Otra versión del campo
De interés general

Otra versión del campo. De interés general

 

 

29/11/2013 Fuente revistaenie. Tradición y vanguardia. Una muestra de pinturas, dibujos, objetos e instalaciones de Luis Benedit revisa costumbres y situaciones del campo argentino con los ojos de un artista contemporáneo.

 

Desde mediados de la década de 1940 los artistas Madí pintaron formas geométricas sin marcos para tratar de “abolir” la ventana a “toda figuración romántico naturalista”. Pues bien: Luis F. Benedit creó cuadros en los que recreó esas abstracciones cabalgando, como si fueran gauchos. Ironía, paradoja, que funciona como la punta de un iceberg de un debate estético clave: el de tradiciones y vanguardias.

 

Hay que subrayar que Benedit no sólo llevó al campo, con sus paisanos, chinas, indígenas, caballos, puñales, ranchos y conflictos políticos, económicos y sociales, al panteón del arte contemporáneo. En su búsqueda de aquello que Jorge Glusberg definió como un arte regional con resonancia universal, también hizo el movimiento inverso: trasladó emblemas de Madí (y de los concretos), grupos de matriz urbana, al corazón del folclore rural.

 

Esos trabajos, que realizó en los 90 y expuso muy poco, se exponen en “Luis. F. Benedit. Genealogías del campo argentino”, en el museo Fortabat, con piezas que creó desde 1963 hasta 2008.

 

Con rasgos pop o instalaciones, buena parte de la obra de Benedit rescata al mundo rural del costumbrismo, con predecesores incluidos. A John Herring (Inglaterra, 1795-1865), Juan Pedro León Palliére (Brasil, 1823-1887), Tito Saubidet (Buenos Aires, 1891-1953) y, sobre todo, Florencio Molina Campos (Buenos Aires, 1891-1959), el creador del catálogo de costumbres gauchescas en clave pícara y hasta burlona, que circuló como pan caliente entre los años 30 y 60 en los almanaques de la empresa Alpargatas, pero mereció la calificación de “retrógrado” y técnicamente “elemental”, según recuerda el curador de esta exposición, Rodrigo Alonso. Y explica: “Desde 1924 la escena artística argentina sufre una renovación sustancial con la creación de la Asociación Amigos del Arte, la aparición del periódico vanguardista Martín Fierro, el retorno de Emilio Petorutti y Xul Solar de Europa, y la influencia de la Escuela de París. Desde esta perspectiva, la obra de Molina Campos es decididamente anacrónica. Este desfasaje se hará aún más notorio con la aparición de los movimientos concretos”.

 

Para plantear escenarios de esa convivencia, Benedit recurrió a crear paisanas con rasgos picassianos e imágenes, más o menos grotescas, de Molina Campos junto a Juan Del Prete (1897-1987), “calentando el horno” con Pettoruti o acompañadas de versos de Borges (“Hay una hora en la tarde en que la llanura está por decir algo…”). Y a los cuadros de la serie dedicada a los Madí y a los concretos.

 

Marcelo Pacheco escribió para el catálogo de la exhibición que el Museo Nacional de Bellas Artes le dedicó a Benedit en 1996 que “observar y hacer observar el campo es traer al presente un espacio de comunicación anestesiado por el proyecto de la modernidad urbana, tecnológica y cosmopolita”.

 

Alonso dispara: “En gran medida, es el campo argentino el que sostiene a esas corrientes (…), que niegan su realidad e iconografía. Cabría preguntarse entonces ¿cuál es el verdadero motor del progreso estético? Las figuras irregulares montadas sobre caballos parecieran ofrecer una respuesta burlona, en el mejor estilo de Molina Campos”.

 

Además de este núcleo temático, “Genealogías…” subraya la indagación de Benedit, también mediante instalaciones y esculturas, en el papel del campo en la historia argentina y en los símbolos de la cultura rural. En el caballo y su doble rol de arma de conquista y compañero. O en el cuchillo, clave para la defensa, el trabajo y los entretenimientos del paisano.

 

Alguna vez Benedit explicó que “muchos de nuestros símbolos son difíciles de exaltar. No hay pirámides ni puñales de jade”. Por eso, creó ranchitos con terrones de azúcar o crin. Y los colocó en estuches transparentes para mostrarlos y preservarlos como objetos valiosos de nuestra memoria.

 

Igual, ante la obra de Benedit no se puede bajar la guardia. También cobijó tijeras de castrar o de descornar en cajas de madera sólida. No hay nada más que la herramienta y el estuche en cada pieza. Pero cómo impresionan.

 

Sólo después de sentir, se puede pensar. Por ejemplo, si la talla de los contornos de esos instrumentos contendrá también un leve señalamiento de sus formas abstractas y con eso, otra derivación al debate estético que Alonso subraya. O si se trata de una advertencia respecto de la deshumanización de técnicas y ciencias, otro de los grandes temas sobre los que Benedit trabajó. Como sea, el artista también señaló que las obras deben “entrar primero por la sangre y después por el cerebro” y lo consiguió incluso con las que tienen aspecto más aséptico.

 

Benedit también hizo piezas con huesos de caballos y de vacas. Restos que conseguía, según contó, canjeándolos por vino y después limaba y lustraba. Creó desde una versión de las cruces de Kasimir Malevich (1879-1935), patriarca abstracto, que se expone en esta muestra, hasta sillas. “Estamos sentados sobre montañas de huesos que no vemos–explicó–. Pero son el resto que más dura, lo último que desaparece”.