen 17 años.

 

 Y ahí mismo vivía “el sicario”. Nunca le había escuchado la voz y sólo lo había visto de noche hasta ayer: llegué a la esquina, pegué la vuelta y lo tuve que esquivar: dormía atravesado en la vereda, con una botella de naranjada (un líquido naranja) al lado. Pleno día. Hoy lo vi otra vez, a metros del hotel. Otra vez tirado, ahora tapado con una frazada. Se cayó del último cuadradito del mapa. El gesto recio, la peligrosidad del zombi, se deben haber quedado con su ropa en el hotel. Es fácil rematar “década ganada”, dejémoslo sin remate.