La comisión de sabios rectificados
De interés general

La comisión de sabios rectificados

 

 

13/04/2014 Fuente elpais. La palabra “sabiduría” se asocia poco con la economía en el imaginario colectivo

 

Los Gobiernos encargan de vez en cuando a unas comisiones de “sabios” que elaboren un informe sobre algún asunto espinoso. Y los llamamos así: “sabios”. Es decir, los que saben. Se supone que estos sabios llegan a donde los políticos no alcanzan porque disponen de conocimientos superiores; y se elige esa palabra para que su prestigio logre que la sociedad los acepte como aval de cuanto dictaminen. Han desfilado ante nosotros, por ejemplo, el comité de sabios sobre la reforma de RTVE, presidido por el filósofo Emilio Lledó; el comité de sabios sobre el futuro de la UE, presidido por Felipe González; el comité de sabios sobre la sostenibilidad de las pensiones, por Víctor Pérez Díaz...; y hace muy poco, el comité de sabios sobre la reforma fiscal, encabezado por Manuel Lagares.

 

La costumbre y el nombre de estas comisiones de sabios parecen proceder de Francia, y de sus palabras savant (en traducción muy literal, “sapiente”) y sage (hermana de sagesse, “sabiduría”). Ambas tienen unos límites ambiguos para un hispanohablante, sobre todo si las contamina esa apariencia tan próxima a “sabio”.

 

Entre savant y sage (esta última mucho más frecuente para el caso que nos ocupa) se reparten en francés el terreno semántico de la prudencia, la cordura, la sensatez, la erudición, la sagacidad... y la experiencia. Pero el savant parece hallarse más cerca de un campo técnico concreto, y el sage se relaciona mejor con el conocimiento amplio y con la filosofía. (Son interesantes a este respecto las reflexiones de Anastasio Álvarez y su recorrido por varios diccionarios).

 

Una expresión como “los siete sabios de Grecia” circula en las traducciones al francés por la vía de les sept sages (y seven sages en inglés, Sieben Weisen en alemán, sette savi en italiano) precisamente porque a Tales de Mileto y compañía se les adjudicaba más bien una sabiduría general.

 

Se supone que estos sabios llegan a donde los políticos no alcanzan porque disponen de conocimientos superiores

 

A nosotros la experiencia y el conocimiento profundo se nos mezclan con frecuencia, y se entrelazan en palabras como “sagaz” o “experto”. Un experto en enfermedades renales puede ser quien ha sufrido cuatro cólicos, y también quien lleva decenios curándolos. Se puede mostrar sagacidad al crear un fármaco revolucionario, y también al resolver un crucigrama.

 

Sea como fuere, las voces latinas sapiens y sapidus han alumbrado esta idea de nuestros días que consiste en considerar superiores a aquellos a quienes llamamos sabios. Porque sabio es “quien posee la sabiduría”, “quien tiene profundos conocimientos en una materia, ciencia o arte”. Y “sabiduría” es el “grado más alto de conocimiento”. Pocas palabras, por tanto, pueden competir en laureles con “sabio” en español, diccionario en mano.

 

Ahora bien, nuestros “sabios” reunidos en comisión suelen ser más expertos que sabios. De hecho, los “comités de sabios” reciben ese nombre y también el de “expertos” para designar a las mismas personas. Alguna de las comisiones citadas más arriba ha combinado expertos y sabios; de modo que acogió a sabios que no eran expertos y a expertos que no eran sabios.

 

La palabra “sabiduría” se asocia poco en el imaginario del idioma con la ciencia económica, y ahora menos que nunca. Pero los economistas de la última comisión de asesores creada en España también han sido llamados reiteradamente “sabios”, lo cual tiene sus consecuencias: con ese término hemos de entender sin remedio que su conocimiento se halla por encima de todos nosotros. Y por tanto, no parece un vocablo bien elegido si sus informes pueden terminar en la papelera, como ha sucedido en esta y otras ocasiones.

 

Los periódicos contaron el 22 de marzo que Cristóbal Montoro no va a hacer caso de las propuestas de esa “comisión de sabios” en la cual confió para estudiar la reforma del IVA. Y tras leer de nuevo tal denominación, nos sobreviene el barrunto que conduce a imaginar un ministro que se cree más sabio que los sabios mismos.

 

Hasta ahora se venía diciendo “de sabios es rectificar”. Quizás haya que cambiarlo: “De sabios es que los rectifiquen”.